Una historia cada día, dos cuentos cada semana

   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   jueves 1 de enero de 2004

20 MINUTOS

Daniel Rodríguez  danielr@emege.com.ar  Buenos Aires.  Argentina

PARTE 1

Reconozco que la que se encargó prácticamente de todo, fue Miriam: de llevarlo al doctor, de darle de comer, de las vacunas, de limpiarle la mierda, del jardín de infantes y de trabajar para tener plata. Hoy me pregunto como hacía todo eso mientras yo gastaba, emborrachándome, la mitad de lo que ella ganaba.

Hace un mes me dijo que si no hacía algo por cambiar, iba a tener que irme de casa. Que me quería pero, que si no dejaba de tomar -TE VOY A ECHAR DE UNA PATADA EN EL CULO-.

Así lo dijo mientras me tenía atado a la cama. Aprovechando que dormía, me sujetó con unas medias, esperó a que despertara y, sentada y fumando mil cigarrillos en una silla junto a la ventana, me dio lata durante dos horas.

No me resistí. Al fin y al cabo tenía razón.

A Federico se lo llevó a la casa de su madre. Bonito gesto, no quiso que viera como "papá" era tratado como una mierda. Llevaba ya varios años comportándome como tal, y confieso que esa actitud me pareció estratégicamente acertada.

Sé que últimamente había perdido el control de mi vida y que eran contadas las veces que amanecía en mi propia cama. Cualquiera que haya pasado por algo así, sabe a lo que me refiero. Basta con sentir esa puta sensación en la garganta, acodarte en el primer barsucho, unos cuantos tragos y estás listo.

A veces terminás dándote golpes con algún otro idiota alcoholizado, si es que alguno de los dos logra acertar alguno. Entonces, algún idiota sobrio, llama a la policía y, a patadas, te guardan un par de días. Otras terminás en tu casa, dándole golpes a la cabeza de tu esposa, o a tus hijos, o a la pared.

No esperé a que me echara, dos semanas más tarde me fui y, sin decirlo, me prometí y les prometí volver cuando me sintiera digno de ellos.

Pobre Federico, siempre pensé (siempre que estuve sobrio) que había elegido

un mal momento para nacer. Y eligió, sin duda, un mal lugar y un padre de

dudosas condiciones. Borracho lo concebí, borracho estuve también la noche que nació y borracho me conoció los únicos cuatro años de su vida. Sé que lo traté bastante mal. No sé si le pegué. Francamente no lo recuerdo, Dios quiera que no.

Hago lo que puedo, aunque no estoy seguro de que sea suficiente.

PARTE 2

Llevo esperando alrededor de veinte minutos.

Es verdad que no es la primera vez que espero veinte minutos. Es más, hasta cierto punto estoy acostumbrado. Y si las primeras veces me asustaba un poco, admito que con las sucesivas esperas fui templando mi ansiedad.

Dependiendo de las circunstancias, veinte minutos son perfectamente soportables si he sido informado de antemano. No así cuando la espera se presenta en forma insospechada y sorpresiva, sin dejarme otra alternativa más que la incertidumbre. Como hoy.

De todas maneras, considero necesario establecer la diferencia entre veinte minutos de espera diurnos y veinte minutos de espera nocturnos.

Si son diurnos, no importa demasiado. Con incertidumbre incluida, puedo esperar todos los veinte minutos que sean necesarios. Bastará con que la espera finalice antes de caer el sol. Durante la noche, en cambio, la incertidumbre se multiplica a sí misma miles de veces, y se transforma en angustia que se multiplica a si misma tantas veces más.

Es, generalmente de noche, cuando me siento más solo.

Pero qué sabré yo lo que son veinte minutos. Francamente no sé casi nada. Apenas si tengo una vaga idea de lo que es el tiempo. Hoy, a los cuatro años de edad, me da igual veinte minutos que cinco horas. No hay diferencia. En cualquier caso, cuando hay que esperar, siempre es mucho.

Mamá me dijo ayer que papá iba a venir a buscarme y que me iba a llevar a pasear. Que vas a ver que lindo, que hay unos juegos grandes, que hay otros nenes, que vas a comer con papá y que si no vas papá se va a poner triste y que bla bla bla.

Esta noche papá se cayó, borracho, en medio de la calle.

Llevo esperando alrededor de veinte minutos.

Alguien me preguntó dónde vivís y cómo te llamás y me dijo que no me ponga tan cerca de la calle, vení, sentate acá conmigo y cuantos años tenés y si ese señor es tu papá.

Esta noche vino la policía, nos metieron en un auto y nos llevaron a los dos.

Llevo cuatro años esperando veinte minutos. Sólo entendí que la frase "veinte

minutos" es, en todo caso, el principio de la desesperanza.


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