Un cuento para cada día
Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía, 2 de abril de 2003
Casi un infanticidio. .
Dr. Orfelio Serna Sánchez Nuevo León, República Mexicana droserna@sab.inteli.net.mx
Después de varios intentos
fallidos, que por alguna razón Dios permitió, y cuando pensábamos en
diferentes opciones para tener familia, llegó a nuestro hogar Diego Orfelio,
un bebé de tres kilos que llenó todos los espacios de nuestra casa y nuestro
corazón. La alegría que sentimos en ese momento fue indescriptible. La
pequeña Miroslava llegó un año y medio después, con el consabido regocijo de
que teníamos la famosa parejita: el niño y la niña. Por azar del destino, en
forma inesperada y a través de un ECO, nos percatamos del pronto arribo de
"los cuates".Como en estos casos no existe reembolso, los recibimos con
alegría.¡Dios nos regresó lo que negó al principio de nuestro matrimonio! De
un día para otro, el número de mis hijos se duplicó. Llegaron Adrián y
Daniel, un par de pequeños que han volteado la casa, pero nos han hecho
pasar momentos inolvidables. Para esta etapa de mi vida pensé que mi familia
estaba completa. Cuatro niños es un número suficiente para esta época de
altibajos económicos y de preocupación constante por dar a los hijos una
atención adecuada.
Habían pasado cinco años desde la última llegada de la cigüeña a mi casa y
pasábamos un período feliz con la familia; las angustias propias de las
enfermedades de la niñez temprana habían pasado, ya casi no había desvelos
por atención a las criaturas y las noches eran de tranquilidad. Sin
embargo... la felicidad no es eterna y todo lo bueno, se acaba. Mis hijos se
encargaron de darme la noticia: "tendremos otro bebé en casa". Al escuchar
la novedad, seguramente mi cara reflejó una imagen de disgusto, porque mi
esposa se apresuró a decir: "Si no lo quieres, tú sabes que hay manera de
evitar que el pequeño llegue. Como jefe de la casa, tú debes de tomar la
decisión". La cara de mis hijos me hizo rechazar la idea que inicialmente
cruzó por mi mente. ¡Nunca me hubieran perdonado si hubiera dicho que no!
Con cierto recelo... acepté.
Su arribo fue la Nochebuena del 97. La alegría se desbordaba por todos los
rincones de la casa. Mis hijos se sentían satisfechos con la presencia del
nuevo inquilino. Todos lo querían ver, todos lo querían tener entre sus
brazos; él centralizaba la atención de la familia, los demás pasábamos a un
segundo término, inclusive yo mismo, que era el jefe de la casa...
bueno,hasta antes de su llegada. Durante el día, los niños y su mamá, se la
pasaban pendientes de lo que necesitara. Estaban a su lado como estrictos
guardianes responsables.No faltó quien pretendiera jugar con él toda la
noche. Se peleaban por cargarlo y atenderlo, por lo que hubo necesidad de
establecer algunas reglas: si dormía, debíamos dejarlo descansar; si tenía
hambre, lo llevaríamos con mamá para que lo alimentara (aunque uno de mis
hijos se ofreció para hacerlo personalmente) y durante la noche nos
turnaríamos para atenderlo de la mejor manera. Estuvimos de acuerdo y
creímos que la felicidad reinaría en nuestro hogar.
La primera noche, el bebé nos despertó dos veces. Como soldados atendiendo
una misión especial y obedeciendo reglamentariamente las órdenes dadas,
acudimos a su presencia: la primera vez tenía hambre y seguimos todos los
pasos indicados para alimentarlo. ¡No queríamos que se enfermara! La
segunda, hubo necesidad de cambiarlo de pañal, mis hijos lo hicieron de una
manera tan amorosa, que, por un instante, quise ser ese bebé. ¡Hasta envidia
me provocaba el muy canijo!
Durante la mañana siguiente comentamos las incidencias nocturnas con la
satisfacción propia de quien ha realizado su trabajo en forma adecuada.
"Durante el día de hoy lo cuidaremos personalmente", dijeron 'los cuates'.
Aproveché el momento para practicar uno de mis discursos más sentidos sobre
la responsabilidad, y la oportunidad que la familia les brindaba, para
convertirse en personas confiables.¡Cinco años es una buena edad para
empezar a tener compromisos! Aceptaron su trabajo con toda propiedad.
Durante todo el día no existió otra cosa más importante que el bebé. ¡Hasta
dejaron de ver televisión por atenderlo! Jugaban con él, lo alimentaban, lo
cambiaban, lo vigilaban mientras dormía; en fin, que una enfermera no lo
hubiera hecho mejor.
Después de una semana... todo empezó a cambiar. Eran evidentes las
consecuencias de haberse desvelado todas las noches. Al principio, cada vez
que el recién nacido ameritaba atención, todos estabábamos prestos a darla;
pero pasado un tiempo, no se levantaban todos, sólo algunos y finalmente. .
. sólo el que le correspondía por asignación previa.
El primero en renunciar a las atenciones del infante fui yo. Me negué a
estarme desvelando en perjuicio de mi salud. Cuatro hijos previos eran
muestra suficiente de que ya había cumplido con mis funciones de paternidad
responsable. A los tres días, mi esposa me secundó; ya no toleró tanta
atención nocturna, sobre todo porque las exigencias iban en aumento y tenía
una forma de despertarte que irritaría al más paciente. Mis hijos tuvieron
un cónclave y decidieron hacerse cargo de las atenciones de esta criatura
que, para estos momentos, personalmente empezaba a odiar. Mi mujer me habló
con tranquilidad: "Ten paciencia, los niños son responsables y sabrán como
cuidarlo. . . no te preocupes".
A los quince días, aquello era una soberana catátrofe. Los niños estaban sin
dormir adecuadamente, de mal humor, lanzándose reporches mutuos, diciendo
cosas como:" hoy no me toca, hoy quiero dormir, que lo cuide otro". Una
madrugada sorprendí a mi niña llorando porque el bebé estaba enfermo y no
sabía como atenderlo. . . ¡temía que se muriera! Se me rompió el corazón
cuando ví la angustia de mi hija, lagrimando por ese ser que para mí... ya
era un enemigo. Otro día sorprendí a mi hijo tratándo de matarlo. "Es que no
me deja dormir, ha querido que juegue con él toda la noche". ¡No soy su
esclavo! ¡Tengo derecho a descansar!" Murmuró con la mandíbula trabada por
el coraje. --Espera no te precipites, le dije, debemos consultarlo con
todos. Recuerda que fue una decisión en común y debemos tomar en cuenta la
opinión familiar. Te confieso que también quisiera que se muriera, o cuando
menos... que se fuera de esta casa--.
A la mañana siguiente convoqué a una reunión con carácter de urgente.
Debíamos tomar una decisión definitiva acerca de este intruso que invadió
nuestro hogar.
Con voz serena, pero firme, les dije: --¡Las mascotas virtuales no tienen
cabida en nuestra morada! ¡Exijo que este tamagotchi abandone nuestra casa!
En forma inmediata vi una cara de alivio en todos los integrantes de mi
familia. Dando un respiro profundo y de común acuerdo, decidimos dejarlo ir
a su planeta. La paz volvió a mi hogar; entendimos que los niños reales. . .
son más comprensivos.
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