Un cuento para cada día
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,  30 de marzo de 2003

                                                                           SERENA 

Maria Dolores Villalbazo  Nicosia, Chipre  farida227@hotmail.com     

Llamó al mensajero y le entregó la lista de compras en la que había anotado cuidadosamente los útiles de limpieza. Para ella el aseo en su apartamento, era un ritual, todas noches antes de acostarse. 

Serena, en pantalón y camiseta, abrió la puerta, recibió el pedido y dio una propina al joven que la miraba con curiosidad. Cerró la puerta y contestó el teléfono que tenía exclusivamente para sus clientes. Su voz se volvió susurro cuando le pidió que fuera buen chico y le deseó las buenas noches. El hombre que llamaba jadeó de placer… 

En el baño, Serena tomó la esponja dura y cubrió las paredes de la espumosa nieve del detergente, para luego frotarlas fuertemente y enjuagarlas con el agua caliente de la ducha.  

A medianoche, después de haber limpiado las habitaciones, tomó un baño y restregó su piel como lo había hecho con las paredes y el piso, dejando manchas rojas sobre su cuerpo. Se untó una crema hidratante, se metió en la cama a leer una revista de historias del corazón y se durmió con el televisor encendido. 

La mujer salía muy pocas veces durante el día.  Prefería las noches porque eran más discretas y su presencia pasaba desapercibida.  Contaba con treinta y tres años. Era alta, de cabellera larga y rubia bien cuidada. Poseía un hermoso cuerpo quirúrgicamente esculpido y su rostro, con retoques en la nariz y el mentón, le daba una apariencia muy atractiva. 

Simpática y con una risa contagiosa, Serena animaba a sus clientes a despojarse de sus ropas cuando eran tímidos o muy jóvenes. A los otros, que eran los más, hombres mayores, sombríos y apurados, los castigaba, les hablaba mal y los humillaba, pero ellos lloraban de placer ante la sabiduría de sus manos y su boca. 

Cuando oscurecía y se encontraba a solas, sufría un decaimiento que no sabia explicarse. Se quedaba postrada por horas sobre su cama, a veces hasta el día siguiente. De vez en cuándo viajaba a visitar a su familia, que desconocía su trabajo; llevaba regalos para los pequeños sobrinos y disfrutaba viéndolos felices. 

Ella no tuvo tiempo para enamorarse en la vida. Vivió hambre y miseria en las carencias de su hogar y palpó el disgusto de los padres que no tenían cómo procurarles bienestar a los hijos. Serena se fue de casa cuando era casi niña, desapareciendo sin decir nada. 

A partir de ese día todo su cuerpo fue violado a cambio de dinero. Trabajó con otras jóvenes como ella en sitios frecuentados por sucios y malolientes hombres. Dejó de sentir, no tuvo lágrimas y nunca se arrepintió de haber tomado su camino; pensaba siempre que todo mejoraría y podría escapar de las redes que ella misma se había tejido.

Un día, conoció un hombre maduro que le dijo ser coleccionista y quien le ofreció unirse a un grupo de mujeres que había seleccionado por su  belleza. El trabajo sería el mismo que ella tenía, pero le daba oportunidades de viajar. Serena no dudó y aceptó. Con el anticipo que le dio el hombre fue a visitar a sus padres y hermanos con obsequios.    

Partió nuevamente y viajó con el grupo de mujeres durante varios años cambiando de  país cada seis meses y de una ciudad a otra. No se les permitía moverse solas ni tener clientes privados ni quejarse de los que se les encontraban. Se les vigilaba discretamente, con la complicidad de la policía, que disfrutaba gratuitamente de  aquellas hermosas mujeres.  

Serena, se acostumbró  a vivir de esa forma. Pensaba que no existía un hombre que conociendo su pasado  la siguiera amando ¿ cómo iban a perdonar que ella se diera por dinero? y habría otros que intentarían administrar sus ganancias, así que decidió conformarse con lo que era; una mujer sin futuro.    

En visita a un país del Oriente Medio, Serena conoció la Danza del Vientre y aprendió rápidamente a mover cada músculo de su cuerpo al ritmo del tambor. Recibió elogios y generosas propinas adornaron sus trajes de velos y lentejuelas. Acumuló una pequeña fortuna que le permitió comprar su libertad cuando se sintió desplazada por mujeres más jóvenes.    

Tenía dinero y vivía aburrida, no podía dedicar su vida a nada más, entonces montó un salón de masaje en donde relajaba a los estresados clientes.


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