Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   domingo, 15 de agosto de 2004

AMIGAS DE CASUALIDAD

Fº Miguel López Jiménez  fmlopez52@hotmail.com

En el día de los santos difuntos, el cementerio lucía en todo su esplendor. Los manojos de flores, a lo largo de los pasillos adornando los nichos, componían un tapiz multicolor. Todo encalado y limpio ofrecía una belleza distinta al resto del año. La multitud de visitantes deambulaban de un patio hacia otro, recorriendo las interminables callejuelas, para recrear la vista y satisfacer los comentarios.

    En uno de aquellos pasillos, tal vez, uno de los más sombríos, una señora de avanzada edad depositaba un ramo de flores amarillas en el pequeño recipiente que había junto a la lápida. La mujer aparentaba unos sesenta y pico años de edad. El pelo blanco peinado de permanente. Blanca de piel y ojos celestes aguas. Los rasgos afables y  cuajados de paz proyectaban una sensación de armonía interior.

   Se encontraba reclinada frente al nicho como en pose de oratoria. Cuando una voz, a su espalda, la interrumpió.

- ¿Es pariente suya?. – Le preguntó

Otra mujer, algo mayor que ella. Pero, de aspecto menos agradable. Aún, evocando confianza y tranquilidad. Se le había acercado, sin conocerla, para hacerle una pregunta que posiblemente no le interesaba.

- No lo es. Tampoco la conozco. – Le respondió.

- ¿Entonces, por qué le trae esas flores a la tumba?. – Volvió a preguntar la desconocida.

A punto estuvo, ella, de hacerle otra pregunta más oportuna, dado el caso. Pero, se contuvo y respondió amablemente.

- Me gusta cumplir con los muertos. Para aquellos que están más olvidados son mis flores. Me gusta pasear por este campo santo en los ratos libres. Me conforta. –

 A la recién llegada le sorprendió los hábitos de la otra mujer y no pudo evitar hacerle más preguntas.

- ¿ No creo que este sea el lugar más adecuado para pasear, no le parece?. –

Posiblemente, tenía razón. No era el sitio más idóneo para visitar. Pero, todo tiene su explicación.

- ¡Que va¡. Aquí hay paz y tranquilidad. Produce sosiego observar las fotos de los que están enterrados. A pesar de sus caras estáticas se puede adivinar como han sido en vida. El carácter, los sentimientos y tantas otras cosas que es sorprendente. – Afirmaba la mujer.

   La otra, la llegada, vestida toda de luto y cubierta la cabeza con un tul de gasa negro. No parecía muy conforme con los motivos expuestos  y expresó su opinión al respecto.

- Me parece y creo que, es usted una mujer de gustos un poco raros. ¿Cómo se puede pensar que aquí existe tranquilidad, cuando se tiene tanto ser querido enterrado?. –

- ¿Ha enterrado usted a muchos familiares y conocidos?. – Preguntó la primera mujer.

La segunda mujer quedó unos segundos dudosa en la respuesta, luego, respondió.

- Más de los que se imagina. Si yo le contara.

- Entonces, estará de acuerdo conmigo, este lugar es el más idóneo para pasear y sentirse más próxima a los que se fueron. – Afirmaba la primera mujer.

- Si le confieso la verdad, le diré que aquí no me siento triste, es como si fuese mi casa, estoy más horas en estos pasillos que en cualquier otro lugar.- Comentó la segunda mujer.

          No se conocían de nada, era la primera vez que se habían visto y simpatizaron. Algo tenía aquella mujer que le daba un aire de misterio y seguridad. Por su aspecto se notaba lo mayor que podría ser, aunque, la manera de andar y hablar con tanta soltura le restaba años, por lo que, era difícil adivinarle la edad, pero si mucho lo vivido.

- ¿Cree que el final de todo está aquí, en estos nichos oscuro y solitarios?- Preguntó la primera mujer.

- Eso dependerá de sus creencias. En esta otra vida existe un mundo paralelo, el cual podemos acceder a él si nuestra fe consiste en verlo y desearlo. – Respondió la segunda mujer. Iban caminando y observaban de lado a lado cada uno de los nichos a su paso. La primera mujer comentó, tras un rato andar sin decir nada.

- Yo me llamo María ¿y usted?.

 Lo preguntó por la curiosidad y ,también, porque eran dos desconocidas que llevaban largo tiempo hablando sin haberse presentado.

- Me llamo Soledad. – Dijo la segunda mujer, con el entrecejo ceñido cuando evocó su nombre.

- ¿Cómo puede estar segura que aquí existe otro mundo?. – Preguntó María, la primera mujer.

- Usted ha dicho que viene muy a menudo a traerles flores. Antes de responderle yo le haré otra pregunta, ¿por qué lo hace, si ellos están muertos y ausentes?. – Dijo la segunda mujer, lanzando otra pregunta.

- Pienso que ellos precisan nuestros rezos y lágrimas de recuerdo, incluso las flores que les traemos para adornar sus tumbas. Ellos no están, pero sus almas vagan por estos tétricos pasillos. – Le respondió María.

- ¿Entonces, cree en otra vida después de la muerte?. – Volvió a preguntar la segunda mujer.

- No sabría responderle con seguridad. Lo único que puedo asegurarle es el bien que siento viniendo aquí. Eso me reconforta. – Afirmó María.

-¿Y si yo le dijera que existe otra vida en este lugar me creería?. – Preguntó Soledad.

- ¿Qué quiere usted decir?.- Respondió María con otra pregunta.

Soledad sonrió levemente y cogiéndola, con suavidad, del brazo le indicó que la siguiera. Algo quería mostrarle. La condujo hasta uno de los nichos y deteniéndose en él, comentó.

- Mire la foto de este hombre y dígame que siente o qué ve. -

María no entendía nada, tampoco, sabía que es lo que debía sentir o ver.  Muy confusa le preguntó.

- ¿Qué es lo que he de ver?. No la entiendo. –

- No cree que él está más sonriente que cuando estaba con vida. Si viene usted mañana y lo vuelve a mirar  comprobará que sonríe más aún. Llegará un momento que lo conocerá tanto que sabrá cada rasgo de su rostro. Adivinará muchas más cosas. Si estaba casado, tenía hijos, nietos. Este, precisamente, estaba viudo. Sólo tenía una hija casada y, tal vez, dos o tres nietos.- Parecía ciencia ficción cuanto Soledad estaba diciendo. Ella no podía saber esas cosas, al menos, que fuera un conocido o familiar suyo.

Todo aquello a María le parecía un cuento para niños. No era posible que estuviera hablando en serio.

- Tengo la sensación que me está tomando el pelo. No puede ser posible que sepa tantas cosas sobre el difunto. – Comentó María sin salir de su asombro.

- Le parece ridículo cuanto le estoy diciendo, ¿no es cierto?. Pues nada tiene de absurdo, jamás hablé más enserio. Para convencerla le mostraré otra fotografía y lo entenderá. –

Soledad se encaminó por el largo pasillo, haciéndose acompañar por María. Se detuvo frente a una tumba y dijo.

- Fíjese en esta foto y, ¿ dígame que siente?.

Pero al mirar a María observó que esta lloraba y preguntó sorprendida.

- ¿Qué le ocurre, está usted llorando?. –

Apenas si pudo salir de su boca unas palabras susurradas, llenas de dolor.

- Esto es demasiado cruel. Precisamente, ella es mi hija. -

- Lo siento, no era mi intención herirla. Sólo pretendía mostrarle la realidad y le vuelvo a preguntar, ¿por qué está usted llorando?. – Estaba siendo demasiado dura con María, jugaba con sus sentimientos.

Tal vez, ella no había sido madre, por lo que, no había lugar a esa pregunta.

- Cómo puede usted hacerme esa pregunta. Si ha sido madre comprenderá que lloro de dolor y  tristeza. Es muy amargo perder a una hija. – Respondió la mujer sin dejar de lamentarse.

- Que es doloroso si lo puedo entender, pero, las lágrimas que está derramando, ahora, son por usted y no por ella. Es por su propio egoísmo. – Afirmó Soledad, muy segura de lo que decía.

- Cómo puede atreverse a decir eso sin conocerme de nada. Es mejor que cada una siga su camino. Me siento ofendida. – Reprimió María muy enfadada.

- No me lo tome a mal, si le llamo egoísta no es por ofenderla a usted personalmente, lo digo generalizando. Le explico: Cuando se llora por los difuntos es por el vacío que dejan en los que se quedan. No volver a verlos nunca más se convierte en angustia. Pero, no sabemos si ellos son más felices, allá donde van. Ellos han dejado esta vida y con ello el sufrimiento, la lucha por rebañar un poco de felicidad a la vida, tantas veces triste y pesada. Donde van dejan de sufrir por lo mundano, en ese otro lado que nadie conoce ha de existir paz y armonía. La libertad absoluta, sin acondicionamientos, sin complejos ni  miseria, ni opulencias. –

     María escuchaba confusa los razonamientos de la mujer. Era posible que tuviera razón en su filosofía posterior a la muerte, pero, y del dolor durante la ida, nadie sabe que se siente al morir.

- No trate de confundirme. Sus palabras no son más que palabras sin que  puedan demostrar la verdad. Ningún muerto ha regresado para contarlo. – Dijo María con sensatez.

- No trato de convencerla. Quiero hacerle ver la diferencia entre la vida y la muerte.

Apenas si es un hilo mínimo lo que separa ambos extremos. Mire la foto de su hija, aún conserva la frescura y la edad de cuando murió. Sonríe dulcemente como si fuera feliz. Aquí dice que murió hace más de veinte años y no ha variado en todo este tiempo, así permanecerá hasta el final de los días con el mismo aspecto.-

María la interrumpió.

- Cómo no iba a estar feliz si fue tomada en la boda de mi hijo ese mismo día. –

- Normalmente, siempre, se ponen las mejores fotos de los difuntos y así quienes los visitan los recordarán por esta foto solamente, el rostro verdadero se les borrará de la memoria a través del tiempo y esta imagen es la que permanecerá. Pero, sigamos viendo más fotos. –

Tenía algo de razón en lo que decía, aunque, era únicamente una hipótesis.

- Observe a este muchacho y ¿dígame lo que piensa?. – Dijo Soledad.

María hizo un esfuerzo para responder, dejando a un lado el dolor vivido.

- Es joven y muy guapo, rubio y piel delicada. Sin hijos, pero casado. Lo he sabido por la dedicatoria de la lápida “tu esposa, padres y hermanos no te olvidan”. Ha debido ser un buen hombre por la tranquilidad de su rostro, por los hombros y el cuello ha debido ser muy alto. -

- Veo que ha aprendido rápido a sacar sus conclusiones. Ha entendido lo suficiente como para que le muestre un par de cosas más. Sígame. – Dijo Soledad.

La llevó por la calle paralela y le indicó otra tumba.

- Vea esta señora de aquí. –

- ¡Santo Dios¡, es la esposa del muchacho que acabamos de ver. Hay un detalle que no se me ha escapado, de esta muerte a la del hombre hay quince años de diferencia y la de mi hija hace veinte según indica la inscripción de la fecha, pero, aquí tiene que haber un error de tiempo. Mi hija murió hace ocho años y no veinte. – Comentó María muy extrañada por el descubrimiento

. – No hay ninguna equivocación. Todo está correcto – Respondió Soledad.

-  Ahora si que estoy perdida y no comprendo nada. – Dijo María.

- Por último, le voy a mostrar algo que le va a hacer entenderlo todo. Mientras llegamos le comentaré que, en este lugar de reposo perpetuo ocurren hechos que no son posibles en la vida real. Los matrimonios se unen a perpetuidad, pasado un tiempo los trasladan al mismo nicho, padres e hijos juntos. No existen los celos, las disputas, el orgullo. Todo queda fuera de tiempo y lugar. ¡Ah¡, ya hemos llegado. Vea. –

María quedó petrificada ante el asombro de lo que sus ojos estaban viendo. No era verdad cuanto la vista le decía.

- Esta soy yo. – Exclamó la mujer.

- Precisamente es usted, no cabe la menor duda. – Comentó Soledad.

- ¡Ah¡, esto es una prueba de videncia que me está usted realizando. Aquí pone que ,supuestamente, he fallecido en mil novecientos noventa y seis y estamos en mil novecientos ochenta y cuatro. – Lo dijo aliviada.

- No, es mil novecientos noventa y uno la fecha actual. – Respondió Soledad.

María se quedó pensativa por la relación que había entre los años. Tardó unos minutos en reaccionar y preguntó asustada.

- Entonces, ¿Quiere eso decir que...?, ¿Quién es usted?. –

- Yo soy, amiga mía. La que muestra el camino entre los dos mundos. El alma de este lugar.


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