Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   Lunes, 25 de abril de 2005
 

ROSARIO 

Mercedes López. Alhaurin de la Torre, Málaga. mercedes@alhaurin.com 

Primera Parte 

Tirada a las puertas de una casa, Rosario soñaba con su pasado. Era un día caluroso de septiembre, tenía los labios agrietados y su frágil cuerpo estaba dolorido, los años no pasan en balde y ella tenía noventa y tres. En su delirio recordaba cuando conoció a Jaime. 

-Buenas Tardes señorita

-Buenas tardes caballero.

-¿Cómo una hermosa rosa no se encuentra en un jardín?

-Ha sido cortada y está esperando que la lleven al mejor florero. 

La muchacha sorprendida por su propia respuesta, corrió apresurada al taller de costura donde trabajaba. Las compañeras cuando la  vieron tan acalorada le preguntaron el motivo, pero Rosario no sabía  que contestar, por lo que estuvo el resto de la tarde callada sentada frente a la máquina de coser. A partir de aquel día, todas las tardes a las cuatro, salía al portalillo con la excusa de que necesitaba tomar aire. 

-¿Cuándo me vas a hacer un traje?

-Cuando le tome medidas.

-¿Quedamos esta tarde?

-Me dejé el metro en casa la vecina. 

Fueron pasando los días, las semanas y al fin tres meses más tarde Rosario accedió a la invitación de Jaime. Irían a un café a tomar chocolate con churros y luego darían un paseo por el parque. Lo del paseo la traía a mal perder y pidió a su hermana Cristina que la acompañase, de cualquier forma su madre no la hubiese dejado ir sola. Cristina sólo tenía quince años, cuatro menos que su hermana, en todo momento se encontró en medio de la pareja, ya que su madre había dado orden expresa que no dejase que se tocasen. 

-Mamá, ¿no se pueden coger de la mano?

-Niña, ¡Por Dios! ¿Qué diría la gente? 

Jaime era un mozo fuerte, guapo y altanero,  que se había ido de su pueblo en busca de mejor fortuna a la Capital. No quería morir en el campo y gracias a su fluidez de palabras y a su gran imaginación logró un puesto en un periódico, o al menos eso fue lo que le dijo a sus padres. El día que se marchó su padre no quiso despedirse y fue aún más temprano que de costumbre a arar la tierra. Su madre, una mujer fuerte, de piel tostada, no soltó ni una lágrima, simplemente le abrazó y le puso en su mano un pequeño paquete liado en un trozo de tela. 

-Para el camino.

-Gracias madre, ¿tú si me comprendes?

-Sí hijo, perdona a tu padre. Tú eres lo que más quiere en este mundo y siente que te pierde. 

El muchacho tragó saliva, levantó la cabeza y echó pies firmes camino del tren. Una vez a bordo del tren, en un rincón sin que nadie lo viera contó una  y otra vez el dinero que llevaba y pensaba que sí le daría para unos meses mientras encontraba trabajo. Cuando llegó a la gran ciudad con la que tanto había soñado, respiró profundamente y se sintió feliz. Alguien le había dado una dirección para alojarse, así que comenzó a andar (no podía permitirse el lujo de pagarse un taxi). Tres horas más tarde se encontraba en un patio de vecinos, había una mezcla de aromas que le producían náuseas. Él siempre había respirado aire fresco y aquel lugar extraño olía a pucheros, orines... Por un instante dudó en subir a la casa que le habían recomendado, pero finalmente se decidió. 

-Buenas Tardes.

-Dime muchacho.

-Me envía Frasquito el del pueblo.

-¡Ah sí!  Te estaba esperando.- Una mujer gorda, sucia, desagradable fue quien le abrió la puerta y lo acompañó hasta una habitación. -Aquí podrás dormir, durante el día no quiero a nadie en casa y por supuesto está prohibido traer a nadie. Si todo ha quedado claro, no hay nada más que hablar. Esto lo hago porque le debo mucho a Frasquito, que te quede claro.  

El muchacho se sentía descolocado y cada vez dudaba más por lo que había hecho. Como era temprano decidió dar un paseo por el barrio. Al bajar al patio vio como un grupo de niñas jugaban al corro y unos pasos más adelante en la Plaza de una pequeña parroquia unos niños jugaban a toreros. Conforme iba avanzando por la calle sentía las miradas intrigantes de la gente, incluso llegó a ver una vieja señora asomada tras los visillos de las cortinas observándolo. Eran las cuatro de la tarde cuando pasó por la puerta de un taller de costura y allí estaba ella. Era la muchacha más bella que sus ojos habían visto jamás, quedó prendado de la niña y sin más... El resto lo sabéis porque ya os lo he contado.  

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Seguía Rosario tirada cuando una mujer joven acompañada de un niño la encontraron. Ya no moriría deshidratada bajo aquél sol abrasador. Casualmente esta mujer pasaba por allí y casualmente el niño vio a la anciana. 

-¡Mamá! Para el coche, ahí hay una abuelita tirada.

-¿Cómo va a ser eso?

¿No lo ves? Son trapos.

A la joven mujer en su negativa a creer que una abuelita estuviese abandonada, la vista la engañaba. Pero Tere que siempre creía a su hijo paró para comprobarlo. Dudó por unos segundos y llamó a su marido para contarle lo ocurrido. El que por abatares de la vida desconfiaba de todo le dijo que no bajase del coche  y llamara a la policía, ella que sólo veía a una anciana y desvalida mujer si bajó ordenándole al niño que no bajase y que si tardaba más de la cuenta llamara de nuevo a papá. 

Con pasos temerosos se acercó a la mujer y un escalofrío recorrió todo su cuerpo, efectivamente era una abuelita. Estaba acurrucada, con los labios agrietados y una mirada ausente. Se quedó mirándola por unos segundos, luego se sentía desconcertada y llamó al niño. La abuelita cuando lo vio quiso abrazarlo, pero el niño aún más desconcertado no se acercó. ¿Qué harían ahora? Pegó al timbre de la casa donde la anciana estaba tirada. 

-Señora su madre está aquí en la puerta tirada.

-¿Mi madre? Imposible.

-Pues salga usted para verla, quizás sea la madre de alguna vecina. Tráigase una silla para sentarla. 

La señora sacó una silla y entre ambas sentaron a la anciana. La mujer pidió que trajeran agua y comenzó a preguntarle. 

-Abuelita usted ¿cómo se llama?

-Rosario.

-Rosario ¿es su nombre?

-Si

-¿Dónde vive?

-En la Calle  Pensamientos.

-Abuelita usted ¿cómo se llama?

-¡Ay! Rosario ¿El niño querrá agua?

-El agua es para usted.

-No, dale al niño. 

Rosario agarró el brazo de la joven mujer y le imploró que la metiera en el coche y se la llevara.  

-No Rosario, vamos a llamar a la policía y a un médico para que la vea.

-No, no llames a nadie. Llévame contigo.

-Usted tendrá familia, vamos a buscarla y en un ratito estará con ellos. 

Tere estaba aún más desconcertada, probablemente la mujer tuviera alzeimer y desvariaba. ¿Por qué querría irse con ella? ¿Por qué se negaba a buscar a su familia? ¿Por qué estaba allí tirada en un día tan caluroso? Mientras tanto el niño conmovido no dejaba de pensar en su propia bisabuela, las veía tan iguales pero tan diferentes a la vez. Hacían el mismo bulto y sus voces eran parecidas, pero sabía que su abuela jamás se perdería en mitad de ninguna parte. 

Tras media hora otra vecina apareció y comentó, esta mujer no es de esta calle, será que se ha escapado de la residencia. Y así fue, Rosario se había escapado, no era feliz allí. ¡Echaba tanto de menos su pasado!


Segunda Parte 

Fue un año maravilloso y se habían prometido amor eterno. Jaime trabajaba en el puerto y Rosario seguía en el taller de costura, cuando decidieron casarse. El día que Rosario conoció a sus suegros quedó enamorada de la vida en el pueblo. El olor a pan nuevo, el sol calentando sus mejillas, aquellas tierras infinitas, en definitiva le gustó todo.  Cuando Jaime vio el brillo en sus ojos, comprendió que si quería hacerla feliz deberían vivir en el pueblo. Con esta acción Rosario se hizo dueña de los corazones de toda la familia, Jaime volvió a trabajar en el campo y Rosario cosía y hacía arreglos a la gente del lugar. Fueron tiempos inolvidables y tuvieron tres hijos, Ramón, Paquito y María que siempre iban estrenando ropas ya que Rosario te hacía un traje con un retal. Ella no le pedía más a la vida, era feliz en el campo, era feliz tendiendo aquellas sábanas blancas en un cordel improvisado con cañas, era feliz amasando el pan que comería más tarde, era feliz escuchando el canto de los jilgueros, era feliz dando su vida por los suyos, era feliz...

Jamás imaginó que muchos años después la abandonaran en una residencia, porque era así como se sentía. Sus tres hijos trabajaban y decían que no tenían tiempo para cuidarla y que además sus casas eran muy pequeñas. Ella había soñado muchas veces como le contaría a sus nietecillos mil y una historias sentada en una mecedora... Más todo quedó en eso, en un sueño. Habían pasado diez años de la muerte de Jaime, y Rosario seguía llorándolo. Si él siguiera vivo todo sería diferente, pasearían por los campos, comerían aquella sopita de tomate que tanto les gustaba,... 

Pero ahí estaba, tirada a las puertas de una casa, soñando con su pasado en un día caluroso de septiembre, con los labios agrietados y su frágil cuerpo dolorido, los años no pasan en balde y ella ya cuenta con noventa y tres. En su delirio ha pensado que el niño que la ha encontrado podría ser su nieto y al fin podría narrar todas aquellas historias que lleva guardadas en su corazón, más la realidad es otra, volverá a la residencia y con suerte alguna vez vendrán a visitarla. 

FIN


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