Un cuento para cada día
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,  6 de marzo de 2003

Tinieblas

Adriana Monsalve  amonsalve-aerotec@mi.terra.cl

Mis pasos, que dejaron de ser pasos, me dirigen, erráticos, sin saber yo su destino. Yo, sólo quiero estar lejos de las tinieblas insoportables.

Como en un sueño pavoroso, muevo los pies sin avanzar. Siento el hielo detrás mío. Un hielo insano, malvado. Quizás fuera una sombra alargando una mano yerta para impedirme continuar... ¿Continuar hacia dónde? Me siento un muerto que no acaba de morir. Sólo un alma vagabunda, encerrada en el horror de la noche tenebrosa.

Siomara ¿ por qué no estás conmigo? Tu suave aliento detendría el sonido castañeteante de mis dientes. Te alejaste, te alejaste y cuando lo hacías, reías; de mi reías. Con risa muda, es cierto, más reías.

- ¡ Este es el lugar preciso ! Bajemos del auto. ¡Tendremos una experiencia inolvidable! - me dijiste, y tu voz sonó insinuante. Era esta la primera tarde que aceptabas salir conmigo.

- Es el cementerio - te advertí - de noche está cerrado.

Sabías que lo era, y era allí donde querías llevarme. Subyugado por la magnífica promesa, te seguí, sumiso. Nunca te vi tan hermosa como en esos momentos de preámbulo. Vestida con esa túnica roja, suelto el cabello, parecías la encarnación de Helena de Troya en el acto de seducir a París. El perfume emanado de tu cuerpo, sólo puedo imaginarlo en Venus al salir de la espuma marina.

Caminamos por la obscuridad. Tu mano, ardiendo salvaje entre una de las mías; tu cabeza apoyada en mi hombro. Sin vacilaciones me guiaste por un sendero antiguo hasta una puerta disimulada por ramas, y por ahí, abrazados, intimamente abrazados, me hiciste pasar.

¡ Por estar contigo hubiera ido a cualquier parte!

" - Cuídate de esa mujer - me había advertido Ambrosio, dicen que es extraña.

- Dicen, dicen - respondí fastidiado. Todos dicen algo y sin saber quien lo inventó."

La luna, apareciendo al fin, iluminó el camino del Parque de los muertos y sus losas. Sin titubeos fuiste hacia aquella que al parecer buscabas, y enlazando ahora mis dos manos con tus dedos de hechicera, doblaste las rodillas, obligándome, con dulce firmeza, a seguir tu movimiento. Luego, así hincada, depositaste un beso sobre la helada superficie.

- ¡ Bésala ! - me ordenaste en un susurro.

- ¡ No...!

Entonces, abriendo la túnica roja, suave envoltura de tu cuerpo, me mostraste los desnudos pechos tentadores.

- ¡ Primero la losa, luego podrás besar aquí ! - señalabas el embrujo de uno de ellos.

El precio era alto, me vi indeciso, entonces, elevándote un tanto, y en el suspiro de un gemido, rozaste mi rostro con esa piel de seda palpitante. ¡Cómo negarse, sí me tenías enloquecido !... ¡Y besé la losa! Luego, cuando dejaste deslizar la túnica hasta el suelo, mostrando las radiantes formas de una diosa, recorrí tu cuerpo entero con la boca. Tus labios se pegaron a los míos, en tanto, con habilidad ritual me quitabas la ropa. Nos vi desnudos en un lugar jamás imaginado.

- Estamos profanando un sepulcro - logré musitar huyendo de tu embrujo por un pequeño instante.

- No es así. Sólo hacemos revivir a un hermano.

De pronto, un ligero destello brotó de uno de tus dedos. Miré con todo el asombro de que fui capaz en esos segundos. Llevabas un anillo. Nunca antes había visto ese anillo de diamante en tu mano. Jamás antes te imaginé envuelta en la túnica roja y vaporosa de esa noche.

- ¿ Te gusta? - preguntaste al advertir que lo miraba.

No supe responder a esa pregunta. ¿ Gustarme? En ese momento de irrealidad exaltada ¡ qué importancia podría haberle dado yo a una joya! Aunque ahora, más sereno, no, Siomara, no me agradó.

Y tendidos sobre el sepulcro de quien dijiste era tu hermano, toda cordura fue difusa. Tú, sobre mi aumentando sabiamente mi ansiedad. La tibieza del aire, lo negro de la noche, aplacado apenas por el rayo de la luna, el perfume místico huyendo de tu pelo... De pronto, no advertí por qué, aumentaba el éxtasis hasta hacerse insoportable.

Habías hecho un movimiento con tus brazos y acariciabas mi cuello. Sentí el ardor del corte que tu anillo hizo en él, luego, gocé el placer de tu boca succionando. ¡Bebías de mi sangre!

- ¡ Qué hemos hecho! - exclamé pasado ya el momento. Misteriosa, te envolvías en el rojo de la túnica. Antes había limpiado en ella la sangre del anillo.

- Adiós, Renato - sentí tu fría voz muy lejos, aunque permanecías a mi lado. La ternura anterior se había disipado. Te llamé inútilmente...

- ¡Espérame, Siomara!

- Sal por donde entramos - alcancé a escuchar, en tanto te alejabas. Luego de unos minutos de perplejidad absoluta, escuché el sonido del auto rodando por el camino..

Me habías dejado desnudo y sólo en compañía de los muertos. Empecé a temblar sintiendo la tortura informe del mareo, y giré sumergido en ese torbellino odioso. Debía vestirme. Superar el hecho de estar a medianoche en un camposanto. ¡ Ponerme la ropa y salir de allí... salir de allí...salir! Debajo de mis pies pareció temblar un silencio como escapado de la tierra o de la cavidad por nuestros cuerpos profanada.

Muy en contra de mis deseos, miré a mi alrededor. Indignada la niebla me rodeaba, me tocaba, anhelaba tragarme. La niebla y la obscuridad se habían hecho cómplices, opacando la claridad de la luna; permitiendo tan sólo ver la hilera de cruces, testigos implacables del lugar donde me hallaba. Risas, aullidos, amenazas quisieron entrar en mis oídos.

¡ Al fin me vi con ropas ! ¿ Cuánto tardé en vestirme? ¿ Segundos? ¿Eternidades? ¿Lo había hecho quizás lento? ¿ Lento, muy torpemente, venciendo la inercia de los brazos temblorosos, sintiendo además el sudor helado en la piel erizada?

- Siomara, la más hermosa ¿ puede alguien como tú ser una bruja ?

Debía encontrar la ruta de salida. Enceguecido, torpe como estaba, debía encontrarla. Los cipreses, y sus mil pequeños brazos, ensombrecían aún más los desolados senderos, y estos eran como esos terrenos movedizos y cambiantes de un juego electrónico siniestro.

Tu imagen, sacerdotisa macabra, pues recién comprendía, de sacerdotisa era tu atuendo, lo llenó todo por completo. ¿ Cual será esa exótica divinidad a quien rindes tu culto? ¿ Diivinidad de las tinieblas? ¿Divinidad malvada?

- Soy amiga de los muertos - fue esa vez, cuando llevaste una tabla de espiritismo a la oficina.- ¿ Llamamos a alguien?

Y todos nos quedamos hasta tarde para comunicarnos con Peñita, nuestro junior fallecido. Todos compartimos la experiencia, incluso aquellos, la mayoría, que riendo se decían incrédulos.

Muy seria hiciste la invocación.

- Juan Peña- tu voz reconcentrada - si estás aquí demuéstranos tu presencia.

Nuestros dedos, entre escépticos y ansiosos, siguieron la tablilla cuando empezó a deslizarse. Mi compañero me dio un codazo.

- ¿ Quien la estará moviendo, porque yo no soy ? - me dijo por lo bajo.

- Pe-pe-pe- ñita - llamó otro imitando la tartamudez de quien fuera el objeto de tantas bromas por parte nuestra - Pe-pe-pe-ñita, tra- tra- eme un c-a-ca-fé.

Y sucedió lo increíble. ¡ Un golpe rabioso e invisible, vació un escritorio de cuanto papel tenía encima!

¡ Enmudecimos! Tus ojos eran la eternidad profunda..

-¡ Qué maldad ! - dijiste - se había quedado con ustedes y lo han ofendido.

Y ahora, yo, a media noche en el cementerio, abandonado por mi amante, a merced de cuanto ser quisiera vengar los agravios hechos a Peñita. ¡Cuantas veces escondí sus llaves, esas que mostraba con orgullo, como hombre de confianza de la empresa.

- ¡ Peñita, no me persigas ! - me encontré gritando, o creyendo gritar. Mi garganta estrangulaba las palabras.

Todo era Peñita. Las sombras de los árboles lo eran. La brisa, su estertor de agonizante. Sus manos alcanzándome ¿ para qué? ¡ Sí! ¿ Para qué? La transpiración se detuvo un tanto para después volver copiosa.

En ese instante y lugar los razonamientos no sirvieron.

De pronto la luna, furiosa, se desprendió del firmamento. Potente cayó sobre mi, paralizándome. Algo o alguien fantástico se inclinó sobre este pobre ser despavorido, cuya boca se negaba a emitir el más pequeño grito.

- ¿ Qué hace aquí? - una apagada voz de hombre se escuchó tras su resplandor espeluznante.

Caí al suelo.

- ¿ Quien es usted? - volvió a preguntar recorriéndome con su potente farol.

- ¡Ayúdeme a salir ! - pedí en un murmullo de ahogado alivio, al comprender que era un guardia.

Cuando mañana vuelva a la oficina, Siomara lucirá una sonrisa radiante. La saludaré con un beso en la mejilla, su belleza angélical impide el más mínimo reproche.


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