Un cuento para cada día
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,  22 de abril de 2003

Anastasia

JOSE tartucas@hotmail.com

CAPÍTULO I  LOS JUEGOS 

Hacía ya un año y medio que los padres de José y Helena se habían trasladado a la urbanización: Los Rosales. Habían cambiado el apartamento donde vivían en el centro de la ciudad por esta casa que, además poseía un sótano y un jardín delantero con una pequeña piscina. Se habían mudado porque ya casi no cabían los cinco. El quinto morador era su perra Utia de la que hablaremos poco, aunque ella sola tiene una historia como para llenar un libro. Antes, mucho antes de que José y Helena fueran ni tan siquiera un leve pensamiento en la cabeza de sus padres, estos iban en el coche cuando vieron a una perra callejera pequeñita y blanca en los soportales de un cuartel de soldados. La madre dijo:

¾ Pobrecita, vamos a llevarla a casa.

¾¡Que no! ¾ dijo el padre ¾ ¡Que un perro en una casa es una lata. Pero tanto insistió la madre que el padre claudicó.

¾ Bueno, abrimos la puerta del coche y silbamos. Si entra nos la llevamos y si no entra, se queda aquí.

Así lo hicieron.

Cuando nació José, Utia se convirtió en su guardiana gruñéndole a cuantos se acercaban a la canasta donde él dormía. Cuando dos años más tarde nació Helena hizo lo mismo, pero con el tiempo Helena la esclavizó convirtiéndola en su mayordomo, en su compañera de juegos, y no había día en que no apareciera Utia en el salón vestida con las más estrafalarias vestimentas que la imaginación de Helena podía inventar, y siempre con una casi humana cara de resignación.

Así pues se habían traído a la nueva casa todas sus pertenencias. Tanto las necesitadas como las inservibles, como sucede siempre, y es que los humanos somos reacios a desprendernos  de las cosas aún cuando ya no nos sirven para nada.

El sótano, que solo se usaba para guardar trastos, muebles antiguos y cajas llenas, seguramente de cosas que jamás se utilizarían como pasa en general, por olvido de los padres se convirtió en la zona de juegos de los niños acompañados siempre por su vecino Javier.

Javier tenía seis años, era bastante alto para su edad y un poco gordito pues siempre estaba comiendo. Su voraz apetito no distinguía horas ni perdonaba alimento ni chuche alguno. Siempre estaba dispuesto a todo y, a su manera, era un manitas como su padre. Se lo veía muy contento porque, por fin, su madre iba a traerle un hermanito muy pronto. Así serían cuatro a jugar.

No se puede decir que la urbanización estaba mal iluminada. Efectivamente contaba con farolas que iluminaban la noche, pero sí se puede decir que los árboles y demás objetos que hay en las calles creaban zonas de sombra. Estas sombras eran aprovechadas, aquella noche, por una gata que aún no sabía que se llamaba Anastasia. Iba andando sigilosamente buscando las penumbras en aquella calle de la urbanización.

 Andaba atenta, expectante, con su enorme rabo, peludo como él solo, completamente vertical. A cada paso quedaba quieta escudriñando con sus enormes ojos redondos su alrededor. La delataba el pelo blanco de su panza y un triangulo igualmente blanco en el hocico, mezclándose el resto del pelo con las sombras que buscaba, por ser negro como la noche. Si alguien la hubiera visto, hubiese adivinado que estaba preñada a juzgar por la enorme barriga que tenía.

Estaba cansada y hambrienta y su único deseo era encontrar un sitio tranquilo, alejado de la gente y de los coches para poder parir, pues la naturaleza le indicaba que ya estaba cercano el momento.

Anastasia, como era un gato, con su vista de gato vio una rendija abierta en una ventana que había a ras del suelo, en una de las casas de la urbanización. Cansada como estaba, pensó que entre las dos opciones que se le presentaban, a saber: una, quedarse por las calles y tener a sus gatitos en cualquier lugar, donde sus hijos, seguro,  pasarían frío y ser atacados por otros animales. Dos, meterse por aquella rendija y buscar un sitio tranquilo, un techo y un lugar calentito que ofrecerle a su prole.

El sótano donde entró estaba oscuro, si acaso una débil claridad se deslizaba por unas ventanas rectangulares que había en la pared de enfrente. Estaba lleno de muebles y cachivaches que se le escapaban a su comprensión de gata. Con las pocas fuerzas que le quedaban, husmeó por el sótano hasta que encontró una puerta entreabierta que daba a un cuarto diminuto, donde un motor funcionando le proporcionaba un ronroneo lo más parecido al de los gatos. No podía saber que era el motor de la pequeña piscina que había en el jardín por donde acababa de pasar. Se acostó a descansar en un montón de viejos periódicos y antes de poder dar gracias por encontrar un sitio tranquilo, se quedó dormida al arrullo del ronroneo metálico.

Helena tenía 4 años, pero su mente despierta la hacía parecer mayor. Tenía unos ojos enormes y casi tan redondos como un gato y tres remolinos en el pelo, lo que había hecho que su madre desistiera en el empeño de dejárselo largo, así que lo llevaba corto y siempre de punta.

Andaban los tres en el sótano, como cada día desde que les dieran vacaciones en el cole, hurgando en una caja que contenía los trajes de disfraces y ropa de los padres que ya no usaban, y seguramente no usarán ya nunca.

Helena se vistió con los trapos más raros que encontró. José y Javier reían al verla así.

¾ Zoy una princeza  ¾ dijo muy ofendida por las risas de los niños.

¾ Anda ya, si las princesas tienen una varita mágica y tú no la tienes ¾le respondió José.

Helena puso cara de frustración y desapareció por las escaleras que conducen a la casa mientras Javier y José seguían buscando la ropa y los disfraces más vistosos. Al cabo de un rato, volvió Helena más seria que un ajo y sin el pestañear de sus enormes ojos se plantó delante de aquellos dos incrédulos. Llevaba, Helena, un trapo de cocina en la cabeza a modo de corona, el tapete de ganchillo que cubre la mesita del salón sobre la espalda y una escoba enarbolada a guisa de varita mágica. Al  no hacerle caso ninguno de los dos gritó:

¾ ¡Y ahora, zoy una princeza o no?!

¾ Sí es verdad, ahora sí que eres una princesa. Siéntate en esa caja y quédate quieta, quieta como las princesas ¾ le dijo José.

Helena fue andando muy despacio y muy tiesa. Tanto para que no se le cayese la corona de trapo de cocina, como para aparentar esa solemnidad que tienen las princesas y se sentó lentamente en el trono que le había indicado su hermano, con la varita mágica apoyada en el suelo. Parecía, de esa manera, que los pelos de la escoba eran los rayos que cualquier varita mágica que se precie debe lanzar. Desde allí, siguió los juegos de los niños sin mover un solo músculo de su cuerpo, como una verdadera princesa. Pasado un rato se dio cuenta de que no eran las princesas las que llevan varita mágica, sino las hadas, por lo que un color carmín fue inundando sus mejillas y avergonzada y a modo de represalia dijo:

¾ Ahora ya no voy a zer máz una princeza, ahora voy a zer un cocodrilo.

Lo dijo con voz siniestra. Se quitó el mantelito y el trapo de cocina y poniendo las manos una encima de otra se las llevó a la boca y con gruñidos que asustarían a un cocodrilo de verdad se tiró contra los dos niños abriendo y cerrando briosamente sus mandíbulas que no manos, lo que dejaba entrever sus dos filas de dientes, que no dedos. Esto produjo la desbandada de los niños saltando por entre los muebles y las cajas del sótano entre risas y golpes.

José tenía la mala suerte de que cuando le daba la risa floja caía sin fuerzas al suelo sin poder moverse, cuanto menos defenderse. Esta situación era aprovechada por el cocodrilo para zampárselo a sus anchas. Javier vino en su ayuda y empujó al cocodrilo para evitar su fácil festín.

¾ ¡Me has pegado!. ¾ dijo Helena volviéndose a Javier.

Se hizo un silencio en el sótano mientras que las caras de Javier y José, con la boca abierta y ojos fijos en Helena, tenían una expresión de indefinible incredulidad.

Helena no entendía por qué se habían vuelto tan raros estos niños.

¾ ¿Dilo otra vez? ¾ pidió José con cara de ver una aparición.

¾¡Me has pegado!. ¾ volvió a repetir entre ofendida por sentirse vapuleada por su hermano y asombrada ante las caras de los dos.

Javier, atónito y señalándola con un dedo dijo:

¾ Ha dicho me has pegado, ya no habla con la zeta.

¾¡Me has pegado!. ¾ insistió Helena ufana de su rápido crecimiento. ¾ ¡Me has pegado!.

José escandalizado subió corriendo las escaleras

¾ ¡Mamá, mamá, Helena habla con las eses!

Detrás Helena, solemne, subía la escalera despacio mientras se sentía crecer, mientras saboreaba el fin de su niñez y pasaba a engrosar las filas de los mayores. La madre estaba en la cocina, adonde llegaron los dos niños corriendo y gritando.

¾ ¿Qué pasa? ¾ preguntó la madre. Javier y José hablaban atropelladamente sin que la madre pudiera entender nada de lo que decían. En este momento entró Helena en la estancia y los dos niños quedaron mudos mirándola con los ojos y la boca muy abiertos. La madre volvió la vista a Helena insistiendo en la pregunta y Helena la miró muy seria diciendo:

¾ ¡Me has pegado!.

¾ ¡Helena, ya hablas con las eses! ¾ dijo la madre, y lo dijo en un tono de tal admiración que Helena pensó que era el día más feliz de su vida

¾¾ le contestó.

Helena estuvo todo lo que quedaba del día repitiendo la misma frase ¾ ¡Me has pegado!. ¾ ¡Me has pegado!.

Se lo decía a las macetas, a la lámpara, a la puerta del cuarto de baño, a Utia que, ante una posible represalia por la incierta denuncia, corría a esconderse debajo de la mesa de camilla rezándole a Pluto para que no la encontrase. Así hasta que llegó el padre quien también aplaudió el final de su niñez.

Helena era ya una adulta más y como tal se comportaría.


 

CAPÍTULO II   EL DESCUBRIMIENTO

 

A la mañana siguiente el timbre de la puerta resonó tímidamente y la madre fue a abrir.

Era Javier.

¾ ¿Tan temprano? ¾ dijo la madre de Helena.

¾ Sí, es que mis papas aún no se han levantado. Y me han dicho que desayunara yo solo, pero no sé hacerme leche caliente.

¾ Anda, pasa, están en la cocina. Ve para allá que enseguida te preparo un desayuno.

Allí estaban Helena y José bebiéndose un buen vaso de leche y comiéndose las galletas, lo que hizo que a Javier se le llenara la boca de saliva.

¾ ¿Qué vamos a hacer ahora?. ¾ la pregunta surgió de José una vez terminado el desayuno.

¾ Podríamos ir a la piscina.  ¾ apunto Javier.

¾ No, que aun no habéis hecho la digestión ¾ aseveró la madre desde el fregadero donde lavaba los vasos y platos usados en el desayuno.

¾ Puez noz vamoz al zótano a penzar ¾ ofreció Helena. Así lo hicieron y se encaminaron alborozados al sótano.

Allí sentados, en los cajones que había debajo de la ventana del fondo, Javier propuso jugar a los piratas.

¾ Zi, pero loz pirataz tienen un gorro de pico en la cabeza ¾ interpeló Helena mientras recordaba a ese famoso pirata que había visto en un libro con un gorro de pico y una mano en el pecho metida por dentro de la casaca.

¾ En el cuarto del motor hay periódicos, podríamos hacernos nosotros los gorros ¾le contestó José.

¾ Puez vé tú a por el “pedriorico” ¾ dijo Helena señalándolo y utilizando la voz de pensar “siempre me toca a mí”.

¾ No, que vaya Javier ¾ dijo José a su vez señalando a Javier.

¾ No ¾ dijo Javier señalándola al mismo tiempo. ¾ Que vaya Helena.

Así estaban señalándose unos a otros cuando Helena dijo con la voz de pensar “efectivamente, siempre me toca a mí”:

¾ Eztá bien, voy yo, pero el máz bonito de loz zombreroz zerá para mí. ¾ y se dio la vuelta dirigiéndose al cuarto del motor. La puerta gimió un poco, como de costumbre, al abrirla.

¾ ¡Andaaaaaaaaa, una ardilla!

¾ Que va a ser una ardilla, aquí no hay ardillas, además lo dices para que vayamos ¾ interpeló José

Pues mi papá dice que las ardillas están siempre donde menos te las esperas. ¾ dijo Javier

La gata despertó de su letargo. Se notaba dolorida y hambrienta. Se despertó por el ruido de la puerta al abrirse y por la exclamación de Helena al localizarla. Miró con sus ojos redondos a los redondos ojos de Helena y maulló débilmente pidiéndole comprensión y a ser posible un desayuno.

¾ ¡Me eztá mirando y habla como loz gatoz!. Ezta ardilla zabe idiomaz. ¾ dijo Helena y siguió mirándola atónita.

¾ Mira, voy a ir, ¾ dijo José ¾ pero sé que no hay nada. Voy a ir aunque luego te rías de mí, pero me da igual.

Al llegar a la puerta quedó perplejo al descubrir a la gata entre los periódicos.

¾ Andaa, si es verdad!

¾ No pienso ir, ¾ dijo Javier ¾ me dan igual las ardillas, además queréis reíros de mí.

Como no le hicieran caso ni José ni Helena a lo que decía Javier, y en vez de insistirle seguían con la mirada fija en algún punto del interior del cuarto del motor, Javier no tuvo más remedio que acercarse hasta la puerta.

¾ Bah, no es una ardilla, es un gato ¾ exclamó al verla.

¾ No ez un gato, ez una ardilla y ez mía que para ezo me la he encontrado yo ¾ dijo Helena.

Anastasia, que aún no conocía su nombre, quiso explicarle a los niños todo lo que le había pasado. Les dijo que estaba cansada de escapar de todos los sitios, que le habían pegado en una pescadería, que la había atropellado un repartidor de pizzas, que se encontraba hambrienta y cansada y que estaba preñada. Les pidió por favor que la dejaran estar allí para descansar y que más tarde se iría. Les pidió algo de comer si tenían. Pero los niños solo escucharon unos maullidos flojitos y vieron dos rayas verticales metidas en dos rajas horizontales que los miraba desde los periódicos.

Javier le contestó: ¾ Es un gato. ¿Cómo va a ser una ardilla? . Las ardillas vuelan y eso no tiene alas.

¾ Poz zi ez una ardilla. Mira como tiene el rabo lleno de pelo, lizto, que erez un lizto. Que yo laz he vizto como zaltan de un árbol a otro en televizión. Loz gatoz no tienen tanto pelo en el rabo.

¾ Pues no es una ardilla, es un gato. Además tu eres aún muy pequeña para saber la diferencia entre una ardilla y un gato ¾ le dijo Javier.

¾ ¡Me has pegado! ¾ le contestó Helena muy seria y ofendida, con lo que dejó claro que ella no era pequeña.

José, puso fin a la pelea que se iniciaba diciendo:

¾ No, Helena. Es un gato. Pero a lo mejor es una gata porque tiene barriga.

¾ Puez mi profe tiene barriga y no ez una gata ¾ dijo Helena mientras recordaba al orondo Don Manuel.

¾ Y mi mamá también tiene barriga y no es una gata ¾ dijo Javier ¾ Tiene barriga porque esta esperando un hermanito para mí.

Se produjo un silencio en el que solo se oía a Anastasia pidiendo algo de comer. Se miraron los tres y casi a la vez dijeron:

¾ ¡Va a tener gatitos!

La gata intentó levantarse para irse de allí. No entendía la conversación de los niños. Pensaba que se estaban peleando por ella, porque no querían que estuviese allí. Sería mejor desaparecer.

¾ ¡Se quiere ir, se quiere ir! ¾ gritó Javier.

¾ ¡No, Jozé, no la dejez que ze vaya ¾ imploró Helena.

¾ Entretenedla mientras le traigo algo de comer a ver si así se queda ¾ dijo José mientras subía las escaleras corriendo. Por el camino oyó a Helena gritar  ¾ No le digaz nada a mamá que noz la quita.

A los pocos segundos volvió a bajar con un plato tapado con papel de aluminio.

¾ ¿Qué has traído? ¾ preguntó Javier.

¾ No sé, ¾ dijo José ¾ lo primero que he cogido del frigorífico.

Abrió el papel y resultó ser salchichón cortado en rodajas a modo de aperitivo.

¾ ¿Zabéiz zi loz gatoz comen zalchichón? ¾ Preguntó Helena con cara de incredulidad.

¾ No lo sé ¾ respondió José ¾ pero es lo primero que he pillado. Además mamá estaba cerca y no he podido mirar más.

Pusieron el plato delante de la gata y ella comenzó a comer despacio, pero todo. El cansancio, el saber que los niños no le iban a hacer nada y el haber comido algo, la llevaron de nuevo al sueño.

¾ No hagáis ruido, que se ha dormido, dijo José, vamos a sentarnos para pensar que hacemos.

Se sentaron entre los muebles y las cajas y cerca de la ventana del fondo.

¾ Lo primero que tenemos que hacer es ponerle un nombre ¾ dijo Javier. A lo que Helena se apresuró a proponer:

¾ Ya eztá, ze llamará Copito de Nieve.

¾ Anda ya ¾ replicó José ¾ Copito de Nieve...

¾ ¿Por qué no? ¾ preguntó Helena.

¾ Porque es un nombre cursi y además porque la nieve es blanca y la gata es más negra que el cerote.

Helena quedó callada un rato

¾ ¿Qué ez cerote? Le pregunto al hermano.

¾ No lo sé, pero mamá dice siempre “es más negro que el cerote”

No quedó muy satisfecha Helena con esta explicación, pero Javier siguió con la retahíla de nombres y no podía permitirse ninguna otra ocupación mental que no fuese la disputa por el nombre de la gata.

¾ Ya sé, ¾ arguyó Javier ¾ puede llamarse Chocolate. El chocolate es negro pero también puede ser blanco. Y la gata es negra y blanca.

¾ No, ¾ saltó enseguida Helena ¾ porque chocolate ez hombre, zi acazo chocolata, ¾ mientras se la imaginaba envuelta en papel de plata, tan rica.

Javier apuntó una nueva propuesta: ¾ También se puede llamar Eloisa como mi hermanito si es niña.

¾ No, ya sé, se va a llamar Anastasia, como mi seño ¾ apuntó José

¾ Ezo, para ezo ze llama Don Manuel como mi profe. ¾ Indicó Helena.

¾ Aleeee, ¾ dijo Javier ¾ si es una gata ¿cómo se va a llamar Don Manuel?

¾ Pues entonces se llamará Anastasia, ¾ aseveró José.

¾ Claro, porque eztaz enamorado de tu zeño, ¾ dijo Helena, lo que provocó una subida de color a la cara de José.

¾ ¡Eso es mentira! ¾ Se defendió y para disimular su rubor le tiró cuantas cosas encontró a mano a su hermana.

¾ Callaos ¾ dijo Javier ¾ la vais a despertar.

¾ Vamos a votar  para ver que nombre le ponemos ¾ dijo José ¾, yo voto por Anastasia.

¾ Yo voto por Anastasia también, ¾ se definió Javier.

¾ Poz yo por Don Manuel, ¾ dijo muy seria Helena.

¾ Pues entonces, decidido, se llamará Anastasia, ¾ apuntó Javier.

¾ Maldita zea, ¾ rumió Helena ¾ ze va a llamar toda la vida como eza eztúpida. ¾ y se imaginó a la gata con gafas y vestida con aquel ridículo traje de pantalón que solía llevar la seño Anastasia y más negra que el cerote, mientras todos los gatos del barrio se reían de ella.

¾ ¿Qué comen los gatos? ¾ preguntó José trayendo de nuevo a la realidad a Helena.

¾ Poz qué van a comer, poz lo mizmo que loz perroz, ¾ aseveró Helena ¾ poz, poz... comida y chuchez y...,y...

Javier apuntilló ¾ Si, pero cuando se está preñada se comen otras cosas, mi madre se hincha de fresas con nata que mi padre tiene que ir a comprarle porque si no llora.

¾ ¡Frezaz con naaaataaa!. ¿De donde zacamos frezaz con nata?

Preguntó Helena casi desconsolada, pensando que si no tenían fresas con nata la gata podría morir de inanición.

¾ Que no, que yo lo sé, que lo que más le gusta a los gatos es el pescado ¾apuntilló José.

¾ ¡Puaj! ¾ dijo Helena ¾ no me guzta.

¾ Pero ¿de donde lo vamos a sacar? -preguntó José.

¾ En mi casa hacen de vez en cuando ¾ dijo Javier.

¾ Pues hay que decirle a mamá que haga pescado.

¾ Pero a mí no me guzta.

¾ ¡Tonta! Si no es para ti  ¾ aclaró José ¾ además si te tienes que comer un poquito tampoco te va a pasar nada. ¿Qué quieres, que se muera de hambre?

Helena sopesó un rato esta frase y se imaginó una lápida con una inscripción que decía: “Aquí yace Anastasia, muerta porque Helena no quiso comer pescado”. Y en la televisión, a la hora de comer, que es cuando ponen las barbaridades más gordas, “En una casa de la urbanización “Los Rosales” ha muerto Anastasia porque Helena se negó a comer pescado”, y las cámaras de televisión en la puerta de la casa grabando las escenas de cuando la policía saca a Helena esposada y la meten en un coche celular.

Helena subió a la casa y fue hasta donde estaba su madre.

¾ Mamá, hoy quiero comer pezcado.

Extrañada la madre se le quedó mirando como quien ve a un extraterrestre.

¾ ¿Qué me dices? Si nunca te lo comes.

¾ Pero hoy zí.

¾ Me dejas pasmada. ¿qué te ha pasado?.

¾ Nada, pero quiero pezcado.

¾ Bueno pues te haré bacalaicas fritas.

¾ ¿Eze ez el mejor? ¾ preguntó Helena pensando que ya que tenía que hacer el sacrificio, al menos que el pescado fuese el mejor.

¾ Todos son buenos, Helena, pero este está riquísimo. Si de verdad te lo comes, te regalaré una sorpresa.

¾ Vale, ¾ dijo Helena mientras volvía de nuevo al sótano. Ya la imagen de ella esposada por la muerte de Anastasia había desaparecido para dar paso a la entrega de los Premios Nóbel donde recibía el de la Paz mientras una voz en of hablaba: Se lo entregamos a Helena por el inmenso sacrificio hecho al comerse unos repugnantes pescados para salvarle la vida a Anastasia. Así que le hacemos entrega de un camión lleno de chucherias”. Antes de llegar a la puerta que da a las escaleras del sótano se volvió a la madre:

¾ Dame un euro mamá.

¾ ¿Para que lo quieres?

¾ Para comprarme chuchez.

¾ Bueno toma, pero que te acompañe José, no quiero que vayas sola por las calles. Pero es para los tres, además no os toméis todas las chuches que luego no os coméis el pescado tan rico que os voy a preparar.

¾ Que ziiiii mamááá...

¾ Mamá, ¿qué ez un cerote?.

¾ Es una mezcla de pez y cera que usan los zapateros para encerar los hilos con que cosen los zapatos.

¾ ¡Puaj! ¾dijo Helena para sí ¾ Tenía que zalir el maldito pez.

Helena abrió la puerta que da a la escalera del sótano y llamó:

¾ ¡Jozé, Javier, venid que tengo un euro que me ha dado mamá para chuchez. Vamoz a comprar!.

Subieron José y Javier y Helena repitió:

¾ ¡Tengo un euro, me lo ha dado mamá para comprar chuchez. Vamoz a ver zi hay chuchez para gatoz.

En la tienda se suscitó una polémica sobre las chuches que deberían o no comprar.

¾ Gominolas no, que se le pueden caer los dientes, ¾ argumentó José.

¾ Puez nubez y... ¡regaliz! ¾ gritó jubilosa Helena por haber encontrado una palabra con zeta.

¾ Andaaaaaaaaaa, eso tiene también azúcar. Tiene que ser algo sin azúcar ¾ apuntó Javier.

¾ Puez que no ze loz coma, me loz como yo. Que el euro me lo han dado a mí.

José se acercó a la dependienta ¾ ¿tienen chuches sin azúcar?

¾ Pues sí, las pipas, cacahuetes, garbanzos tostados... hay muchos. Están en aquella estantería.

Se acercaron a la estantería indicada.

¾Andaaaaaaaaaaa!!! Mirad.... eztoz zi que zon para gatoz... ¾ dijo Helena señalando unas galletitas diminutas con forma de pez.

¾ Bueno, ¾ apuntó José ¾ llevaremos estas para Anastasia y de los que se caen los dientes para nosotros ¿eh?.

Los tres estuvieron de acuerdo, por lo que pronto estuvieron de vuelta en el sótano con los preciados manjares. Anastasia, efectivamente, dio buena cuenta de las galletitas en forma de pez, lo que mentalmente anotaron los niños para futuras ocasiones. Lo que no sabían era que si se las comió todas fue porque tenía un hambre de mil demonios y hubiera sido capaz de comerse las nubes y demás golosinas, sin importarle mucho el estado en que quedaran sus dientes después de la comilona. Tampoco ellos se quedaron mirando mucho tiempo a ver como comía la gata, sino que prestaron más atención, cada uno, a las chuches  que se zampaban los otros dos, no fuera a ser que se pasaran de listos cogiendo más de las debidas.

Una vez acabado el banquete, Javier dijo en tono preocupado:

¾Bueno, ya sabemos que le gustan las galletitas con forma de pez y el pescado, pero no todos los días nos van a hacer pescado en nuestra casa,ni vamos a tener un euro, así que hay que pensar que otras cosas le podemos dar de comer.

¾ Le podemos robar comida a Utia ¾ propuso Helena.

¾ O podemos robarle a algún gato que haya en la urbanización ¾ apuntó José.

¾ ¿Queréis que vayamos a la cárcel? ¾ preguntó Javier. ¾ Además no sabemos donde vive ningún gato por aquí cerca. Tenemos que preguntarle a alguien que sepa ¾ y quedó pensativo.

CAPÍTULO   III  EL VETERINARIO 

¾ ¡Oye! Hay un veterinario al final de la calle, ¾ dijo José, que al notar la cara de extrañeza de Javier se dirigió a Helena ¾ sí, el que le puso la madera en la pata a Utia, ¾ cómo no iba a recordar Helena el día que se empeñó en montarse encima de Utia como si fuese un caballo de carreras.

¾ Pues le podemos preguntar a él ¾ dijo Javier.

¾ No podemoz, ¾ argumentó Helena ¾ eze hombre conoce a papá y a mamá, y ze lo dirá y ze la llevaran.

¾ Pues hay que inventarse algo ¾ aseveró Javier ¾ Podríamos preguntarle como si fuera un trabajo para el cole, así no se dará cuenta.

Helena se levantó.

¾ Helena, ¿dónde vas?

¾ A verla, ¾ contesto ella.

¾ ¡Pues no, déjala que está durmiendo!

Se oyó la voz de la madre desde la casa.

¾ Helena y José, a comer, y tú Javier, ha llamado tu madre diciendo que te vayas inmediatamente a tu casa también.

¾Bueno, esta tarde, cuando abra, iremos al veterinario ese amigo de tus padres. En cuanto termine de comer me vengo a tu casa” ¾ cuchicheo por lo bajo Javier para que no lo oyera la madre.

¾De acuerdo” ¾ cuchichearon a su vez Helena y José mientras todos se levantaban y subían la escalera camino de la comida, excepto Helena que iba camino del patíbulo, dado el poco amor que le tenía al pescado.

Cuando Helena se sentó a la mesa y vio aquella enorme fuente de pescado presidiendo el centro, dejó volar su imaginación y no se extrañó al ver entrar por la ventana a un zapatero, que cogiendo los pescados los mezcló con la cera que se sacaba de una oreja y se ponía a coser zapatos como un loco. Llevaría ya al menos 10 zapatos cosidos cuando oyó la voz de su madre.

¾ ¡Helena, despierta ya y ponte a comer!

Al final de la comida, Helena, había sisado tres pescados que había liado en la servilleta que tenía encima de las piernas y José solo uno. Eso y todo que la madre estaba más pendiente de Helena que de José. Además  estuvo a punto de pillarla cuando se levantó a buscar algo en un armarito, con lo que le dio la espalda a Helena y con ella la oportunidad de sisar un nuevo pescado de la fuente. Pero la mala fortuna quiso que en ese momento la madre se volviera.

¾ ¿Qué haces Helena?. No toques ahí, si quieres más me lo dices y te pongo yo ¾ apoyándose en estas palabras, la madre le sirvió otro pescado mientras le decía.

¾ ¿No ves como están buenos? Y pensar que tú nunca querías ni probarlo.

La cara de Helena transmitía un mar de  sensaciones contradictorias. Por un lado la sonrisa dedicada a su madre que hablaba de lo rico que estaba el pescado y por otra parte el rictus derivado del esfuerzo que estaba haciendo para tragarse “aquello”.

A José, por otro lado, esta escena le produjo su característica risa floja que hizo que la madre lo expulsara momentáneamente de la cocina y se oía, desde el salón, su  risa derramándose por el sofá. De tal forma perdía las fuerzas josé, que se le cayó de las manos la servilleta que contenía el pescado que tanto esfuerzo le había costado sisar, y Utia, sentada a su lado, dio buena cuenta de él sin que José pudiera hacer nada por evitarlo.

Mientras, Helena, terminó de tomarse aquel pescado a la vez que se imaginaba a José nadando en un río lleno de cocodrilos pidiendo socorro sin encontrar la más mínima ayuda.

Ni qué decir tiene que la gata dio buena cuenta de todos y cada uno de los pescados birlados en la cocina.

Mientras la gata comía aquellas bacalaicas, Helena y José no paraban de mirarla.

¾ ¡Mira Helena, se están moviendo los gatitos!

¾ ¡ZI ez verdad!

Efectivamente la barriga de la gata no paraba de moverse como si alguien empujara desde dentro.

¾ Embelesados como estaban observando los movimientos de los gatitos dentro de Anastasia, a José le asaltó una duda:

¾ Que raro.... ¾ pensó en voz alta ¾ no ha hecho caca ni pipí ninguna vez.

Este misterio pilló desprevenida a Helena que jamás había pensado en esa posibilidad, y se quedó pensativa sin decir nada. En ese momento llegó Javier al que le contaron su preocupación sobre las cacas y los pipís. También se quedó pensativo y al rato dijo:

¾ Pues se lo tenemos que preguntar al veterinario también.

¾ ¿Y zi rezulta que lo que tiene dentro no ez un gatito, que ez caca y pipí, y por ezo eztá tan gorda? ¾ Sugirió Helena, rogando para sus adentros que no explotara en ese momento anegando el sótano de porquerías.

Esta revelación los preocupó a los tres por lo que decidieron irse a la clínica del veterinario en ese mismo instante.

¾ Venga Javier entra tú ¾ ordenó José, aunque con poca convicción.

¾ No, yo no

¾ ¿Por qué? Si es solo preguntarle

¾ ¿Por qué no entras tú?

¾ Ire yooooo, ¾ dijo Helena orgullosa de ser más atrevida que aquel par de mocosos.

Helena entró en la clínica veterinaria y se sentó en una silla en la sala de espera. La sala solo la ocupaba hasta ese momento una señora enormemente gorda con un perro enormemente chico que se perdía entre los pliegues de su falda. Helena y el perrito estuvieron un buen rato midiéndose con la mirada, hasta que el perrito comenzó a gruñir enseñando unos dientes mal colocados. La señora le dijo que no se preocupara, que michito no mordía.     

Pobre señora, debería haber estado más preocupada por el perrito que por Helena.

Cuando salió el veterinario a despedir al cliente que estaba con él en el despacho, Helena se puso en pie y  preguntó:

¾ ¿Qué comen loz gatoz?. ¾ El veterinario no la oyó y ni tan siquiera la había visto. Una vez despedido el cliente, se dirigió a la señora del perrito enano ¿siguiente? Preguntó.

¾ ¡Que comen loz gatoz! ¾ Chilló Helena.

La miró el veterinario y le dijo: ¾¿No eres tú la hija de José?

¾ Zí, ¾ fue su escueta respuesta ¾ ¿qué comen loz gatoz?

¾ ¿Los gatos?, ¿tenéis un gatito?

¾ ¡No! ¿Qué comen loz gatoz?

¾ Espérate un ratito que enseguida te atiendo ¾ dijo el veterinario.

Al cabo de unos minutos salió despidiendo a la señora y a michito.

¾ Dime, ¿Por qué quieres saber qué comen los gatos?

¾ Porque ez un trabajo para el cole de la zeño Anaztazia.

¾ Pero Doña Anastasia es la seño de los mayores, que mi hija va allí y es mayor que tú.

¾ Ez para mi hermano, que le da vergüenza venir.

¾ Pues no se que decirte, los gatos deben llevar una dieta equilibrada. Un gato adulto, o sea que tenga más de un año, solo requiere una dieta de mantenimiento. En las tiendas venden este alimento. Mira ¾ siguió hablando mientras se levantaba y cogía una bolsita de comida para gatos ¾ esto es comida para gatos, se la das a tu hermano y que lea las instrucciones. De ahí puede sacar algo. Dile que la alimentación de perros y gatos es diferente porque, por ejemplo, los gatos requieren taurina en su dieta y los perros no. 

Helena absolutamente ajena a la explicación no paraba de asentir a cada una de las explicaciones que le estaba dando el veterinario.

¾...A un gato no se le puede dar comida de perros. Pero a un gatito no se le puede dar una dieta de mantenimiento...

Observó el veterinario que, Helena, andaba perdida en la explicación por lo que volvió a levantarse y tomando un pequeño libro en la mano se dirigió a ella.

¾ Mira, te vas a llevar este libro. Es sobre la nutrición de los gatos en todas las edades y situaciones. Pero dile a tu hermano que me lo tiene que devolver cuando acabe el trabajo.

¾ Graciaz.

Como viera el veterinario que Helena no se levantaba, muy al contrario, seguía con su mirada penetrante fija en sus ojos, le preguntó:

¾ ¿Tienes alguna pregunta más, Helena?

¾ ¿Por qué loz gatoz no hacen caca ni pipí? ¾ soltó Helena su pregunta.

¾ ¿Qué? ¾ preguntó el veterinario aunque había entendido la pregunta.

¾¿Por qué loz gatoz no hacen caca ni pipí? ¾ preguntó de nuevo.

¾ Claro que lo hacen. Además son los animales más limpios que existen. Cuando viven en una casa hay que tener cuidado de ponerle un cajoncito con arena. Ese será su cuarto de baño. Nunca lo harán en otro sitio. Los que viven en la calle ya tienen arena para hacerlo. Pero siempre, siempre tapan y esconden la caca y el pipí para que no huela. Hay que tener cuidado y cambiarle la arena cada cierto tiempo. Existe también una arena que venden y que elimina los malos olores porque....

En este punto Helena estaba ya saturada de información y, como siempre ocurría, cerró los conductos de entrada de información y esperó, muy educadamente, a que el veterinario terminara su explicación. Y dándole las gracias, salió al exterior.

¾ Que te ha dicho? ¾ la pregunta salió de los labios de José en cuanto Helena traspasó la puerta de la clínica.

¾ No zé. Me ha dicho muchaz cozaz, pero no me he enterado de nada.  Ademáz ze ha hecho un lío con loz toroz y loz perroz y loz gatoz y laz nutriaz. Me ha dado ezto ¾ dijo enseñándole la bolsita de comida y el libro que le había prestado ¾ y dice que el libro ze lo tienez que devolver.

¾ Andaaa, es comida ¾ Adivinó Javier.

Mientras volvían a casa, Helena, ajena a la conversación entre José y Javier, iba pensando en sus cosas: ¿sería que los gatos comen toros?, ¿si ella fuera un gato sería ya viejecita?, ¿Las nutrias tenían la misma edad de los gatos?, ¿Hacían los gatos dieta para no engordar?, ¿Sería que Anastasia no hacía dieta y no estaba preñada?

¾ Loz gatoz zon un misterio ¾ se le escapó a Helena, lo que provocó caras de extrañeza en José y Javier.

¾ ¿Qué te ha dicho de la caca? ¾ preguntó Javier.

¾ Puez que zí hacen caca y pipí, pero como zon muy limpioz lo hacen en arena, y zi no tienen arena ze van a la arena de la calle y el ayuntamiento ze la cambia cada tiempo por arena que no huele.

¾ Anda, claro, Anastasia sale al jardín para hacer caca y pipí ¾ dedujo José.

Poz tendremoz que llamar al Ayuntamiento ¾ aseveró Helena

Cuando llegaron al sótano, José se dispuso a abrir la bolsa que contenía la comida para gatos mientras observó:

¾ Tenemos que saber más de los hijos.

¾ Puez tu erez un hijo ¾ apostilló Helena

¾ Sí, pero me refiero a los hijos que aún están en la barriga, y como salen, y todo... ¾ aclaró José.

¾ Tú, ¾ dijo dirigiéndose a Javier ¾ le podías preguntar a tu madre.

¾ ¡¿Y agua?! ¾ preguntó José de pronto ¾ No ha bebido agua desde que ha entrado.

¾ ¡Andaaaaa! ¾ dijo Helena mientras se imaginaba a Anastasia arrastrándose por el desierto con la lengua fuera, y sin más preámbulos subió corriendo y bajó de nuevo como una exhalación, llevando en una mano un vaso de agua que puso cerca de los periódicos.

A todo esto, Anastasia no se creía la suerte que había tenido al entrar en este sótano. Parecía una sultana, ahí, tumbada, mientras sus súbditos la regalaban con los más exquisitos manjares.

 

CAPÍTULO IV   EL PRIMO ALBERTO 

¾ ¡Helena, José! Ha venido vuestro primo. ¿Le digo que baje al sótano?

El anuncio que acababa de hacerles su madre desde la entrada al sótano los petrificó a los tres. Menos mal que el trance duró un segundo tan solo.

¾ ¡NOOOOOOO! ¾ gritaron los tres a la vez, Y tan fuerte que Anastasia Levantó la cabeza oliendo el peligro. Pero no hubo tal, porque los tres a la vez y a ver quien corría más se lanzaron por las escaleras como si fueran cohetes.

¾ ¿Vamos a jugar a los vestidos en el sótano? ¾ dijo el primo Alberto desde sus 5 años.

¾ ¡Nooo! ¾ volvieron a corear los tres al unísono.

¾ ¿Quieres que vayamos a mi casa? ¾ se ofreció Javier mirando a Alberto para de esta forma evitar ser descubiertos.

¾ No.  ¾ dijo su madre ¾ Os quedáis a jugar aquí

¾ Pues vamos al sótano ¾ insistió Alberto.

¾ No, venid, venid, vamos al jardín, ¾ apuntó como salida José.

¾ Si, pero nada de piscina, ¾ dijo severamente la madre de Alberto.

¾ ¿Quierez que buzquemoz a Utia? ¾ preguntó Helena.

Las visitas del primo Alberto siempre pillaban desprevenida a Utia, que se veía abocada a los abrazos incontrolados y besos no deseados del visitante. Pero Utia había desarrollado un sentido especial que detectaba  la entrada de Alberto en la urbanización y desaparecía misteriosamente para volver a aparecer minutos después de su partida. Excepto aquella vez que Alberto se quedó a dormir en la casa y Utia tuvo que acceder de mala gana a compartir la cama.

¾ No está ¾ dijo compungido Alberto.

Estando en el jardín volvió a preguntar ¾ ¿Por qué no podemos ir a jugar a los disfraces en el sótano?

¾ Puez porque allí vive una ardilla que va a tener gatitoz. ¾ dijo Helena sin poder contenerse.

¾ ¡Eres tonta, Helena! ¾ le recriminó José.

¾ ¡Yo quiero verla, yo quiero verla! ¾ gritaba Alberto con su cada vez más desagradable voz de pito, y tan alto y tan chillón que la madre se asomó preguntando:

¾ ¿Qué pasa?

¾ ¡Que yo quiero verla, que yo quiero ver la ardilla! ¾ decía Alberto mientras los demás ahogaban las súplicas con sus propios gritos

¾ Como sigáis gritando os vais cada uno a una esquina del jardín sin moveros hasta que nos vayamos. ¾ gritó la madre de Helena asomándose a la puerta.

Helena sopesó esta salida y la vio justa. Iba a seguir gritando para que los obligaran a ir cada uno a su esquina cuando José se acercó a Alberto cuchicheando con voz cavernosa:

¾ Alberto, si quieres vamos al sótanoooo, pero antes pasaremos por la cocina para echarte ketchup y mayonesa por encima, porque la ardilla come carne de niño, pero le gusta comérsela con salsaaaa.

Esta sutileza de arrastrar las oes y las aes precisas hicieron que al Primo Alberto comenzaran a cosquillearle los pelos de la nuca en su base.

¾ Si, es verdad, ¾ aseveró Javier ¾ y con patatas.

¾ Ademáz, ¾ añadió Helena ¾ necezitamoz muchoz niñoz porque ez muy, muy grande y va a tener gatitoz y tiene que comer mucho. Y zobre todo le guztan laz tripaz y ze laz arranca para...

¾ No me lo creo, ¾ atajó Alberto sin mucha convicción, pero no volvió a insistir.

Estaban todos concentrados en poner migas de pan en la puerta de un hormiguero viendo como las laboriosas hormigas, creyendo que era maná caído del cielo, y muy contentas por eso, se dedicaban a introducirlas en el minúsculo agujero que era la puerta de su casa. Alberto puso una enorme miga lo que provocó una regañina por parte de Javier:

¾ ¿Qué haces?, ¿No ves que eso no cabe por la puerta?. Hay que echarle miguitas más chicas.

¾ Ah ¾ fue la escueta respuesta de Alberto, quien recogió la enorme miga y fue convirtiéndola en trocitos casi inapreciables a simple vista.

En un momento determinado, José dijo:

¾ voy a hacer un pipí ¾ y levantándose se encaminó a la casa.

Javier se levantó y lo siguió diciendo:

¾ Yo también.

Había pasado un buen rato y a Helena se le encendió una lucecita en el cerebro ¾ “eztoz no eztán haciendo pipí, eztoz eztán viendo a Anaztazia” ¾ con lo que le entraron unas ganas enormes de hacer pipí.

¾ Voy a hacer pipí, Alberto, te quedaz de capitán de laz hormigaz, ten cuidado y no lez echez pedazoz muy grandez.

¾ ¡Qué haces aquí! ¾ le regañó José cuando la vio entrar en el sótano¾ ¿no ves que es capaz de venir?

¾ zí, y vosotros zí y yo no. Ademáz eztá muy ocupado con laz hormigaz.

Pero no fue así ya que Alberto era un latazo, pero no era tonto y pensó con gran acierto que hacer pipí no era cuestión de más de media hora que llevaba allí solo y aburrido, con un montón de hormigas que ya le corrían por los brazos.

Entró a buscarlos.

¾ ¡José! ¡Helena! ¿Donde estáis?. ¾ No estaban en sus dormitorios y cuando llegó al salón tampoco los encontró.

¾ ¿Qué te pasa, Alberto? ¾ le preguntó su madre.

¾ Que no sé donde están José y Helena.

¾ Deben estar en el sótano, que es que hay que ver estos niños, que últimamente no salen de él. ¾ Esto último lo dijo mirando a su hermana con un asomo de preocupación que se volatizó en un segundo para seguir hablando de cosas de mayores.

¾ Alberto se fue acercando a la puerta del sótano y cuanto más se acercaba, más despacio iba. Al llegar quedó quieto y su madre extrañada preguntó:

¾ ¿Qué te pasa, Alberto? ¿Por qué no bajas? ¿Es que os habéis enfadado?

Como Alberto no contestaba y tampoco abría la puerta, se levantó la madre de Helena y fue hasta la misma y abriéndola pregunto de voz en grito:

¾ ¡José, qué pasa, por qué no quiere bajar Alberto?

José contestó inmediatamente.

¾ Sí, mamá, dile que baje, pero que se traiga el bote de ketchup por favor.

¾ ¿No ves como no pasa nada, Alberto; anda ven que te de el bote de ketchup y te bajas con ellos.

Alberto no podía controlar el castañeo de los dientes ni la cara de miedo y mirando a su tía salió corriendo a refugiarse en los brazos de su madre, sin dejar de vigilar la puerta del sótano.

La madre de Helena y José se quedó extrañada y los llamó:

¾ ¡José y Helena, subid inmediatamente aquí.

Subieron los tres corriendo y cuando asomaron la cara por la puerta, Alberto refugió la suya en el cuerpo de su madre.

¾ Qué ha pasado? Preguntó la madre.

¾ Nada, mamá, que Alberto no quiere bajar al sótano con nosotros. ¾ respondió José.

¾ ¿Es eso cierto? ¾ preguntó la madre mirando a Javier que sin decir nada asintió varias veces.

¾ ¿No quieres jugar con ellos? ¾ le preguntó a Alberto su madre ¾ Anda, vete a jugar.

¾ Noooo ¾ dijo Alberto que agarrándose fuertemente a su madre explotó en llanto.

¾ Además, el ketchup lo quieren para mí, para que me coma una ardilla. ¾ prosiguió entre hipos.

¾ ¿Qué te tienes que comer una ardilla?, ¾ le preguntó su madre.

¾ No, que me coma ella a mí. Que tienen una ardilla que come niños, pero le gustan con ketchup ¾ contestó Alberto entre sollozos mal controlados.

Mientras la madre de Alberto lo consolaba diciéndole que era mentira y todas esas cosas que dicen las madres, la madre de Helena y José les dijo a los niños:

¾ ¡Habéis estado asustando a Alberto! Sois malos y os merecéis un castigo. Cada uno a su habitación y tú, Javier, a tu casa inmediatamente. ¾ volviéndose a Alberto que seguía en el regazo de su madre le dijo:

¾ Ya está Alberto, ahora, si quieres, puedes bajar tú al sótano a jugar a los vestidos, que eso sí te gusta.

Alberto la miró con una cara que decía NO con letras de neón.

Los niños obedecieron las ordenes de la madre y Alberto no se separó de la suya hasta que se fueron, aunque seguro que esa noche no durmió muy bien y se hizo pipí en la cama en vez de hacerlo en un cajón de arena que no huele.


 

CAPÍTULO    V   ATANDO CABOS

 

 

A la mañana siguiente, Javier, esperó pacientemente a que su madre se levantara y se comiera una buena ración de fresas con nata, que su padre, previamente, había ido a buscar a no se sabe donde.

Cuando Javier calculó que su madre estaba receptiva le dijo:

¾ Mamá ¿cuándo vas a tener al hermanito?

¾ Pues... el mes que viene, ¿por qué lo quieres saber? ¿acaso estas ya deseándolo, verdad?

¾ No, es qué.. Bueno sí, claro que lo estoy deseando.. pero lo que quiero saber es como es.

¾ ¿El bebe?

¾ No, como lo traes.

¾ Pues te explicaré, el bebé viene metido en una bolsa como de plástico que se llama placenta que a su vez está llena de un liquido que se llama amniótico que es de donde está alimentándose mientras está dentro de mí.

¾ Cuando esa bolsa se rompe quiere decir que me tengo que ir al hospital para que nazca el niño.

Pensativo... ¾ ¿Entonces tiene que ser un médico el que lo saque de ahí dentro?

¾ No tiene por qué, yo nací en la casa de mis padres con tan solo la ayuda de una vecina, pero eran otros tiempos. Ahora, para mayor seguridad, se acude a un especialista en traer niños al mundo.

¾ ¿Y como sabes lo que tienes que hacer?

¾ Hijo, la naturaleza es sabia. Cuando llegue el momento ella misma se encarga de decirme como y lo que tengo que hacer.

¾ ¿Quieres venir mañana conmigo a las clases que estoy dando sobre preparación al parto?

¾ Pues... bueno.

¾ Si quieres, mañana te vienes conmigo y así te enteras mejor.

Las emociones que sentía Javier iban desde la duda más temerosa a ir con su madre a las clases pre-parto, hasta la necesidad imperiosa de hacer de tripas corazón y observar todo lo que tuviera que ver con el problema que los tres tenían en el sótano.

Más eufórico que otra cosa, corrió hasta la casa de los vecinos.

¾ ¿Qué te ha dicho? ¾ preguntó José en cuanto Javier apareció en el sótano.

¾ Que cuando llegue el momento la naturaleza le dirá lo que tiene que hacer. También me ha dicho que antes los niños venían con la ayuda de los vecinos pero que ahora, como los vecinos no saben, tienen que estar con un médico.

¾ Andaaaaaaaaaaaa, y que vamoz a hacer.... no podemos llamar al médico porque ze enterarían papá y mamá, y tampoco podemoz llamar a loz vecinoz.

¾ Pero mi mamá me va a llevar mañana a unas clases que dan en el hospital para aprender. ¾ dijo Javier saboreando la ventaja que tenía en ese momento sobre sus amigos.

¾ Ziiiiiiiiiiiii?????????????? Yo quiero también.

¾ No, tu no porque no eres hija. Solo pueden ir los hijos.

¾ Pero zoy vecina y azí cuando tu mamá tenga otro hermanito no tiene que ir al hozpital. La puedo ayudar yo.

¾ Anda ya, Helena. Que tu eres muy chica todavía ¾ exclamó José.

¾ ¡Me has pegado! ¾ dijo muy seria para demostrar su mayoría de edad.

¾Bueno, también me ha dicho que los niños vienen metidos en una bolsa como de plástico que está en la placeta y que está llena de líquido agnóstico y que cuando se rompe empiezan a nacer.

Un gemido de la gata los hizo callar y se acercaron despacio hasta la cama de periódicos en que estaba la gata. La encontraron tumbada y jadeando.

¾ ¡Mira, mira, mira....se le está moviendo la barriga! ¾ apuntó José.

¾ Bah, eso no es nada en comparación a como se mueve mi hermanito en la barriga de mi madre. ¾ dijo Javier orgulloso de que su hermanito nuevo se moviese más y mejor que los gatos de Anastasia.

¾ ¡Que zuzto! Anda que zi ze pone a dar la luz...

¾ Tenemos que ir otra vez al veterinario para preguntarle.

¾ Zí, pero ezta vez vaz tú.

¾ No, Helena que él ya te conoce a ti.

¾ Zí, y a ti que zabe que eztaz en la claze de zu hija.

¾ Pues vamos todos ¾cerró la conversación Javier

Helena, enfrascada en sus pensamientos preguntó,

¾ Javier, ¿te ha dicho tu mamá zi la bolza tiene azaz?

Pues... no sé si tiene asas, no se me ha ocurrido preguntarle.

¾ Y... ¿qué ez líquido agnóztico?

¾ ¡Tonta, ¾ dijo José ¾ qué va a ser, pues sopa!

Se fueron los tres de nuevo a la clínica veterinaria y sentados ante su cerrada puerta esperaron la llegada del veterinario.

Mientras esperaban, Helena, veía dentro de la barriga de Anastasia una bolsa de plástico del supermercado llena de sopa donde comían un sinfín de gatitos, todos ellos negros como el cerote.

¾ Hola José, hola Helena, y... ¿tú eres? ¾ decía el veterinario mientras abría la puerta de la clínica.

¾ Javier, ¾ respondió el interpelado.

¾ ¿Qué tal va el trabajo para la seño Anastasia, José? ¿Te ha servido de algo el libro que le presté a tu hermana?

Sin esperar contestación terminó de abrir la puerta y dijo: ¾ Pasad ¾ y caminó hacia su despacho seguido de los tres.

¾ Sentaos un momento que debo hacer una llamada ¾ y cogiendo el teléfono marcó un número. Los niños se miraron entre sí. Helena pensó que la llamada era a la policía para decirles que tres niños tenían secuestrada a una gata en contra de su voluntad y cerró los ojos esperando de un momento a otro que entraran los GEO con ametralladoras y la cara tapada por esas bufandas para llevárselos a los tres.

No sucedió nada. Terminó la conversación telefónica y preguntó:

¾ ¿Qué os trae por aquí?

Como quiera que José y Javier quedaran mudos momentáneamente, tomó la palabra Helena:

¾ ¿Cómo hacen laz ardillaz para tener gatitoz?

¾ Las ardillas no pueden tener gatitos, Helena, las ardillas tienen ardillas, los gatos gatitos y las personas tienen niños.

¾ ¿No ves? ¾ Interpeló José ¾ ¿que tú eres muy chica y no sabes nada de ardillas ni de gatos?

¾ ¡Me has pegado! ¾ contestó Helena.

¾ ¿Le has pegado? ¾ le recriminó el veterinario a José.

¾ No, es que es lo único que sabe decir con ese y lo dice para parecer mayor.

¾ Ah, ¾ dijo el veterinario mirándola con arrobo ¾ pues a mí me parece bastante mayor. Está hecha una verdadera señorita

Helena, ante esa declaración, ya se veía en la puerta de una iglesia cogida del brazo del veterinario mientras se escuchaba la marcha nupcial, “Quieres al veterinario por esposo..., decía un cura cuando la detrajo de sus pensamientos la voz del veterinario:

¾ ¿No es sobre nutrición el trabajo?

¾ No, es de todo sobre los gatos, y ahora queremos saber qué hay que hacer para que vengan al mundo, ¾ dijo José.

¾ Pues... realmente nada ¾ aseveró el veterinario. La naturaleza es sabia.

¾ ¿Lo ves?, como mi madre, ¾ dijo muy ufano Javier al comprobar que su madre sabía tanto como el veterinario que tenía una clínica.

¾ ¿Qué le pasa a tu madre? ¾ inquirió el veterinario.

¾ Que va a tener un bebé.

¾ Pues, sí, es cierto. Si no hay complicaciones, la gata sabe perfectamente lo que tiene que hacer llegado el momento. La única diferencia está en el tiempo de gestación, que en la mamá de Javier es de nueve meses y en los gatos es de sesenta y tres días. Bueno, ¾ prosiguió el veterinario ¾ otra diferencia es que los gatitos nacen tan chiquititos que parecen ratones, sin pelo y van creciendo rápidamente.

¾ ¿Qué ez geztación?

¾ El tiempo que tiene que estar el bebé en la barriga de la madre hasta que se termine de hacer.

¾ ¿Y quien lo hace? ¾ siguió inquisitiva Helena.

Él solo, y por un proceso complicado que ya estudiareis cuando seáis mayores.

Pero Helena no creía que un bebé se hiciera solo y vio en su imaginación una barriga, dentro de la cual una legión de veterinarios estaban haciendo un bebé de gato, que luego Anastasia traería al mundo rompiendo la bolsa de plástico llena de líquido agnóstico, con fideos, en medio de la placeta.

¾ Entoncez... ¿no hay que llamar al médico ni a laz vecinaz?

¾ Naturalmente que no. Solo si hay complicaciones y hubiera que hacer una cesarea.

¾ ¿Qué ez una cezára?

¾ Pues es cuando los gatitos se atrancan al salir. Si sucede así habría que abrir la barriguita de la gata para sacarlos de allí.

Helena volvió a sumergirse en su imaginación, viendo un tubo atrancado y Anastasia panza arriba con una raja en la barriga por donde salían un montón de gatos, ardillas e incluso el hermanito nuevo de Javier.

¾ ¿Y como se sabe cuando va a tenerlos? ¾ preguntó José detrayendo al instante a Helena de sus pensamientos.

¾ Cuando deja de comer durante uno o dos días, le vienen unas contracciones, ¾ en este momento miró a Helena mientras decía, contracciones son movimientos involuntarios de los músculos de la barriguita que empujan a los gatitos hacia afuera. Normalmente ¾ prosiguió hablando para los tres ¾ suelen tener entre tres y seis gatitos. Si tuvieran más, habría que ayudar en la alimentación con biberón.

Como se callaran todos, el veterinario se dirigió a José.

¾ Bien, cuando te surja alguna duda más venís a verme de nuevo, que yo estaré encantado de ayudarte en tu trabajo.

Y diciendo esto se levantó del asiento invitando a los niños a salir de la clínica.

Mientras salían, Helena, le preguntó:

¾ ¿Por qué loz gatoz no pueden tener loz hijoz en laz cazaz?.

¾ Claro que sí lo tienen en las casas, ¿por qué lo  preguntas? ¾inquirió curioso el veterinario.

¾ Porque la mamá de Javier dice que ze tienen en la placeta. 

¾ Sí, pero es que ese es el nombre de la bolsa de plástico que tiene dentro ¾salió en defensa de su madre Javier.

¾ Placenta, Helena, placenta. ¾ diciendo esto el veterinario dio por concluida la conversación.


 

CAPÍTULO   VI   EL PARTO

 

 

Si ansiosos estaban José y Helena porque llegara de una maldita vez Javier de las clases de parto, más ansioso estaba Javier, ya que cuando llegaron a su casa salió corriendo, sin despedirse de la madre, a casa de los vecinos.

¾ ¿Qué ha pasado? ¾ preguntó José.

¾ Pues nada que hay que soplar y chillar y hacer gimnasia en el suelo.

¾ ¿cómo?

¾ Vamos a hacerlo. Helena tu vas a ser la gata y estas gorda.

Helena buscó por el sótano y encontró un osito de peluche que se metió en el vestido. Ahora si que estaba gorda de verdad.

¾ Ahora te tienes que poner en el suelo, y nosotros también.

Helena tiesa como un palo estaba en el suelo y callada con los ojos muy abiertos mirando al techo.

¾ Noooooooooo, ¾ dijo Javier ¾ Tienes que respirar como los toros. Helena impertérrita dijo ¾ ¡Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!

¾ Oleeeeeeeee, ¾ regañó José ¾ eso son las vacas.

¾ Zí, ¾ argumentó Helena incorporándose ¾ pero loz toroz no tienen toritoz y laz vacaz zí.

Se tumbó de nuevo y repitió: ¾ ¡Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!

¾ Bueno, ¾ dijo Javier ¾ entonces nosotros tenemos que hacer lo mismo.

Se tumbaron los dos y los tres al unísono repitieron.

¾ “Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu”

A José comenzó a darle su risa particular.

¾ ¡Erez tonto!

¾ Como te riaz máz me voy.

¾ No, no, no, espera, ya no me río.

¾ Ahora, ¾ siguió dirigiendo Javier ¾ tienes que chillar.

¾ Tienes que decir ay, ay, ay, y aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhh y soplar muy seguido así: UF UF UF UF

Helena tumbada tiesa como debe ser, los ojos pendientes de lo que ocurre en el techo repitió: ¾ ay, ay, ay, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa ¾ y comenzó a soplar ¾ UF UF UF UF

José no pudo aguantar más la risa y cayó hecho un ovillo al suelo, sin poder menear un solo músculo, mientras entonaba una risa inacabable.

¾ Poz ahora me voy ¾ dijo Helena, y sin quitarse el osito de peluche de la barriga, se encaminó escaleras arriba.

Cuando la vio la madre le preguntó:

¾ ¿Qué llevas ahí?

¾ Eztoy embarazada, muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!, ay ay ay aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, y voy a tener gatitoz. UF UF UF UF 

La explosión de risa de la madre no fue menor que la de José.

¾ Eztan todoz tontoz, ¾ pensó Helena, y quitándose el osito de peluche se fue a ver la televisión.

¾ ¡Helena, Helena, corre! ¾ subía la escalera José saltando los escalones de dos en dos, gritando como un loco ¾ ¡Helenaaaaa!, ¾ y chocó, literalmente, con su madre al abrir la puerta que da al salón.

¾ ¿Qué pasa?, ¿A qué vienen esos gritos? ¾ le reprendió la madre.

¾ Nada, nada, es para que se venga a jugar. ¾ respondió muy alterado José.

Helena, sentada en el sofá, ni siquiera se dignó a mirar la escena. Estaba enfadada por las risas de antes.

José, mirando a Helena, le dijo:

¾ Anda, Helena, vente a jugar con Javier y conmigo, deprisa.

Mientras decía esto se fue acercando a Helena que no le hacía el menor de los casos. José llegó hasta su altura y poniendo su cara entre la televisión y la cara de Helena dijo:

¾ Vente a jugar con nosotros.

Mientras hablaba, gesticulaba con la cara intentando transmitirle a Helena más de lo que le decía de palabra.

La escena estaba siendo observada por la madre desde la puerta de la cocina, por lo que José se acercó a la oreja de Helena y le cuchicheó algo que hizo que, esta, se levantara automáticamente y se dirigieron hacia la puerta del sótano corriendo. Cuando repararon en la madre, que estaba un poco mosca por los trajines que se traían los dos, se pararon en seco y dirigiéndole una sonrisa comenzaron a andar despacio.

¾ Decidme ahora mismo qué está pasando, porque si no voy al sótano y os echo de allí a los tres. ¾ dijo la madre.

¾ ¡No!, ¡Mamá, no! ¡No bajes, que es una sorpresa! ¾ exclamó José viendo que la madre iba a descubrir todo si bajaba.

¾ Seguro que tenéis todo el sótano hecho una porquería. Os doy diez minutos. Dentro de diez minutos bajo y lo quiero ver perfectamente arreglado. ¾ terminó la madre la conversación.

Mientras bajaban José puso en antecedentes a Helena hablando flojito para que no lo oyera la madre: ¾Está teniendo las contracciones esas en la barriga”.

¾ ¿Qué? ¾ cuchicheó a su vez Helena alarmada.

 ¾Que la barriga se le está poniendo dura de vez en cuando, a lo mejor son las contracciones. ¾ repitió José.

¾ ¿Qué ha pasado Javier? ¾ preguntó José cuando llegaron al cuarto del motor, donde estaba Javier sin quitar ojo a Anastasia.

¾ Todavía nada, pero de vez en cuando le da eso en la barriga. Contestó Javier.

¾ ¿Por qué hablamoz bajito? ¾ preguntó Helena sin quitar ojo a la gata.

¾ Si es verdad, ¾ apuntó José ¾ era para que mamá no nos oyera.

¾ ¡Anda, mamá! ¾ prosiguió hablando José mientras se palmeaba la frente ¾ Ha dicho que iba a bajar dentro de diez minutos. Como baje veras.

¾¿Que va a bajar tu madre? preguntó nervioso Javier ¾ Andaaaa, ¿Qué vamos a hacer?.

Helena, sin dejar de mirar a Anastasia, aseveró muy segura de ella:

¾Mamá no va a bajar. No conocez a mamá.

¾ Si que baja, ¾ aseguró José ¾ y además tenemos que arreglar todo el sótano y guardar los trajes en su caja.

¾ Pero aunque baje ¾ dijo Javier ¾ no tiene por qué ver a la gata. Le cerramos la puerta y ya está.

¾ Mamá no va a bajar ¾ replicó Helena impertérrita.

¾ Es igual, aunque no vaya a bajar vamos a arreglar esto un poco. Dijo José mientras se encaminaba a la zona donde solían sentarse para sus juegos. Javier lo siguió y Helena se quedó mirando a la gata.

¾ ¡Helena, que tú también tienes que ayudar, vente! ¾ gritó José.

Helena, sin ninguna gana, obedeció a la llamada. ¾ Jó, ahora que eztá dando la luz!.

El trabajo quedó realizado en menos de diez minutos y José propuso quedarse allí sentados a esperar a que la madre bajara.

¾ No va a bajar. ¾ dijo Helena cansinamente.

¾ ¿Qué no?, ¿Y tú por qué lo sabes? ¿Acaso eres adivina? ¾ la interpeló José enfadado.

¾ Ya veraz, ¾ y diciendo esto, Helena, se acercó hasta el pié de la escalera y desde allí gritó con todas sus fuerzas

¾ ¡¡¡Mamaaa!.

Al no obtener respuesta gritó más fuerte:

¾ ¡Mamaaaaaaaaaaaaaa!.

Esta vez si que lo oyó, y casi hasta la madre de Javier. Se abrió la puerta del salón que da a la escalera del sótano y se oyó la voz de la madre preguntando.

¾ ¿Qué quieres, Helenita?

¾ Zoy Helena, y ya eztá arreglado el zótano. Ya puedez bajar cuando quieraz.

¾ ¿Está todo recogido? ¾ volvió a preguntar la madre.

¾ Zi, ya puedez bajar ¾ contestó Helena.

¾ Está bien, me fío de vosotros ¾ dijo, dando por concluida la conversación y cerrando la puerta.

¾ ¿Cómo lo sabías? ¾ preguntó Javier, realmente admirado por la intervención de Helena, mientras se levantaba dirigiéndose al cuarto del motor.

¾ Porque ziempre hace lo mizmo ¾ contestó Helena mientras miraba a su hermano con una expresión de triunfo en la cara.

¾ Sí es verdad, mi madre también hace lo mismo ¾ dijo Javier.

¾ Yo también lo sabía, lo que pasa es que quería que dejarais sola a Anastasia para que tenga los hijos tan tranquila ¾ dijo José como única excusa que se le vino a la cabeza.

Cuando abrieron la puerta la gata estaba empujando, “con los músculos involuntarios”, pensó Helena y se veía asomar una bolsa por la parte de atrás de Anastasia. Se quedaron los tres petrificados sin decir nada, hasta que Helena rompió el silencio haciendo en voz alta la pregunta que les rondaba a los tres:

¾ ¿Eztá cagando un hijo?

En ese momento, la gata, dio un maullido fuerte acompañado de un último empujón y el gatito cayó encima de los periódicos,

¾ ¡Andaaaaa! ¾ exclamaron todos a la vez

Anastasia se puso a lamerlo inmediatamente sin parar ni un solo instante. Sacó al gatito de la bolsa que terminó comiéndose. Y siguió lamiendo fieramente al gatito y el cordón umbilical. Como colofón a su ardua empresa cortó con los dientes el cordón umbilical y siguió lamiéndolo hasta que le comenzaron de nuevo las contracciones.

Anastasia en cada contracción miraba a los tres niños, que pasmados observaban la escena, maullando débilmente pidiéndoles, seguro, ayuda o compasión, o “por favor, decidme como se acaba esto”.

¾ ¡Tenemos que hacer algo! ¾ dijo José excitado ¾ tenemos que llamar al veterinario.

¾ O a la mamá de Javier, que ez vecina y ademáz va a tener un hermanito ¾ opinó Helena.

¾ ¡Ayudémosla como lo hacen en la clase de parto ¾ se le ocurrió a Javier, que para eso era un magnífico experto ya que lo había estudiado.

¾ Muuuuuuuuuuuuuu, ¡ay, ay, ay, ahhhhhhhhhhhhh! Uf Uf Uf, ¾ decían todos a la vez que Anastasia contraía involuntariamente los músculos que le ayudaban a la expulsión. Esta vez José no se rió nada. Muy al contrario estaba pendiente de enseñarle a Anastasia como debía respirar, cómo debía gritar.

Anastasia, ayudada o no por las enseñanzas de los niños indicó con un lastimero maullido la expulsión del segundo gatito.

Mientras la gata comenzaba de nuevo la misma operación que con el primer gatito, José meditó en voz alta:

¾ Qué raro, el veterinario dijo que los gatos nacen sin pelo y que parecen ratones pero estos han nacido con pelo y parecen gatos...

Efectivamente los gatitos habían nacido con todo su pelo y además con pelo blanco donde la madre tenía el pelo blanco y pelo negro donde la madre tenía el pelo negro. Idénticos a su madre. Eran dos auténticos Anastasias.

Quedaron los niños pendientes de más nacimientos mientras que Anastasia, ya indistintamente, seguía lamiéndolos, ahora a uno, ahora al otro. De vez en cuando se le oía a alguno de los niños un “muuuuuu”, un “ay, ay, ay” o un “Uf, Uf, Uf”, que intentaba potenciar el nacimiento de más gatitos. Pero la gata no estaba para nada por la labor de tener más hijos.

¾ Pero tiene que tener zeiz, que lo dijo el veterinario. ¾ Con esta aseveración, Helena, provocó un cierto temor entre los tres.

¾ Me parece que vamos a tener que ir otra vez al veterinario. ¾exclamó Javier después de un largo silencio en que los tres no dejaban de mirar la enésima serie de lametones que ofrecía Anastasia a cada uno de los aún solo dos gatitos nacidos.

¾ Sí, es verdad ¾ ratificó José ¾ Pero no podrá ser hoy, es tarde.

¾ Zí, pero ¿y zi loz tiene atrancadoz en el tubo y tiene que rajarle la cezara para que zalgan loz demáz? ¾ apuntó Helena con buen criterio.

La voz de la madre llamándolos para la cena los pilló de improviso.

¾ ¡Ya vamos, mamá! ¾ Gritó José y añadió susurrando¾ “Tenemos que hacer algo, aunque Anastasia parece que está bien”

¾ ”Preguntale a tu mamá, que para ezo ez vecina” ¾ anotó Helena dirigiéndose a Javier.

¾Bueno, pero mañana tenemos que ir al veterinario cuando nos despertemos” ¾ acabó Javier la conversación y subieron a la casa.

 

La cena estaba transcurriendo como de costumbre, en la cocina, el padre, la madre y ellos dos, comiéndose un huevo con patatas fritas (Que por otra parte era la comida preferida de Helena y José). La madre estaba hablando de cosas de adultos con el padre, mientras José y Helena, taciturnos, engullían sus patatas con huevo frito. Esto extrañó mucho a la madre, porque estaba acostumbrada a las preguntas de Helena, siempre salidas de tono.

¾ ¿Qué te pasa Helenita? Estas muy callada.

Pero la que se tenía que haber estado callada era la madre, porque esta salida le dio pie a Helena para preguntar:

¾ ¿Tú me haz cagado, mami?

Lo de mami, que no acostumbraba a decirlo, lo usó para quitarle importancia al hecho repugnante de que la hubieran cagado. O al menos eso pensaba Helena, aunque le doliera haber venido al mundo como una vulgar caca.

El padre se atragantó con sus patatas y su huevo frito y comenzó a toser y ponerse colorado, lo que retrasó la contestación de la madre mientras palmeaba ostentosamente la espalda de su marido.

Cuando se hubo calmado la tos del padre, la madre miró entre asustada y divertida a Helena

¾ ¿Qué? Ja ja ¿Qué? Ja ja ja ja ja

La risa se le contagió al padre, y como no, a José que comenzó a resbalar sin nadie que lo pudiera impedir, hasta caer debajo de la mesa sin fuerzas, derramando su risa por todo el suelo de la cocina.

Helena, impertérrita, seria como un ajo, volvió a hacer la pregunta.

¾ ¿Tú me haz cagado, mami?

El padre ya no se pudo aguantar más y se fue hasta el fregadero, donde abriendo el grifo, comenzó a echarse agua en la cabeza, y con esa risa prolongada que te deja sin fuerzas fue resbalándose hasta el suelo, lo que le hizo pensar a Helena que lo de José era hereditario. Mientras, mamá, con lagrimas en los ojos, que si no fuera por la estertórea risa que salía de su boca, Helena, hubiera pensado que lo estaba pasando mal, intentaba hacerle otra vez la pregunta

¾ ¿Quééé?, jajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja

Helena pensó que había caído en una familia muy rara, o bien pensó que se reían de ella, o quizás fuese que pensó que no querían contestarle, o posiblemente que la contestación a su pregunta fuese un SÍ rotundo. Pero cualquiera de las cosas que pensaba la humillaban, así que decidió irse a la cama y sin decir nada se levantó como cuando era una princesa y dignamente abandonó la cocina, dejando atrás a “trez hiztéricos que no zabían nada”

Cuando la madre fue a ver a Helena, para hablar con ella, se la encontró profundamente dormida. Asimismo José cayó rendido por el agotamiento producido por la risa, aunque sin saber a que era debida. Seguro que era a que si sus padres reían, era que todo iba bien.

Los que no se si durmieron bien, o siguieron riendo, o la preocupación les hizo estar desvelados toda la noche, fueron los padres, porque a la mañana siguiente, la madre, tenía la cara llena de ojeras.


 

CAPÍTULO   VI   SE DESCUBRE EL PASTEL

 

 

Por la mañana se repitió la escena del desayuno con Javier, porque no sabía hacerse leche caliente y la madre debía estar aún durmiendo. El despiste de la madre de Helena les proporcionó la posibilidad de hacerse con varios alimentos que darle de comer a Anastasia.

Cuando estuvieron solos en su refugio, en su sótano, viendo a la gata, que aún solo tenía dos gatitos, comiéndose aquellas cosas que le habían traído, organizaron la nueva visita al veterinario.

¾ ¿Qué te ha dicho tu madre? ¾ preguntó Helena mientras cogía a los dos gatitos recién nacidos en sus manos ante los lastimeros maullidos de Anastasia

¾ Qué ella solo va a tener uno y que conoce a una amiga que ha tenido dos mellizos. Y cuando le he preguntado como se tienen seis me ha dicho que es muy difícil. Que solo ocurre muy, muy de vez en cuando.

Cuando Helena tomó en sus manos a los dos gatitos, José le empujó mientras decía:

¾ ¿Eres tonta, no ves que si los coges se quedan canijos para siempre?

Helena soltó los gatitos que cayeron encima de la madre, que enseguida comenzó a lamerlos, y mirando fijamente a su hermano dijo:

¾ ¡Me has pegado!, ¾ y como era adulta, como su madre, ya podía tener hijos, así que pensó adoptar a los hijos de la gata y tratarlos como una verdadera madre. Y lo intentó, pero esto fue más tarde.

Helena fue en busca de su madre a la que encontró delante de la televisión viendo un documental sobre los cocodrilos de Cuba. Helena se puso frente a ella, casi tapándole la visión de la pantalla. La madre bajó el volumen y preguntó:

¾ ¿Qué quieres Helenita?

¾ No zoy Helenita, zoy Helena.

¾ Está bien, ¿qué quieres Helena?

¾ ¿Qué ez canijo?

¾ Pues chiquitito, pequeño.

¾ Quedó Helena pensativa y disparó una nueva pregunta:

¾ ¿Tú me cogíaz en brazoz cuando yo era chica?

¾ Claro que sí, y me acuerdo de las caras que ponías, sobre todo cuando...

Pero no era esto lo que le preocupaba a Helena, así que la cortó:

¾ ¿Por ezo zoy canija?

¾ ¿Por qué dices eso, Helenita... Perdón Helena?

¾ Porque dice José, que zi ze coge un gato chico o una niña chica ze ponen canijoz.

¾ No le hagas caso a tu hermano.

Helena volvió más tranquila al sótano.

¾ ¿A qué hora abre el veterinario? ¾preguntó mientras desembarcaba en el sótano, ya más tranquila de no pertenecer al mundo de los canijos.

¾ Seguramente a las diez ¾ apuntó José ¾ así que tenemos que irnos ya, que si no...

¾ Bien, tenemos que preguntarle que si es normal que se coman la bolsa y lo del pelo.

¾ Y que no para de lamerlos ¾ anotó también Javier.

¾ Y que qué paza con la cezara ¾ insistió Helena.

Mientras iban andando a la clínica veterinaria, Helena se sumergió en sus pensamientos viendo a su madre sentada en el retrete y ella naciendo. Y a su madre comiéndose la bolsa y dándole unos lametones enormes mientras decía: muuuuuuu, ay, ay, ay, Uf, Uf, ... Estaba la madre de Helena gritando el maullido del segundo hijo cuando llegaron a la puerta de la clínica.

Esta vez no quería entrar ninguno. Si no llega a ser porque el veterinario salió a despedir a un hombre que llevaba un loro, se hubieran ido sin saber si todo estaba en orden en el sótano.

¾ ¿Qué os trae de nuevo?. Pasad, que ahora mismo estoy solo. ¿Cómo va el trabajo, José? ¾todo esto lo iba diciendo mientras se dirigía, como siempre, a su despacho seguido de los tres que no contestaron a ninguna de sus preguntas, aunque no hacía falta, porque al parecer al veterinario le daba igual.

¾ Sentaos, ¿Y bien?

En vista de que ninguno abría la boca para decir nada, el veterinario se dirigió a José ¾¿No tienes nada que preguntar?

Enseguida comenzaron a preguntar todos a la vez, cada uno una de las preguntas que tenían pensadas.

¾ Alto, alto, altoooo! ¾ dijo el veterinario ¾ De uno en uno que, si no, no me entero de nada.

¾ ¿Por qué se comen la bolsa? ¾ preguntó Javier.

¾ ¿Por qué sabes que se la comen?

José se quedó mirándolo asustado pensando que iba a descubrirlos.

¾ Bueno, es igual ¾ prosiguió el veterinario ¾ La placenta es muy nutritiva y muy rica en proteínas que a la madre le sirven para alimentar a sus hijos. Además de la placenta también se comen el cordón umbilical.

¾ ¿Hay que rajar la cezara cuando ze tienen doz hijoz nada máz?

El veterinario quedó pensativo un momento y dijo

¾ A ver, Helena, ¿qué es lo que quieres saber exactamente? Es que no entiendo bien la pregunta.

A estas alturas de la conversación, el veterinario, sabía perfectamente que José no tenía que hacer ningún trabajo sobre gatos, y que, los tres, estaban embarcados en alguna aventura en la que había “gato encerrado”, y nunca mejor dicho.

¾ Que tú haz dicho que loz gatoz tienen zeiz hijoz. ¿Qué paza si tiene doz?

¾ No, Helenita, yo he dicho que lo normal es que tengan entre tres y seis gatitos, pero pueden perfectamente tener dos. ¾ aclaró el veterinario, y prosiguió con una pregunta para aclarar la situación ¾ ¿Es que ha tenido solo dos?

¾ zí, Sí, Sí, ¾ respondieron los tres a la vez.

Se miraron entre ellos presas de pánico por haber caído en la trampa tan tonta del veterinario. Ahora sí que esperaba Helena la aparición de los GEO y de la Guardia Civil. El veterinario rompió el silencio.

¾ ¿Habéis visto que en cuanto ha nacido el gatito la madre no para de lamerle? ¾ y siguió hablando, más para romper la sensación de los niños que porque ya importara mucho la explicación¾ empiezan por la cabeza para que comience a respirar, después siguen por la barriga y por el ano para enseñarles a hacer caquita y después todo el cuerpo para eliminar todo rastro de liquido amniótico que pueda haber quedado y secarlo.

¾ Han nacido solo dos, pero con mucho pelo ¾ dijo José ya más tranquilo.

¾ Claro, cuando son solo dos tienen más probabilidades de nacer... como te diría yo... más hechos. ¾ y prosiguió ¾ ¿Ha habido algún problema en el parto?

¾ Nooooo ¾ dijeron los tres a la vez.

¾ ¿La gata es vuestra?

¾ Zí, ez mía que me la he encontrado yo ¾ respondió Helena

¾ ¡No es tuya! Replicó José ¾ Es de los tres, porque se ha metido en el cuarto del motor.

¾ Bueno,, ez mía, pero oz la dejo ¾ dijo Helena condescendiente para evitar que la discusión pudiera traer consigo quedarse ella también sin gatos.

¾ Está bien. Por lo que deduzco una gata se ha metido en vuestra casa y ha parido dos gatitos. ¿Lo saben vuestros padres?

Los tres muy serios negaron repetidamente con la cabeza.

¾ No, porque noz loz quitarían.¾culminó Helena.

¾ Bien ¾ dijo el veterinario y quedó pensativo un momento sopesando lo que les iba a decir ¾ No toquéis para nada a los gatitos, porque la madre se puede revolver    contra vosotros y arañaros. Además, no toquéis a la gata tampoco porque puede tener algún tipo de enfermedad. ¾ volvió a quedar pensativo y prosiguió ¾ Será mejor que me acerque a verlos por si hay algún problema.

¾ Helena los ha cogido con la mano ¾ se chivó José

¾ ¿Y no te ha hecho nada la gata? ¾ preguntó el veterinario

¾ No ¾ contestó Helena ¾ ademáz me ha dicho mi madre que zi loz cojo no ze vuelven canijoz, que ella me cogía a mí cuando era chica y que yo no zoy canija. ¾Se miro a sí misma y mirando muy seria al veterinario le confesó ¾ zoy pequeña tan zolo.

Aunque creo que esto último lo dijo buscando de nuevo la confirmación del veterinario de que ella era ya una señorita, y lo consiguió con el consiguiente regocijo de Helena.

¾  No, Helena, no estas canija, y no eres pequeña, ya te dije que eres una señorita hecha y derecha. Además estás guapísima.

Helena se irguió todo lo que pudo en el asiento sin perder la seriedad solemne que el acto requería, solo perdido un instante en el que dedicó una cara de triunfo a su hermano.

¾ Pero no debes hacerlo otra vez ¾ prosiguió el veterinario¾ al menos, durante las tres primeras semanas. ¿Me lo prometes?

¡Como no iba a prometerle Helena esa nimiedad a semejante sabio que le decía esas cosas tan bonitas!. Asintió con la cabeza.

¾ Vamos a hacer una cosa ¾ dijo el veterinario ¾ Me vais a dejar que colabore con vosotros en la aventura, así que ¾ se levantó y cogiendo unas bolsas de comida para gatos que algún representante le había dejado allí, volvió a la silla ¾ aquí tenéis comida para la gata, pero ¾ siguió mirando a Helena ¾ no se os ocurra darle de esto a los gatitos.

¾ ¿Le habéis puesto ya nombre a los recién nacidos? ¾ preguntó el veterinario

Se miraron los tres asombrados del descuido que habían tenido. El veterinario, al ver las caras, aclaró.

¾ No os preocupéis, es normal que no se lo hayáis puesto aun porque no sabéis si son machos o hembras. Cuando vaya a verlos os diré el sexo de cada uno y ya le podremos poner nombre.

Esto suavizó las caras de los niños.

¾ Bueno pues ya podéis iros con ellos. Mañana por la tarde iré yo a verlos.

José tomó la bolsa de comida y dándole las gracias salieron de la consulta.

¾ El macho ze llamará “veterinario” ¾ indicó helena rompiendo el silencio.

Asintieron los otros dos mientras se encaminaban a la casa.

Ni que decir tiene que, si la gata hubiera sabido de la existencia del veterinario, en el momento que le pusieron aquel plato repleto de comida de la buena, lo hubiera llamado por teléfono para darle las gracias. Claro está, si hubiera tenido teléfono y si hubiese sabido hablar.

El tiempo se había relentizado. Los niños estaban ansiosos porque llegara el día de mañana y viniera su nuevo compañero de pandilla “el veterinario”.

El día siguiente nació bastante antes que los días normales. Cuando se despertó la madre de Helena y de José, tuvo que llamarlos para desayunar pues estaban en el sótano esperando que diesen las horas de la tarde en que vendría el veterinario.

¾ Uno de nosotros tiene que estar en la puerta para que mamá no se entere de que viene ¾ decía José.

¾ Eso, ¾ decía Javier ¾ y Helena se podría poner mala para que tu madre tenga que estar con ella y así no se entere de nada.

¾ Anda que zí, ¾ argumentó Helena ¾ y la que no ze enterará de nada zoy yo.

En estas andaban cuando acercándose la hora de la comida oyeron la llamada de la madre.

¾ ¡José, Javier, Helena!, subid un momento.

Cuando subieron se encontraron a los cuatro padres, o sea, al los padres de José y Helena y a los padres de Javier, en el salón. Estaban hablando entre ellos y cuando aparecieron en el salón se volvieron todos los padres a ellos, todos sonriendo y con una rara expresión en sus caras. Los niños se esperaban lo peor, porque no estaban acostumbrados a estas reuniones de grupo. Seguro que se habían enterado y los iban a castigar de por vida no sin antes echar a los gatos a la calle.

¾ Estamos orgullosos de vosotros ¾ dijo el padre de Helena cogiendo por el hombro a su mujer mientras los miraba con respeto y asombro.

Los niños no se atrevían ni a respirar. No entendían nada de lo que estaba pasando.

¾ ¡Hijo! ¾ dijo la madre de Javier mientras se arrodillaba y abría los brazos en cruz.

Javier miró a José y a Helena y se acercó despacio a su madre que lo abrazó con lagrimas en los ojos. ¾ ”Dios mío, que habré hecho” ¾ pensaba Javier mientras se dejaba apretar y besuquear por la madre.

El padre de Helena soltó el hombro de su mujer y se acercó a José y a Helena que, estáticos en la puerta del salón, esperaban los acontecimientos que escapaban a su comprensión.

¾ El veterinario nos lo ha contado todo y estamos orgullosos de vosotros. ¿Podemos verlos?

¾ Yo les haré una cabaña de madera para que vivan en el jardín ¾ apuntó el padre de Javier.

¾ Puez que zepaiz que zon míoz, que loz voy a adoptar porque ya zoy mayor ¾ dijo Helena.

Como se le quedaran todos mirando, con esa cara de pensar que no era mayor, se puso muy seria y mirándolos a todos dijo:

¾ ¡Me has pegado!

Los padres, los cuatro padres, no pudieron contener la risa y explotaron de tal manera que José se contagió cayendo al suelo como era costumbre en él.

Ni qué decir tiene que el veterinario llegó por la tarde y estuvo observando a los gatitos y a Anastasia y que todos estaban muy bien. Elogió a los niños por haberlo hecho tan bien, lo que volvió a llenar de orgullo a los padres y a ellos mismos.

Sí, uno se llamó Veterinario y el otro, que era gatita, se llamó Copito de Nieve en contra del pataleo de José y de Javier.

Cuando Veterinario y Copito de Nieve cumplieron un mes de vida fue cuando se armó un buen jaleo, sobre todo cuando Helena se empeñó en que Utia fuera la canguro de Anastasia, pero esa es otra historia.

 

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