Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   domingo, 13 de junio de 2004

OJO POR OJO

Fº Miguel López Jiménez   fmlopez52@hotmail.com

El físico de Antonio no concordaba con la realidad de los cincuenta años. La forma jovial de vestir y el carácter afable y dicharachero lo envolvía en un halo de radiación alegre y viva. Sesenta kilos, uniformemente, distribuidos en el metro sesenta de estatura. De pelo blanco y ojos gris verdoso, junto al moreno de la piel le daba un aspecto de extranjero. Continuamente, llevaba la sonrisa dibujada en la cara. Aquellos que lo conocían lo consideraban cariñoso, educado y buena gente. Vivía en su mundo particular de sensibilidad y honestidad, sin envidias ni pretensiones materiales, se conformaba con poco. Defensor de la verdad, con dedicación plena a ser un buen hombre cada día. Corregirse los defectos, que eran abundantes, con buenas obras. Así transcurría la vida, sentado sobre sus pensamientos nobles, viéndola pasar y evitando cualquier contratiempo.

La casualidad del destino hizo que Eduardo se interpusiera en su vida. De buen parecido, alto y delgado. Diez o doce años menor que él, pese a la edad ya apuntaba entradas de calvicie en el pelo, con algunas canas salpicadas. Carácter alegre, vivaracho y extrovertido. No parecía sonrojarse por nada ni por nadie, estaba de vuelta de tantas cosas que lo convertía en arrogante y charlatán, egocéntrico y olvidadizo, hablaba demasiado de sí y sólo se quería así mismo. A pesar de todo, resultaba interesante y parecía honesto. 

La Navidad quedaba próxima. La sensibilidad de los sentimientos estaban a flor de piel, por lo que, Antonio estaba muy susceptible a las emociones.

Se conocían de vista desde hacía bastante años, jamás cruzaron palabras, aún viviendo en la misma calle. Un amigo común los presentó un año atrás y se agradaron. Pero, nunca tuvieron la oportunidad de entablar una conversación seria y privada., hasta llegadas aquellas fechas navideñas.

              Fue en casa de Antonio donde comenzó todo. Las bromas mutuas terminaron en una entrega apasionada de sexo, repitiéndose en varias ocasiones. En Antonio supuso un despertar a la vida de unos sentimientos encontrados que permanecían en el olvido desde hacía más de quince años. Aún estando casado felizmente y siendo padre no podía evitar sentir aquella locura tan profunda. Se había enamorado.

Eduardo era casado también, y en apariencias feliz, no sentía lo mismo que Antonio, para él, dada su condición inmoral como persona, no suponía más que un hombre cualquiera en su vida, aquello no tenía más transcendencia, sólo su propia autocomplacencia.

           En cambio, para Antonio la vida se había complicado, el afecto que sentía era demasiado fuerte, perdió el apetito, el sueño y diez kilos. Una batalla interior se estaba produciendo y para mayor de los males el ruin desdén que le mostraba Eduardo. Lo humillaba en conciencia haciéndole ver que no significaba nada. Amenazas continuas con romper toda relación entre ambos. La manera tan brusca y déspota con que le hablaba. Los mensajes diarios a través de e- mail, para negarle cualquier encuentro y producirle desasosiego, a menos que, él lo precisara sexualmente. Entonces, muy cordial y zalamero oportunista, lo buscaba para saciar su apetito sexual.

 Después del acto lo apartaba de su vida cotidiana, con la humillación pertinente, haciéndole sentir un intruso en su vida.

      Antonio intentaba por todos los medios, debido a su afecto, retenerlo. Quería ser su amigo, no le importaba que no hubiera sexo. Al fin y al cabo, quién quedaba auto complacido, en la mayoría de los casos, era Eduardo. Para él, la amistad estaba por encima de roces carnales. Frente a los continuos malos tratos psicológicos que recibía de Eduardo decidió un día ponerle las cosas claras. Le pidió que lo tratara con más cortesía y delicadeza. No podía cambiar la manera de ser de Eduardo, pero, sí necesitaba sentirse querido,  nada tenía que ver con sentirse amado.

 El afecto que le suplicaba era de amistad, compartir un café, un paseo, una charla, gestos cotidianos entre amigos. Estaba dispuesto a prescindir del sexo, sólo lo haría si Eduardo se lo pedía, convirtiéndose en un cuerpo objeto pese a su orgullo y dignidad.

     Pasaban los días, a Antonio los sentimientos le ahogaban el alma y los desplantes de Eduardo más lo asfixiaba. Aunque le pidió disculpas, excusándose en que él no era así y no entendía su propio comportamiento, volvía a su mala uva de siempre. Tan sólo eran palabras olvidadas al cabo de un rato. Los malos tratos psicológicos se sucedían un día tras otro. Ante la desesperación por no tener la valentía de enfrentarse a la cruel realidad,  y la ceguera del sentimiento, no era más que un trozo de carne para Eduardo, carne nueva y distinta que probar,  después, arrojada con desprecio porque era la evidencia de su pecado.

Antonio intentó suicidarse, pasó toda la noche frente a una foto de los hijos pensándolo y decidió darse otra oportunidad. Desesperado, le envió un e- mail a Eduardo concertando una cita para hablar. Se vieron en casa de Eduardo, entre sollozos y angustia Antonio confesó su estado de ánimo, lo que sentía por él y la ayuda que precisaba. Eduardo aparentó que lo comprendía, pero finalmente le dejó entrever como siempre hacía que él no era responsable y no tenía culpa.

    El egoísmo  tan oportunista no lo hacía verse a sí mismo. La crueldad y la falta de escrúpulos por acostarse con Antonio consciente del amor que le procesaba. Para él lo más importante era pasarlo bien sexualmente como animales, los sentimientos eran estupideces que no compartía, su filosofía era la autocomplacencia.

          Antonio estaba decidido a terminar con su sufrimiento y una noche, tras cinco meses de dolor, tomó la solución del suicidio como única alternativa. Tenía en su mano las veinte y  ocho pastillas para la hipertensión y un vaso de agua frente a él, pero la providencia del destino hizo que apareciera su hijo para evitar la locura. Tras más de cuatro horas de confesiones y lágrimas junto a su hijo, llegó a la conclusión, razonada por el hijo, de olvidar el asunto y comenzar a vivir  enterrando el sentimiento. Tuvo que ponerse en manos de un psicólogo para volver a la autoestima y recuperar el control de su vida.

      Eduardo no era merecedor como persona ni como ser humano de tal sacrificio. Antonio le envió un mensaje  haciéndole saber la decisión que había tomado, después de haberle contado todo lo ocurrido con su hijo y el intento de suicidio. Para Eduardo todo aquello era una perotada y que pasara de él fue su respuesta, seguía humillándolo sin la menor sensibilidad. No le sería fácil olvidar tanto sentimiento. Tal vez, le quedaba mucho por llorar, pero llegaría a la indiferencia. Para cuando no hubiera reparos se había guardado un as bajo el brazo, sería su protección y seguridad frente a la ruindad de Eduardo, hubo imprimido y guardado a buen recaudo, desde el primero hasta el último de los e- mail con  las conversaciones entre ambos y no sólo sobre sus relaciones, sino la implicación de terceros. Unas pruebas evidentes que le destrozarían el resto de la vida.

          Antonio le retiró la palabra y el saludo a Eduardo, a partir de entonces, Eduardo se mostraba prepotente, arrogante y liberado,  Que lejos estaba de saber que Antonio, el débil y maltratado, el sensible que se entregó sin límites por amor, aguardaba pacientemente el momento más oportuno de  “ojo por ojo”.  


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