Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Andalucía.  Domingo, 5 de marzo de 2006

LA SUERTE DE CELIA

Maria Dolores Villalbazo Nicosia , Chipre. Farida227@hotmail.com

El ataúd estaba rodeado de flores y escoltado por cirios encendidos en el salón de una casa de pocas habitaciones y paredes grises. La mirada de Celia lo siguió cuando fue sacado por varios hombres, mientras la tristeza la agobiaba como el calor de agosto.

El cortejo arrastró sus pasos hasta el cementerio cubierto de cruces y de pocas criptas que se encontraba en las afueras de la pequeña ciudad amurallada que se construyó en la antigüedad para defenderse de las invasiones que llegaban por mar. En un principio sus pobladores fueron pescadores, a quienes con el tiempo los rodeó la pobreza al agotarse la pesca. Sus habitantes comenzaron a marcharse a laborar a otras regiones y sólo el colorido y la música del lugar animaba el espíritu de la gente del pueblo impidiéndoles morir rápidamente de desesperanza.

Los familiares se dieron prisa en enterrar su muerto porque soplaba viento de lluvia y ésta caía en tal abundancia que dejaba anegadas y convertidas en lodo las calles de tierra color de fuego que al secarse petrificaba lo que había llevado a su paso.
La adolescente arrojó él último puñado de tierra sobre el cadáver de su hermano y le murmuró palabras que sólo ella escuchó.
El hombre murió victima de una gangrena que los santeros no pudieron aliviar mientras los médicos se encontraban muy lejos de sus posibilidades.

Celia se empleaba desde los trece años en una tienda de telas propiedad de un inmigrado árabe, que en su juventud se dedicó a la venta de casa en casa y que pudo hacer acrecentar su fortuna al contraer nupcias con la hija de un paisano. El hombre le había tomado gran afecto a la joven tan alegre que gustaba de cantar por el almacén y ahora estaba enmudecida, derramando lágrimas provocando que los géneros se encogieran y perdieran su colorido los estampados. Preocupado, decidió hablar con ella y supo así de su intención de marcharse a la Tierra de los Soles. Prometió ayudarla bajo promesa de no llorar más, o terminaría arruinándole su negocio. El comerciante tomó un papel humedecido por el llanto y le escribió unas letras extrañas diciéndoles que sí partía y necesitaba ayuda la buscara en esa dirección.

Celia se marchó con miedo en su piel, por momentos dudaba si debía dejar a los suyos que tanto amaba. En su hogar se sentía querida y protegida, pero su juventud la llamaba a emigrar para no ver morir su familia y sus sueños. Además, no podía faltar a la promesa que había hecho frente al ataúd de su hermano.

Se despidió de sus padres y recomendó a sus pequeños sobrinos huérfanos que leyeran todos los libros que encontraran sin desechar ninguno porque todos brindaban sabiduría y los ayudarían a ser hombres justos y a entender el cosmos.
Cuando caminó por las extrañas calles bien trazadas de la Tierra de los Soles un atardecer de otoño, Celia sintió congoja en su interior. Llevaba unas cuantas monedas que su padre había guardado en una media de invierno y que desanudó a su partida. El anciano se las entregó con doble dolor en el pecho; partía su hija menor, y con ella sus únicos ahorros…
Tenía hambre, caminaba sin saber a donde ir y la incertidumbre la angustió más cuando miraba la indiferencia de las pocas personas que transitaban. Se atrevió a detener a un transeúnte de piel muy pálida y mostrar el papel que llevaba guardado en el bolsillo del pantalón. El levantando apenas el índice, le mostró el camino a seguir.

Cuando llamó, una mujer abrió la puerta, leyó la arrugada hoja y la hizo pasar. En la estancia se encontraban varias personas que le sonrieron y besaron varias veces sus mejillas. La invitaron a sentarse a la mesa y cenar con ellos, luego con señas, le indicaron la salida. Sin entender lo sucedido deambuló por las calles nuevamente encontrando al hombre de palidez enfermiza que la reconoció y acercándose le habló en una lengua que ella no entendió. Igual, Celia lo siguió y llegaron a un barrio de casas de colores encendidos. Deteniéndose y llamando, en una de ellas apareció un hombre muy alto, de piel oscura y poblada barba con un turbante en la cabeza que los hizo entrar.

El piso era de madera oscura gastado por el tiempo y manchado de mugre, las paredes de una blancura perdida y en el suelo había almohadones distribuidos en círculo sobre una pequeña alfombra de colores intensos. El olor a incienso y condimentos perfumaban el ambiente dándole un extraño encanto al lugar.

Allí rentó un cuarto con una cama pequeña que ocupaba todo el espacio y la noche no le fue suficiente a Celia para llorar su inseguridad y sentir miedo por el más mínimo ruido o por los crujidos de la madera que se distendía. En medio de la noche se levantó entre tinieblas y vomitó mientras profería sus desgracias, la dureza y la incertidumbre que sentía en aquel baño cubierto por costras del olvido. Oyó tocar en la puerta y al abrir se encontró frente al hombre del turbante que le traía una humeante taza con una infusión color verdoso que al principio tomó en sorbitos para registrar en sus sentidos el sabor.
Al día siguiente, con sus monedas en mano caminó unas pocas calles en la nublada y fría mañana arropada en un gran saco de lana que el hombre le obligó a ponerse antes de salir. Celia temblaba, no sólo de frío, sino del desaliento que la envolvía, paralizándola. Se encontraba ojerosa y sus labios secos no tenían color.

Por intuición pudo regresar a la casa y allí se encontró con Salim y su inseparable turbante. El la esperaba y puso en su mano diminuta una llave enorme que le hizo recordar los baúles de madera y latón, de su abuela, recubiertos en su interior de papel estampado y que ella gustaba de abrir y curiosear en ellos. Sus monedas casi desaparecieron cuando tuvo que pagar el hospedaje y las comidas que la enseñaron a eructar sin importunar el silencio.

Una mañana, de mejor ánimo, paso varias horas lavando las paredes de la casa, la vieja bañera y el retrete hasta que casi recobraron el color blanco. Cuando llegó Salim, se sorprendió y con una sonrisa mostró su perfecta dentadura.

Ya sin dinero, en su deambular se detuvo frente a una vitrina en donde una mujer vestía con encajes, cintas y perlas un maniquí calvo al que terminó por colocar un extraño sombrero en forma de nido que Celia imaginó que habían inmigrado las crías hacia lugares más calientes dejando atrás solo la plumas de colores. El traje era digno de una reina, sólo alguna podía vestirse tan extravagante pensó la joven. La dueña de la tienda le sonrió y la invitó a entrar. Su sorpresa fue grande cuando descubrió que se podía comunicar, que hablaban la misma lengua. Durante varias semanas, con la aguja e hilo entre sus dedos Celia cubría con perlas los trajes, a veces hasta muy tarde en la noche. A su regreso le esperaba la reconfortante sopa espesa y picante de Salim.

Cuando los trajes quedaron listos, la mujer de la tienda hizo cuentas y calculó una paga injusta que entregó a Celia acompañada de la amenaza de denunciarla por falta de papeles.

Por varios días la joven, se negó a comer y sólo quería tomar la bebida caliente y verdosa mezclada con sus lágrimas. Nuevamente volvió a salir en busca de trabajo, esta vez lo encontró en un parador en donde ayudaba a la limpieza de la cocina, acompañada de un cocinero cabizbajo que diariamente ingería grandes cantidades de alcohol y hablaba de su infelicidad mientras ella, sin entender palabra, lavaba copas y platos, metía la basura en bolsas y picaba los ingredientes para los diferentes platillos que se preparaban ahí. En más de una ocasión estuvo a punto de ser quemada cuando el cocinero se sentía inspirado y arrojaba desde gran altura las salsas sobre el sartén con aceite provocando que las llamas se levantaran sobre el fogón que ella apagaba con un jergón sucio y humedecido. El resto del personal estaba integrado por gente de diferentes regiones que hablaban su propio dialecto y que como ella, habían llegado a la Tierra de los Soles con la idea de encontrar un trabajo haciendo a un lado su dignidad de hombres. Aceptaban poca paga y muchas horas de trabajo con tal de poder enviar ayuda, mientras, ellos comían frugalmente, compartían cuartos pequeños y dormían en el suelo y a veces permanecían encerrados por temor a ser vistos y perseguidos por las autoridades al no tener permiso de trabajo.

Cuando la joven recibió su paga se sintió muy contenta, ahora tenía que resolver cómo mandar el dinero a los suyos; en aquel Reino, al ser indocumentada ella no existía, así es que recurrió a Salim.

Un día se encontró con Sandra, una mujer de su pueblo, documentada, que vivía desde hacia varios años en la Tierra de los Soles y le puso en su mano una tarjeta con nombre y dirección y le ofreció su ayuda, en caso de que la muchacha la necesitara. Celia se sintió realmente feliz después de mucho tiempo y se soñó insertada en esa sociedad extraña, indiferente y tan estricta con sus leyes.

Una tarde, cerca de su trabajo se encontró con un movimiento inusual. Había cierto nerviosismo entre los transeúntes y muchos comerciantes estaban fuera de sus negocios. Ella decidió no acercarse, la policía llevaba detenidos a los trabajadores ilegales del parador.

A su regreso a casa ni las infusiones ni las comidas condimentadas pudieron devolverle la felicidad, volvía a la misma incertidumbre. Fue entonces cuando recordó a su paisana y le llamó, segura de que podría ayudarla. La mujer le dio esperanzas de que quizás los patrones de la fábrica donde ella trabajaba pudieran emplearla. Celia, contenta, comenzó a cantar las viejas canciones de su pueblo.

Días más tarde laboraba en un local muy amplio, con calefacción junto a otras mujeres; pegaba botones a las blusas escolares. Su rapidez y buena disposición para la tarea, junto con las largas jornadas resultaron en que le dieron mejor pago que el acordado. Ingenuamente, quiso compartir su alegría con Sandra, pero sólo consiguió despertar en ella celos y deseo de dañarla. No tardó en denunciarla a las autoridades y darles su domicilio.

La tarde era oscura y lluviosa cuando se presentó la policía a casa de Salim preguntando por la ilegal que hospedaba y cuya presencia negó él con firmeza. A su regreso, Celia encontró su valija lista y su amigo consternado le explicó de la visita y de la necesidad inmediata de ocultarse en otro lugar. La muchacha llamó a Sandra y le contó lo sucedido, pidiéndole ayuda. Esta, fingiendo dolor le dijo cuanto lo sentía solo que no podía tenerla en casa. El hombre entonces llevó la joven a casa de familiares que la albergarían por unos días y le recomendó no salir.

Al día siguiente temprano la policía se presentó a la fábrica y allí le informaron que Celia tenía aquel día libre, pero que probablemente estaría con su amiga, en la dirección que le proporcionaron. Al tocar a la puerta les abrió uno de los huéspedes indocumentados quien dio la alarma a gritos. La gente corrió escaleras arriba, pero la fuerza del orden consiguió detenerlos a todos, incluyendo a Sandra.

Salim intervino con los dueños de la fábrica y les expuso la difícil situación de la chica, afortunadamente ellos también habían sido extranjeros en esa tierra y en un arranque de bondad, tramitaron sus documentos. Con el tiempo Celia pasó a ser una de las mejores obreras de la fábrica de ropa, habló con fluidez el dialecto y aprendió la ciencia de los números.

Enviaba dinero a su familia y dejó de ser la joven ingenua. Se cuidó de exhibir su sentir, fingía creer, pero no confiaba en extraños, aunque fueran paisanos. Aprendió a sobrevivir. Lo único que dejaba salir espontáneamente de sí era su canto, que Salim festejaba con deliciosas sopas.


 


Cuentos, relatos, historias, narraciones, leyendas, experiencias
Envíenos su historia y en pocos días estará puesta en la red con el título, su nombre, su ciudad y su e-mail.
Nuestro compromiso es insertar un relato todas las semanas del año en esta pagina y archivar de forma correcta los atrasados.

Si desea que se publique su cuento: parapublicar@cuentosglobales.es  Para información, Federico Ortega: federico@alhaurin.com

                                                    

                                                    

                                      Cuentos de las hijas de Afrodita


                


Andalucía Comunidad Cultual SL 

Alhaurín de la Torre. Málaga. Andalucía

Federico Ortega