Un cuento para cada día    Alhaurín de la Torre, 20 de enero de 2003

Cuento historiado

José Fernández Fernández. Alhaurin de la Torre.  Málaga.  tsgpepe@telefonica.net

A sus casi 80 años cuando murió, Marina era esbelta y espigada. Junco desafiante del tiempo que al final la doblegó enviándole la Parca y secar sus raíces, su vida, pero no el recuerdo de su insultante esbeltez  que tantas veces paseó por las calles del Barrio Bajo para envidia y admiración de sus contemporáneos. Andar acompasado, movía su sempiterno vestido negro a la altura de sus tobillos, mientras su cuerpo espigado se inclinaba suavemente por el peso de una jarra de leche que todos los días acarreaba para su venta de puerta en puerta. Su rodete bien trenzado era como un giraldillo, que culminaba su persona. Con calor o con frío  su indumentaria experimentó siempre poco cambio y su gusto cromático en el vestir siempre fue uno: el negro. No. Ella no quería imitar  a Felipe II y de otro lado la sangre derramada por Cristo era asunto baladí, pues cuando las miserias son tantas, la mente esta más ocupada en salir airosa ella y el cuerpo para quien trabaja todos los días, que en  disquisiciones teológicas   que pudieran plantear el alma y su presunta salvación. El luto de Marina  formaba parte de ella durante tantos y tantos años, que cien años más que hubiese vivido cien más lo llevaría. 

Cuando la vida  apenas comienza a andar en un niño, la muerte no encuentra lugar en su raciocinio  creyéndose por siempre inmortal y hasta muy entrada la adolescencia esta idea sigue rondando por los vericuetos inmensos y desconocidos de la mente. Por esta razón, necesité muchos años para entender como alguien como Marina se apegaba al negro, al dolor y a la muerte.    

A eso de las dos y media de la tarde, una música machacona me recordaba que en ese instante     las noticias del día nos traerían buenas nuevas  y con toda probabilidad, alguien muy importante habría inaugurado un pantano o que el comunismo internacional desde Moscú-no era buena esta noticia- ponía constantes zancadillas al progreso y bienestar de todos los españoles. Era entonces cuando Rosa, mi madre, me contaba historias pasadas de su familia, de sus padres, su hermano y de una terrible contienda que enlutó todas las ciudades de España.

Y he de decir que a tenor de lo leído en revistas de divulgación histórica, novelas y libros de historia, Rosa a pesar de su casi nula formación académica no se apartó ni un ápice de la realidad de aquellos momentos que a ella misma al igual que Marina les tocó vivir. 

A las cinco de la tarde de un día caluroso, Marina llevó a la estación del tren de la Calzada a su querido hijo Antonio. Antonio, Antonio, como resonaba ese nombre en su cuerpo ya marchito y su pensamiento fresco después de tantos y tantos años. Pensamiento que la atormentaba porque esa frescura la devolvía a esa tarde calurosa cada día, cada semana, cada mes y cada año. Antonio, su amado Antonio, su llorado Antonio, su hijo Antonio.

¿Quién pondría en ella el coraje para llevarlo a rastras hasta el tren? .¿Por qué acepto que quería a su hijo mejor muerto y honrado que fusilado y cobarde en una España que devoraba a sus hijos?. 

Nunca jamás Marina se perdonaría esa valentía que a la postre nada ni nadie le agradeció. Sólo un triste y escueto telegrama:   “ Su hijo Antonio Fernández González muerto en combate entre Tremp y Sort.Condolencias” . ¡ Tremp y Sort!. ¿ Y donde está mi hijo?, ¿Que quiere decir entre Tremp y Sort?. Dos pueblos y uno más de los miles de jóvenes que en el frente del Ebro murieron defendiendo no se sabe que, a quien o para que.  

Marina recuerda siempre las últimas palabras de Antonio cuando lo despedía en el vagón del tren: –“ Omaita “que me van a matar, que me van a matar.

A pesar de su carácter agrio y esquivo a Marina  le quedaba algo más que recuerdos dolorosos de un pasado reciente. 

Su nombre y su persona son los más conocidos allí por las playas de la Calzada o Bajo Guia.Sus nacarados pies son los primeros de todos los bañistas, que pisan las doradas arenas del Guadalquivir y las tímidas olas atlánticas que cual mariposas en flor se posan en las orillas de sus bonitas playas.

Muy de temprano, Marina empieza la tarea diaria de montar su refugio particular formado por sacos que sutilmente cosidos y trincados en cuatro palos, dan sombra para cubrir a todos sus nietos. Mas que toldo parece jaima de ahí que para algunos bañistas asiduos del lugar, (apellidos sanluqueños venidos a menos y no muy acostumbrados a toparse con la pobreza tan de cerca) aquel esperpento dañara la vista y desentonara con el incomparable fondo del Coto de Doñana.Razón no les faltaba, corazón sí. Por eso cuando alguna autoridad se acercaba –y no de oficio – por aquel espantoso sombrajo, no tenia más  remedio que dar media vuelta e irse al ver aquella patulea de niños alborotando por doquier y una anciana archí conocida que se cubrían del sol de Agosto en aquellos seis metros cuadrados de sombra.  

Ese era su reducto, su fuerte, su velo que la ocultaba de las miradas indiscretas, para no tener que responder airada a las miradas o risas de niños, jóvenes y no tan jóvenes cuando la veían fumar.

A las dos de la tarde cansada de responder a sus revoltosos nietos que aun no es la hora, Marina se levanta y a la voz de ¡vamos! el esperpéntico pero práctico sombrajo es pura ebullición. Todos ansiosos corríamos para disputarnos quien seria el primero en darse la primera zambullida en el agua. Carreras, risas, empujones, todo se lo tragaba la mar que como bálsamo milagroso refrescaba nuestras pieles morenas y limpiaba nuestros cuerpecillos de la blanca arena.

El segundo chapuzón ya en aguas profundas –medio metro- tatuaba nuestra piel con la verde alga, que si bien para la mayoría de turistas era un encordio, para nosotros – lo decía Marina –lo que en  la mar está, bien está.

Apenas empezado el baño Marina recoge su largo vestido y lo mantiene con sus manos a la altura de sus rodillas para que las olas no lo salpique. El ángel custodio comienza su tarea para controlar a sus alocados niños.

El límite para desahogar y aplacar tanta energía estaba en el medio metro de agua, que Marina imponía a todos. Aquel que osara traspasar aquella imaginaria línea, era el centro de la más dura reprimenda  de variado léxico  – tacos incluidos – con los que ella “rociaba” a cualquiera de sus nietos.

Su hija Rosa jamás consiguió que reprimiera o al menos disminuyera sus palabras mayores en público. Soltaba tales retahílas de palabras al viento de poniente, que cualquier bañista en un radio de  media milla sabia que a Marina se le había escapado algún infante más allá del medio metro de agua.

Siempre prometía duros castigos a todo aquel que hubiera osado traspasar los limites por ella impuesto, pero en su favor habría que decir que nunca cumplió ninguna de sus amenazas. –Mañana será otro día –, decía.

Fumaba mucho Marina y su apetito era mínimo, casi  de” economía de guerra”. Su verdadero sustento era su playa, donde disfrutaba con sus nietos y complementaba con  tabaco. Todos los días daba cuenta de sendas cajetillas de Ducados y  de Goya .Como todas las abuelas, ella también tenia su favorito, su preferido. Por esta incontrolable osadía del corazón, Marina ya había sentido los celos de algunas de sus hijas, pero la balanza del amor nunca está repartida  de manera equitativa cuando hay tanto y tantos a quien amar.

Con todos sus nietos pasaba todo el verano, con él todo el año. ¿Cómo no querer más a quien más tenia, si además era el más tierno, cariñoso y hermoso?.

Ahora ya no importa. Podemos hablar de él sin tapujos  con libertad y en presencia de la dignidad que te acompaña – quien sabe – por tu viaje en el infinito. Puede que no lo comprendas, que no quieras comprender. Nunca hiciste el esfuerzo de entender, asentir y aceptar que a veces la naturaleza desvía su camino.

Que importa ya Marina si tú lo sabías, si tu ya  sabes que hasta ahí llego y se paró tu sangre, igual que entre “Tremp y Sort”.

Tu otro nieto – el Pepito feo – sigue llevando su nombre y  el mismo adjetivo acentuado por el paso de los años. Mata el gusanillo que le transmitió su profesora de Lengua Española y un tal Cervantes intentando a duras penas  y torpemente transmitir a otros tu grandeza, tu dedicación y tu amor.

Habiendo sido yo tan feliz a tu lado aquellos años sesenta, no hubiera luchado nunca contra el destino que me unió a ti, porque de hacerlo me hubiese perdido el placer inmenso de sentir la  felicidad que tu nos diste a todos y porque treinta años después de irte aun eres capaz con tus historias – mis recuerdos –, de arrancar una sonrisa de admiración en tus biznietos Carmen Rosa y José Manuel.Donde quieras que estés o no estuvieras, te lo debo. Gracias Marina. 


Cuentos, relatos, historias, narraciones, leyendas, experiencias
Envíenos su historia y en pocos días estará puesta en la red con el título, su nombre, su ciudad y su
e-mail. Nuestro compromiso es insertar un relato breve todos los días del año en esta pagina
 y archivar de forma correcta los atrasados

Si desea que su publique su cuento: parapublicar@cuentosglobales.com
Para información, Federico Ortega: federico@andalucia.cc

                             
 


Andalucía
Comunidad Cultural