Este había sido un ángel bondadoso, pero frustrado.
Cansado de sus fracasos infinitos (diecisiete, que para él eran infinitos),
que incluso los llevaba expuestos en las hojas amarillentas de su libreta
roja (algunos dicen que era para que no se los envidiaran), los miraba, los
leía, los contaba, los sufría.
Su agonía y resignación era tal que un día, vaya a
saber Dios porque, se sentó en el banco de la plaza que visitaba muy a
menudo.
Un anciano que por allí pasaba vio su rostro carente
de luz, de las luz que irradian los ángeles, y sus alas que parecían que le
pesaban demasiado, como el "título" de ángel, que parecía que tocaban el
suelo, como sus sueños.
El hombre de los largos años (que todos los séptimos
días del mes iba a descansar a la plaza), se acercó y le preguntó:
- ¿Cuál es el motivo hijo mío por el cual te
encuentras de esta manera?
- ¿El motivo? Son tantos.
No pudo evitar que su mirada se nublara, una tras
otra cayeron las saladas, y ya familiares para él, lagrimas (un llanto
infinito o en realidad diecisiete, que para él significaban infinito).
-!No llores!, No quiero verte llorar más, porque
sabes un cosa los angeles no lloran.
- ¿Quiere decír que acaso yo no soy un ángel?
Aparte... ¿Usted qué sabe de
nosotros?
Este sacaba a la luz sus ya olvidadas actitudes
violentas.
- Se mucho más de lo que tu piensas o te puedes
imaginar. Por eso te digo en este preciso momento que sigas tu camino, alces
tus alas y rías infinitamente.
El hombre abrió su barba y de allí sacó una
anticuada pipa de madera junto a unos cerillos y se los dió al ángel.
- ! Mi pipa!- Respondó este- y recordó lo que
disfrutaba fumándola, las tardes bajo los árboles de parque Lezama ( en esos
tiempos era el hombre más feliz del mundo).
-Ahora ya sabes que lo que a mi me hace feliz es que
tú lo seas, yo tomare mi camino y tú el tuyo.
El ángel le tomó fuertemente las manos y se las
beso.
-Ahora también sabes que "el díablo sabe más por
viejo que por díablo" y a mi también me corresponde esa frase.
Hasta luego ,agregó.
El anciano se fue hacía el norte y el ángel hacia el
sur.
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...Y esta tarde bajo la arboleda de parque Lezama,
ya no recuerdo mi libreta roja, ni tampoco su contenido, mucho menos el
gusto salado de mis labios, sí lo recuerdo a él.
Enciendo un fósforo, prendo mi pipa y el humo
desaparece hacía el norte, como mis recuerdos y río,río infinitamente (que
para mi ya no significa diecisiete).
