Un cuento para cada día Alhaurín de la Torre, 11 de febrero de 2003
Delicada
José Mª Díaz de Tuesta. Santander España tuesta_jm@gobcantabria.es
Conozco a gente que no aprecia mi trabajo.
A menudo soy presa de la burla y en ocasiones de un disimulado desprecio. Me parece que ven en mi rostro un aire tétrico, así que procuro no frecuentar a los conocidos y muy de vez en vez paso por el bar a tomar una caña si estoy de libranza. Pienso que no saben nada. Toda la vida me he visto rodeado de ignorantes, gente que se forma una opinión sin conocimiento y se les hormigona dentro para siempre. Vivo en una jaula desde que iba al colegio y en ella no hay más que animales. Cómo podría hacerles entender lo delicada que es mi tarea cada día. La mezcla parsimoniosa de la tierra llena de alma y de vidas, la contemplación de los brotes que de desperezan tiernos entre el aire, la precisa alineación de las plantas, el detenido cálculo de su crecimiento, la elección reposada de los cromatismos. Cuánto más difícil aún sería poder hablar con calma a la gente que me rodea de mis pensamientos. De la forma que van tomando mis ideas al ritmo de estaciones y despedidas, de las lágrimas sinceras en soledad y de los llantos falsos de los días de multitud. Cómo decir que los muertos alimentan a mis plantas. Que ese iris azul del fondo aguanta fresco desde que trajeron al niño del accidente de Vallecas, que los crisantemos amarillos de la entrada bailan con el canturreo de la mercera de la calle Picasso, que el alibustre del panteón del ángel tira para adelante desde que trajeron al último señorito.
He pensado mucho sobre la mercera. Sobre su hijo que viene casi todos los días. Con él si hablo. A veces, incluso se me echa la noche encima y el insiste:
- Vamos, Gabriel, un cigarrito más.
Y me quedo y vuelvo a escuchar su queja de los médicos, de lo que su madre dio vueltas y más vueltas por clínicas de pago mientras la vida se le apagaba al niño. Aquella maldita enfermedad que se apoderó de él con tan solo doce años. A veces calla un rato y me pide: _Háblame de cómo era mi madre. ¿Siguió siendo guapa?. ¿Le iba bien el negocio?. ¿Hablaba de mí?
Soy el último en marcharme y cierro la puerta con delicadeza. Ahora me gustaría, de regreso a casa, pasar un rato por el bar y ver a los conocidos. Pero no lo haré. Volveré mañana temprano. Tengo cosas que hacer.
10/02/2003
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