Una historia
cada día, un cuento
cada semana
Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía, Domingo, 8 de
mayo de 2005
La otra esquina
Jose Lagardera. Coro, Venezuela. joselagardera@yahoo.com .
El amor verdadero, auténtico,
entre un hombre y una mujer, no es nunca la ternura exultante de nuestros más
recónditos sueños. Anhelamos, ¡insensatos!, serenidad en el ojo mismo del
huracán. Liados por la pasión, el amor es un cruel aguijón incrustado con fuego
en nuestras almas y que solo cesará en su perfidia con el último hálito de vida.
Así lo experimentó Orlando Peña en su brevísima agonía, postrado en la precaria
cama de su compadre Asunción de Jesús Malavé.
Antes de ser encandilado por la frialdad estudiada de Mariela, Orlando Peña
estuvo viviendo con Honoria, hija única de los propietarios de ¨La Pequeña
Venecia¨, acogedor huequito para tomar café y hablar pendejadas de política y
literatura. Honoria Cusatti, además de divorciada, sin hijos y flaca buenísima,
es una bendición, según la madre de Orlando, porque, con ella, su hijo estaba
aprendiendo italiano, había fijado su residencia en casa de los Cusatti y se
acostaba temprano.
Pero nadie sabe de los designios de Dios y menos aún, los de la pasión. Todo se
produjo en aquel segundo irrevocable, encubierto en la modorra de un domingo
desierto. Los establecimientos que enfrentan al oeste tienen esa naturaleza
mágica de sorprender, cuando es pleno el sol, a los que se encuentran en su
interior cada vez que alguien ingresa, pues éste, fugazmente, corta la luz
solar, arropando con violencia al interior del recinto. Ese apagón lo provocó
Mariela con su humanidad cautivadora de fruta servida, piel de durazno recién
caído. En ese momentáneo, fugitivo apagón, perdió Orlando Peña, la brújula de su
vida.
Impasible pero deliciosa como un manjar frío se plantó de frente, tan pegada a
él que casi le besaba la barbilla, espetándole:
- sírveme un cafecito negro, por favor, allá en la mesa de la ventana. Y dándole
su espalda prodigiosa dirigiose a la mesa señalada por ella misma, a esperar el
café. Orlando, nunca antes había hecho de dependiente del negocio, sinembargo
apresuróse a cumplir las instrucciones de la clienta. Se acercó a la mesa
llevando en sus manos la pequeña taza y el dispensador de azúcar. Posó todo esto
en la mesa con tacto de empírico y no pudo contenerse:
-¿No nos conocemos, verdad? Y fue allí que él descubrió la sonrisa más
dictatorial de toda su vida. Ella exudó portentosa:
-Me llamo Mariela y soy Escorpio, mi elemento es el agua y los genitales mi
preeminencia, y tu elemento es el fuego porque tú eres Sagitario, o ¿me
equivoco?
– Si, dijo él, sin aparente sorpresa.
-¿Cuál es tu nombre?
-Orlando Peña, respondió ahora como hipnotizado.
- Quiero que me sigas y que me ames con veneración, conminóle ella con fría
incitación.
Honoria Cusatti aceptó su revés sentimental con estoicismo de gladiadora romana.
Ella se había enamorado de Orlando durante un seminario de literatura aupado por
fanáticos de Borges. También lo acompañó a recoger en Caracas, en medio del
fragor de la sublevación popular de 1989, más de cinco mil firmas exigiendo a la
Academia Sueca el premio Nobel de ese año para Jorge Luis Borges. Más de la
mitad de los firmantes lo hicieron sin saber de que se trataba todos aquellos
papeles. Honoria llegó a estar tan locamente enamorada de Orlando que accedió a
colaborar con él, haciendo grafitos en todas las paredes de Venezuela,
proclamando: NO DIGAS GENIO DI BORGES. Pero algunos años más tarde ella se
declaró militante anti-borgeana furibunda porque descubrió en algunos relatos
cuchilleros del genial cuentista, trazas xenofóbicas contra los italianos y de
allí en adelante, siempre que tuvo oportunidad, con brocha gruesa y verde
intenso, sepultó aquel mensaje enigmático, no solo para los profanos sino
también para los entendidos por tratarse de la irrupción aluvional en toda
Venezuela de un escritor argentino y antiperonista. Honoria jamás pudo
perdonarle a Borges la expresión ¨puro italianaje mirón¨ por considerarla
inexcusablemente despectiva. Sin embargo, la devoción de Orlando por Borges fue
inextinguible, creciente, hasta el mismo día de su propia muerte.
Si…, es necesario agregar, la escisión provocada por el asunto de Borges de
todas maneras tendría, tarde o temprano, sus consecuencias. Orlando le guardaba
rencor a Honoria porque ella, en más de una ocasión, sin fundamento para tal
cosa, afirmaba que Borges era el inspirador de la conspiración subterránea
adelantada por los ciegos y develada, magistralmente, por Ernesto Sábato.
-Compadre me estoy muriendo y no me duele porque ella me lleva en sus brazos-
Fueron sus últimas palabras.
Orlando Peña se había desvanecido con Mariela desde aquel domingo del café hasta
esa madrugada que su compadre enredó sus pies con el pedazo de existencia
abandonado frente a su casa. Para Asunción de Jesús, las cosas que oyó de los
labios del Orlando fueron dictados por la agonía y lo salvaje de la herida. Todo
el bajo vientre, un pozo de sangre y sus partes íntimas, desgarradas. El puro
delirio del dolor y la tragedia: aquello de la mujer que se le presentó como
Mariela y la recurrencia astrológica, lunática, vengo de Escorpio. Y otra vez la
misma obsesión del compadre Orlando, que cuando la bailaba él repetía lo de
Borges, ¡Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida! Y después que
ella oye esto, se le encima con fuerza y altiva, cálida le confiesa, no me llamo
Mariela ni vengo de Escorpio y él que la interrumpe y como rogando le dice, ¡yo
lo sé y quiero irme contigo para siempre. Llévame. Quiero amarte con veneración
porque yo sé quien eres: tú eres la Lujanera!
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