Un cuento para cada día    Alhaurín de la Torre, 03 de febrero de 2003

LIBROLESBURGO

Encarnación Martínez Alcántara Elda España aton@leader.es

Nadie sabía exactamente cuándo habían comenzado a surgir estos raros seres: los libroles; ni siquiera se sabía a ciencia cierta si alguna vez no habían existido. Aunque los libros de Historia no hablaban nunca de ellos, yo tenía la sospecha de que, de una forma u otra, siempre habían estado entre nosotros.

Lo que sí se sabía con certeza era el lugar de donde procedían: los libros; pero se ignoraba si salían con cada ejemplar o llegaban después.

Hubo un momento en que era tal su número que decidieron vivir todos juntos en un lugar entre el tiempo y el espacio, un lugar donde podían disfrutar de la compañía de unos con otros, en una no-ciudad pequeña y grande a la vez que se dio en llamar Librolesburgo.

Con el transcurrir del tiempo el mundo, que no se había asombrado con su aparición, se olvidó de ellos con la misma facilidad que los había aceptado y, si no fuera porque mi abuelo había conocido a uno de ellos, yo nunca habría sabido identificar al ser que protagonizó un afortunado encuentro que más adelante relataré.

Bueno, a todo esto, no os he explicado cómo es un librole y, dado que hoy día se ven pocos, es importante que lo sepáis para que si tenéis la suerte de encontrar uno, lo reconozcáis rápidamente.

Ante todo, no hay que asustarse de sus grandes ojos rosados. Los tienen de este color porque la felicidad de sus corazones se asoma por ellos y, como todos sabéis, la felicidad es de color de rosa. Aunque sus ojos son lo más destacado de ellos, pues suelen ser incluso más grandes que el resto de sus translúcidos cuerpos, también sus manos, al final de sus largos brazos, son peculiares; aunque quizá no sean tan expresivas como sus ojos, os aseguro que cuando hablan las mueven sin parar, dándole a sus dedos un ritmo tan acelerado que podría resultar que, a simple vista, no llegarais a distinguirlos.

II

 

Y he aquí que un día, entusiasmado en la lectura de un grueso y añoso libro, topé con uno de ellos; o quizá haría mejor diciendo que él topó conmigo. Al pasar una hoja mis ojos se encontraron con una gran sonrisa:

- ¿Cómo?, exclamé.

- ¿Cómo qué?, oí resonar dentro de mi cabeza.

Pero... ¿qué era "aquello"?; y de pronto... ¡me acordé de mi abuelo!.

- ¡Hola!... ¡Encantado de conocerte!, conseguí decir tras un momento de forzado silencio.

- Hace tiempo que te esperaba, replicó el librole.

- Pues lo cierto es que yo nunca pensé que te encontraría.

- ¡Oh!, yo he sido paciente, sabía que, tarde o temprano, llegarías a la página 489; y aquí he estado, recreándome en la idea de nuestro encuentro.

- ¡Vaya!, dije un poco molesto ante aquel sabihondo personaje, mientras hacía esfuerzos para estar a su altura y trataba de no parecer demasiado sorprendido por lo que para mí era un inesperado hallazgo y para él sólo el fin de una plácida espera.

- Sí, continuó hablando, desde que sacaste este ejemplar de la librería, sabía que llegaría este momento; al igual que, ahora que te conozco, sé lo que será tu futuro. Estás destinado a grandes obras, a crear, a hacer felices a los demás a través de tu trabajo,...

Yo miraba atónito sus manos cuyos dedos se movían como hélices, mientras mi asombro iba en aumento a medida que el librole hablaba y hablaba de una persona que por lo visto era yo pero que, difícilmente, podía reconocer en sus palabras.

- ... sé que te encanta leer, siguió hablando el librole, pero aún no has descubierto todo lo que puedes llegar a escribir. Para eso estoy yo aquí, para que aclares tus ideas, para ayudarte a plasmar en un papel todos los sueños fugaces que hay en tu cabeza, para que seas un creador de libroles...

- ¿Creador de libroles?, le interrumpí. Un momento, vas demasiado deprisa, ¿cómo que creador de libroles?, ¿de qué me estás hablando?

Su sonrisa se agrandó aún más y sus ojos adquirieron un precioso brillo que venció de antemano cualquier resistencia que yo pensara oponer.

- Verás, comenzó a decir, cuando un escritor hace que una persona se emocione, viva, sienta las palabras por él escritas, se produce una corriente especial entre el libro y el lector de la cual nace un librole. Somos el fruto de una emoción.

Si no fuera porque el reloj de la sala marcaba las nueve y media de la mañana, yo hubiera pensado que estaba soñando. Toda esta absurda conversación no podía ser verdad, pensaba mientras le escuchaba atentamente.

- La verdad es que nosotros, continuó hablando, vivimos de los sentimientos que causan los libros, y hace algún tiempo que en Librolesburgo comenzó a desaparecer alguno de nosotros. Al principio no nos preocupó, pues somos seres caprichosos que con frecuencia visitamos vuestro mundo, sin tener que explicar nuestras ocasionales ausencias a nadie. Pero después de una milebra (unos cincuenta años de tu tiempo), la población de la no-ciudad se ha visto reducida a la mitad. Es por esto que he sido enviado a conocerte, para que nos ayudes, pues sabemos, gracias a tus vibraciones, que eres capaz de escribir maravillosas historias, llenas de fantasía, capaces de producir libroles en abundancia que no desaparecerán y que, como yo, nacido de la emoción que le causó a tu abuelo la lectura de este libro, serán mensajeros alentadores de nuevos escritores que vendrán a contribuir a nuestro renacimiento al mismo tiempo que al vuestro.

Realmente yo estaba estupefacto. No tenía la certeza de estar en mis cabales por mucho que mi abuelo me hubiera hablado repetidas veces de lo que él denominaba su "feliz-encuentro-en-un-lejano-día-de-primavera-cuando-yo-aún-era-joven".

El librole continuaba con sus explicaciones sin que, al parecer, mi opinión tuviera ninguna importancia.

- Cuando pases esta página, mi mensaje, mi presencia y nuestra conversación no podrás recordar pero en tu mente queda mi semilla que prosperará y guiará tu mano y tu mente a partir de ahora. Adiós y suerte; sé que no nos defraudarás. Recuerda sólo una cosa: los sentimientos brotarán de tu corazón.

III

Al parecer me había quedado adormilado con el libro abierto sobre las piernas, pero ¿cómo era posible que fueran ya las diez?. ¿Tanto tiempo había estado con la mirada perdida en esta página?. En mi cabeza resonaba una frase: ... "los sentimientos brotarán de tu corazón"... pero... ¿qué ocurría?. Bien, sin duda había echado una cabezadita.

- Quizá le escriba algo a mi abuelo para su cumpleaños, me sorprendí pensando, pues nunca se me había ocurrido escribir nada que no fueran los ejercicios de clase.

El siempre me dice que le hubiese gustado que alguien le hubiese dedicado un libro; bueno... un libro no le voy a escribir... ¡pero sí una carta!. Será una sorpresa para él que le regale una carta. Una carta que diga: "A mi querido abuelo..."

Esto que aquí os cuento lo he ido recordando a través de los años y de los libros que "de mi corazón han brotado". Aquella primera carta escrita con la mejor voluntad dio paso a un gran número de páginas que fluyeron de mi mano en un irrefrenable deseo de transmitir todos mis sueños y fantasías a los demás.

Cuanto más lo pienso, más claras se hacen en mi mente aquella mañana y aquella página 489 de un grueso y añoso volumen y, todavía ahora, tengo la sensación de que unos grandes y satisfechos ojos rosados miran por encima de mi hombro cuando escribo.

Por cierto, mi primer libro se lo dediqué a mi abuelo.

F I N


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