Una historia
cada día, un cuento
cada semana
Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía, domingo 5
octubre de
2003
1. Caminos en los Desiertos.
Dicen que dicen que al principio las tierras del mundo estaban vacías, que el universo todo era desiertos.
Hasta que un día de los viejos, viejos tiempos, aparecieron (vaya uno a saber en virtud de qué magias cocoliches) los habitantes de la historia. Y fueron estos hacedores de sobras y de memoria los que dieron vida a las cosas y las habitaron. Quizás tal vez acaso por esto la historia los llamó, para siempre desde entonces, vivitantes.
Muchos vivitantes de los desiertos aprendieron el arte de crecer en un lugar: fundaron pueblos, inventaron artefactos y nominaron sus raíces. Pero otros hubo que partieron a crear caminos.
Cuentan que cuenta que andando y andando modelaron su estirpe con aquello que hallaron en los rincones del ocaso, en las estrellas fucilantes, o en la tibia intimidad de algún destino.
Y dicen que dicen que iniciaron el oficio de contar los cuentos en todas las esquinas y con todas las voces. A estos vivitantes, a estos contadores de cuentos, a estos andantes de caminos y de pueblos, la historia los llamó fabuleros.
2. Los fabuleros.
Ya casi todos saben hoy en día que los fabuleros recorren el mundo contando los cuentos que cosechan por madrugadas o que engendran entre sueños y borrascas. También se sabe, aunque esto ya no es conocido por todos, que cada fabulero recorre los infinitos desiertos con el afán de hallar, en el fondo de su alma o en la fina ilusión del horizonte, un pueblo soñado.
Dicen que dicen que ése será el final de su camino y que allí enseñarán su arte vivitante hasta que el Viento de Ningunaparte los convoque al vuelo.
De tantas y tantas cosas que los fabuleros saben hay una que marca su sino: No se llega al pueblo soñado de un golpe en un instante, se llega dando un paso hoy y otro mañana; dejando atrás la mano que saluda, la despedida y el melancólico homenaje a lo vivido.
No se llega al pueblo soñado de un golpe en un instante, se llega dando un paso hoy y otro mañana; buscando hacia el futuro, bajo cada huella, la definitiva... mientras la eternidad eterne.
3. Cuando un fabulero llega al pueblo.
Cuando los fabulero llegan al pueblo dicen que hasta el viento deja de silbar para escuchar el sonido de los pasos que vienen entramados en un coro de viajes y relatos. Se dice también que los fabuleros no son ni jóvenes ni viejos, que suelen vestir largos sobretodos gastados o túnicas cual alas de gaviota. De sus espaldas cuelgan pañuelos y mochilas y es común ver asomar, por el balcón de sus casacas, algún títere dormido, relojes sin cuerda, libros de antaño o cajas sonoras.
Andan como por costumbre, sin dificultad, naturalmente llevados por la tierra.
Al llegar a un pueblo los fabuleros observan con esmero el tono que columpian las hojas en los árboles, el brillo perdido del tren que no volverá a pasar, la torre, el campanario y la oficina de correos hasta detenerse junto a los malvones de la plaza.
Ahí acuden a su encuentro palomas y gorriones, de algún bolsillo llueven migas de pan o semillas recolectadas por los senderos transitados.
Después, envueltos en una nube de alas y de trinos, los fabuleros acompañan al ocaso hasta el corazón mismo del poblado.
4. Pan y agua.
Con el atardecer de ronda por las esquinas del pueblo los fabuleros recorren casa y pasillos, escaleras y baldíos. Tocan las puertas, hacen sonar campanillas de llamado. Al ser recibidos solicitan un poco de agua para llenar sus tazas y un pedazo de pan. A cambio, ofrecen cuentos, historias que encontraron a lo largo del tiempo de los desiertos.
Recrean las voces de otras vidas, de otras conquistas, de otras porfías.
A este caudal de palabras, a este paseo por los laberintos de extrañas geografías, se lo llama desde siempre fabulación de los cuentos.
5. La taza al cielo.
Y dicen que dicen que el ritual de contar los cuentos se inicia cuando el fabulero lanza su taza al aire liberando destellos que brillan entre sus dedos.
Así, el tiempo que demore esa taza en caer nuevamente a tierra será el tiempo destinado a narrar. Podrá pensarse en la brevedad que implica este momento pero no debe subestimarse a la magia contenida en ese acto. Sé de algunos vivitantes que afirmaron haber estado días enteros aguardando la caída de esa taza. Y yo también lo afirmo: aquello que se libera cuando la historia se construye no puede medirse en valor de lo posible sino en virtud de lo deseado.
Y el contenido de esos cuentos es el deseo mismo del corazón puesto a latir en las llanuras de papel que siguen o en las voces de la historia que vamos a contar...
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