Un cuento para cada día    Alhaurín de la Torre,  17 de febrero de 2003

Un Error de Cálculo.

César de Andrés  México D.F 102212.2134@compuserve.com

El sol brillaba sobre las innumerables filas de nuestro glorioso ejército, que nervioso permanecía en incierta formación. Nuestro líder, desde lo alto, nos arengaba.

  Por fin alguien capaz de unirnos en pos de un objetivo común, derrotar a nuestro ancestral enemigo, tan inferior en número y sin embargo ostentador de todos los títulos de autoridad.

  Tras una última mirada a los millares de obedientes soldados dispuestos a luchar hasta la postrer gota de su sangre por él, su caudillo indiscutible, dio la orden de avanzar.

  Miles de nuestros mejores soldados dejaron apresurados sus trincheras con una única idea, avanzar asolándolo todo a su paso, hasta llegar a las posiciones enemigas.

  El primero objetivo se descubrió, después de media jornada de agotadora marcha, en la cima de una gran colina de suaves pendientes. Atacamos sorpresivamente y se produjo nuestra primera victoria. El enemigo se retiraba sin habernos producido bajas de consideración. Apenas le dimos tiempo a levantar su campamento. Nuestras tropas se abalanzaban, eufóricas por el sabor del triunfo, sobre la gran cantidad de alimento dejado atrás en su huida por nuestro derrotado rival.

  Pero, de pronto nuestro confiado flanco fue atacado de manera despiadada. Volaban los cuerpos despedazados por todas partes. Cientos de nuestros mejores guerreros eran aplastados por un sólo golpe del adversario. Los que se libraban de tan brutal ataque, en su despavorida huida, apenas acertaban a explicar coherentemente lo ocurrido a los oficiales que les detenían en su carrera para saber que pasaba en lo alto de la colina.

  Balbuceaban que primero se producía una gran sombra sobre ellos, el aire se comprimía a su alrededor haciéndose pesado y los que no conseguían librase de esas tinieblas, eran aplastados hasta fundirse con el mismo suelo. Algunos, que se habían quedado justo al borde de la penumbra, avanzaban ahora renqueantes con medio cuerpo destrozado.

  Seguían llegando millares de los nuestros al campo de batalla. Los de atrás, desconocedores de la carnicería, empujaban con brío a los de adelante. El enemigo, incansable, proyectaba una y otra vez esa sombra asesina sobre el suelo y todos los que allí se encontraban en ese instante, hallaban una muerte horrible.

  Aunque nunca se oyó la orden de retirada, la desbandada sobre el campo de batalla era general. Nadie sabía a donde ir para evitar la mortal arma del enemigo. Los parapetos tras los que algunos en su desesperación se ocultaban eran igualmente aplastados sin resistencia alguna.

  Ante la aniquilación que estaba presenciado comencé a pensar en el gran error cometido por nuestro dirigente. Si, eran muy pocos en comparación a nuestras huestes, pero poseían armas que los hacían inalcanzables.

  Corriendo por encima de multitud de mutilados cadáveres, sin escondite posible, esperaba el póstumo golpe que hiciese que mis consideraciones estratégicas no tuviesen ya valor alguno, cuando de pronto, el aire se saturó de unas atronadoras vibraciones sonoras ininteligibles y la acción enemiga ceso.

  - ¡¡ Eugenio !!, ¡¡ Pepín !! ... ... ...

  - ¡ Niños se acabó el juego por hoy ! ... ¡ Dejen ya tranquilas a las hormigas !. ... ... ...

- La camioneta está cargada, nos vamos ya a casa. Regresen inmediatamente y límpiense primero ... ¡ No quiero ni un solo insecto en mi coche !


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