Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Andalucía.  Domingo, 8 de enero de 2006






 

 

EL REENCUENTRO

Manuel Porcel. mpl@alhaurin.com Alhaurin de la Torre. España

 Medianoche, inicio de la madrugada. Parecía que la noche no terminaba, que el amanecer no llegaba. Frío continental, su frío, el de su pueblo, el frío de toda su vida, desde sus caminatas hacia la boca de la mina, cuando aún el sol permanecía oculto, el bajar a las entrañas de la tierra, ese traslado hacia la masa de material rojizo, ferroso, su sustento de cada día. Sentía su frío habitual, pero por esta vez, esa sensación iba acompañada de algo más, algo muy distinto y asombroso.
Llevaba varios días con lapsus de presencia y ausencia, estaba y no estaba, parecía no estar pero si estaba, según sus fuerzas y conveniencias. Los latidos de su corazón habían bajado, sin tomarse el pulso lo sabía, la paz mental y la relajación física que sentía le inquietaban. Días antes se había negado a ir más de médicos, no llegaban a ninguna conclusión, siempre le encontraban bien, pero él se sentía cada vez peor. No le dolía nada, había perdido fuerzas, le costaba andar. Miraba a sus hijos y a su mujer con fijeza, con ojos brillantes cristalinos, con ojos dulces. Ellos nunca supieron lo que realmente pensaba de todo, tenía las ideas muy claras pero no las podía manifestar. Había vivido en dos mundos consecutivos y muy distintos, de los cuales le quedó unas muy queridas marcas: De su primer matrimonio la muerte de su mujer y el legado de dos hijos de muy corta edad, seis años de viudo que fueron una eternidad, un segundo matrimonio de conveniencia con una prima hermana casi solterona y una tercera hija.
Buscó el bien de sus hijos sobretodo. Es verdad que algo eligió para sus segundas nupcias, porque a sus veintitantos años era buena persona y no menos buen partido, tuvo muchas pretendientes.
Sentía y veía que abandonaba este mundo. Había sido tan bueno y tan respetuoso que no quería molestar a nadie en esta despedida, ya llevaba un tiempo casi despidiéndose y nunca se iba. Esta vez iba en serio. Había escuchado el silbato de la máquina del tren de la eternidad, estaba subido en él.
Pensó en su hijo, en su hija y en su última hija. Cada uno tenía sus particularidades, a los tres los quería pero sí había una distinción entre ellos. Sus dos primeros hijos siempre fueron distintos y los quiso de forma especial, les recordaban constantemente a su primera mujer, que fue su gran amor, la mujer de su vida. Su hijo tenía sus facciones, sus andares, su simpatía para con la gente, incluso las mismas rarezas que decían de él, pero esas rarezas se asumían rápidamente por su comportamiento y no pasaba de ahí.
Inicialmente, su hijo, fue el que mas satisfacciones como padre le produjo: Tenía mucho interés en que hiciese carrera, la hizo. No estaba en sus planes que con catorce años empezara a trabajar en la mina, a consumirse en el interior de la tierra. No, para él quería lo mejor, ser un hombre preparado para una vida distinta. Lo consiguió, y no con poco esfuerzo. Esfuerzo moral por estar ocho años en un internado, sufriendo porque su hijo se estaba haciendo un hombre y su juventud la vivió lejos de él, tan solo las cortas vacaciones trimestrales. Para ambos, los años de estudios fueron interminables.
Esfuerzo porque los recursos de un minero no podían soportar el gasto de unos estudios en otras ciudades, esfuerzo que provocaba el constante sacrificio de mantener viva una beca que duró los mismos años, con la incertidumbre de que si fallaba tan solo un año se verían truncadas todas las esperanzas de alcanzar la meta propuesta.
Su segunda hija: Era la perfecta imagen de su madre, su primera mujer. Se lo dijo muchas veces, incluso delante de la madrastra. Con su hija estaba loco. Nunca le dio una satisfacción estudiantil pero formó una gran y estable familia. Se dedicó a su marido e hijos y según sus mentalidades era una ama de casa perfecta.
Esa atención y dedicación a las personas de su entorno lo notó siempre, sobretodo en los últimos tiempos en que le era más necesaria por sus constantes recaídas, pero siempre allí estaba ella. Cuando la ambulancia le trasladaba del pueblo a la capital, a su llegada, siempre estaba ella esperando en urgencias, con el mismo buen ánimo y no distinta cara de preocupación. Era tanto o más que su mujer, era una hija que quería mucho a su padre.
La tercera hija, fruto de su segundo matrimonio, no aportó nada positivo a núcleo familiar. La evidencia de unos apellidos distintos evidenciaban también lo distinto que era su comportamiento y sentimientos. No tenía nada que ver con el trío inicial, su genética no había copiado nada, ni bueno ni malo, de los más mayores, pero sí, su carácter y forma de ser había sido un clon de las características de su madre, la madrastra de los otros dos.
No presentaba ni un gesto de dulzura, de preocupación, de interés, nada de nada. Era egoísta, total ausencia de bondad y bastante mezquina.
Como ni tan siquiera tenía apego a su madre, sí utilizó de sus artimañas y la complicidad de la madre para crear un muro de separación entre padre e hijo. Muro que a los ojos de todos existía pero que entre padre e hijo, entre ellos dos, no lo había. Frente a los demás existía porque el padre, políticamente, debía de hacerlo creer, porque dormía todas las noches con su mujer, con la madre de su tercera hija y con la madrastra de sus otros dos.
Cuando padre e hijo se miraban, se hablaban, se confidenciaban, no había tal muro, tal vez un cristal a través del cual se ve y se transmite casi todo pero que había que mantenerlo por necesidades del guión. El hijo, jamás perdonó ni perdonará esos años perdidos alejado de su padre. No se pueden recuperar.
Tímidamente llamó a su mujer, lo hizo varias veces. Entre su falta de energía y el sueño profundo de ésta, que siempre se quejaba de que no pegaba ojo por la noche por atenderlo, le costó despertarla. Con un mal gesto como de desidia y por costumbre, contestó a su requerimiento. Él quería despedirse de ella, pero por la contestación que le dio tuvo que cambiar de motivo: ¿Me puedes dar un vaso de leche?. Son las tres de la mañana, ¿ahora quieres leche?.
No pudo decirle que no iba el asunto de leche, pero cerró los ojos y afirmó.
Volvió de mala gana con el vaso de leche, este hombre tan solo lo probó y le pidió que lo dejara en la mesita. ¿Para probarlo me has hecho que me levante?.
No se dio por aludido, tan solo quiso llamar su atención, tan solo despedirse y decir unas últimas palabras. ¿Dónde están mis hijos?. Pues dónde van a estar, cada uno en su casa. ¿Cuándo han venido por aquí?. ¿Esto son horas de preguntarme por tus hijos?. Anda duérmete que mañana será otro día.
Calló. Lo había intentado pero no encontraba a nadie para despedirlo en la estación, quería despedirse de todo lo que había querido y amado pero, partió solo, murió solo.
Quedó en silencio, miraba al techo. Sus ojos se abrieron más de lo habitual, seguía cristalinos, su cara palidecía, su respiración se entrecortaba, sus labios dibujaron una leve sonrisa: ¿Qué quiso legar con esa sonrisa?. ¿De qué estaba cansado?. ¿Qué no había comprendido?. ¿De quién estaba cansado?. ¿Qué secretos se llevaba que pertenecían a la vida sus hijos?. Nunca lo sabrán, su padre hablaba con la expresión de su cara, sobraban las palabras.
Empezó a no pesarle el cuerpo, no sentía ni malestar ni el más mínimo dolor, se sentía ágil como una pluma, suelto, sin ataduras. Un momento de oscuridad, no le asustó, ¿la mina?, no el camino hacia la eternidad.
Aún no amanecía en la tierra pero ya apreciaba cierto resplandor al fondo. Volvió la vista atrás y observó su cuerpo inerte en su cama de toda la vida, no era un espejo, era su sufrido cuerpo que volvía al polvo de donde procedía. Lo iba comprendiendo todo.
Rodeado de tanta oscuridad orienta su destino, no ya su cuerpo o sus ojos que quedaron en la tierra, su alma, hacia el origen de la claridad. Cada vez es más intensa, cada vez está más lejos de su cuerpo. Aquí no hay nada, tan solo una gran paz, un gran sosiego, una gran felicidad.
Al principio del gran túnel de luz empieza a captar sensaciones de seres queridos, seres conocidos, no hay nadie extraño. Si tan inconmensurable es la eternidad y la gran caridad de almas que debe haber aquí, ¿porqué las conozco a todas?. Pensó.
Encontró su propia respuesta: Mundos superpuestos, coexistentes, particularizados a personas e historias concretas, multimundos, almas presentes en uno y coexistentes en otros, otros mundos, otras personas. Para ser feliz en este infinito basta con que existas con las personas que quisiste y que te hicieron feliz, el resto no importa. No existe el fin de la eternidad, así que os mantendréis juntos hasta el fin de los tiempos. Los que sientes ahora son los que te han estado esperando, ahora empieza a esperar tú a los que dejaste allí, ni abajo ni arriba, en el mundo físico simplemente.
Vigila y ayuda a los tuyos, tienes capacidad de influencia sobre sus actos, pero las decisiones finales son solo de ellos, son órdenes directas del Creador o de la Constitución de la Eternidad.
Se sentía a la altura de un dios, todos eran dioses. ¿Único Dios verdadero...?, ¿qué significaba esa frase terrenal en el nuevo contexto de su vida eterna?. Ni había un creador ni un único dios, todos creadores y dioses. Imagen y semejanza: No había imagen, y por tanto ausencia de semejanza.
Tampoco era la primera vez que volvía a sus principios sin fin, había completado un ciclo físico de su paso por la tierra, esa tierra donde permanecen por corto tiempo los que se atreven a desafiar la todopoderosa eternidad y que algunos llamaron infierno, pero sin llamas, tan solo el lastre de llevar un medio físico como soporte a este instante de vida terrenal.
No tenía sentido su anterior vida terrenal, debía ser un error, pero no, en esas latitudes no hay errores, todo es perfecto, entonces, ¿qué era la vida terrenal?.
Entre las infinitas sensaciones de infinitas presencias de ánimas encontró a su mujer, el encuentro por el que esperó cincuenta años, pero mereció la pena. Captó su belleza de veintiséis años, cuando la perdió. Sintió vergüenza de presentarse ante ella con sus setenta y cuatro años, un anciano junto a una jovenzuela, pero agraciado error, ella lo veía, lo captaba con sus veintinueve años de cuando lo dejó.
Eso mismo pensó cuando vio a sus suegra: Era mucho más joven que él. Hacía veinticinco años de su muerte física, para él, en aquellos años era ya “vieja” pero ahora él la superaba con su setentona de años, pero de nuevo él permanecía en la imagen de su suegra con sus cincuenta y algo de años.
Su amigo Manuel, aquel compañero de la mina, aquel amigo de juergas, aquél que le ayudó a superar su viudedad, aquél, su gran amigo de toda su vida.
Murió joven. Terminada la jornada laboral en las entrañas de la mina, en el pozo San Pablo salían entornando los ojos ante la ceguera de la claridad de la boca del túnel. A Manuel se le desabrochó una bota, se rezagó para amarrarla y aún estando agachado una gran laja de la galería lo dejó atrapado y enterrado.
Escarbó con sus manos, con su casco de baquelita, con todo lo que halló cerca. El fin de la llama de su lámpara de carburo al apagarse certificó la muerte de su amigo Manuel. Ya en el exterior se miró las manos húmedas, mezcla de sangre y tierra ocre del mineral ferroso cuya extracción había dejado tantas vidas en las galerías. Allí estaba Manuel, con su inseparable boina y su antiguo y sobado traje de pana.
Allí estaba aquél ingeniero gordo, Don Alfonso, que le obligó a meterse en un tajo que se le vino encima y quedó enterrado unas horas bajo la carcasa de su máquina. Lo había mandado dos veces a casa sin empleo y sueldo por negarse a tal labor por peligrosidad, pero al tercer día hubo de hacerlo por defender el pan de sus hijos. El ingeniero desapareció de aquella mina, pero le juró que más pronto o más tarde lo encontraría. Allí estaban, juntos para la eternidad.
Su padre, su madre, su hermano, algún sobrino, muchos conocidos, allí estaban todos, para siempre.
Es verdad y lo que más le asombraba de estar con todos es que existía para cada uno y cada uno para con él con la misma edad terrenal con que se despidieron. Dejó de preocuparle sus años porque al no existir lo físico, la edad era un asunto de concepto. Aún le quedaba otra duda extraña: Él los sentía, los veía a todos a la vez, pero, ¿y entre ellos?, ¿se veían?. Daba igual, con cada uno tuvo sus vivencias, tenía todo el tiempo del ....para volver a hacerlo.
La tierra, el mundo. Se volvió rápidamente hacia el túnel que le había conducido hasta allí. En aquella otra dirección no había más que oscuridad, ¿tan terrible era lo que había dejado atrás?. No, no era tan terrible, era simplemente limitado y humano, era otro mundo, era otra vida.
Aún se aferraba a los seres queridos que había dejado atrás, a todos aquellos que había dejado en el anden del tren de la eternidad, a aquellos a los que dedicó su vida, a aquellos por los sufrió y fue feliz, a aquellos, sus hijos, a aquellos hermanos, a aquellos vecinos, a todos los que de una forma u otra le ayudaron a sobrellevar ese corto instante que fue su vida terrenal, a todos aquellos que creyeron que detrás de todas aquellas miserias habría algo superior, algo como premio a su buen hacer, algo como premio a los que no creyeron pero fueron rectos y justos en su vida, a los que sin pensar en lo larga que puede ser la eternidad hicieron lo que pudieron por ser claros y honestos, a los que murieron nada más llegar sin saber porqué regresaban tan pronto, a los que irremisiblemente estaban equivocados, pero al final del todo habría alguien, algo, que les perdonaría sus desmadres y abusos en la tierra. Todo el mundo obtiene su perdón, en la tierra no fueron libres, la esquizofrenia, la criminalidad, el odio, las enfermedades mentales, todo eso no lo eligieron ellos, vinieron con su propio equipaje.
Manuel Porcel
27-06-05

 


Cuentos, relatos, historias, narraciones, leyendas, experiencias
Envíenos su historia y en pocos días estará puesta en la red con el título, su nombre, su ciudad y su e-mail.
Nuestro compromiso es insertar un relato todas las semanas del año en esta pagina y archivar de forma correcta los atrasados.

Si desea que se publique su cuento: parapublicar@cuentosglobales.es  Para información, Federico Ortega: federico@alhaurin.com

                                                    

                                                    

                                      Cuentos de las hijas de Afrodita


                


Andalucía Comunidad Cultual SL 

Alhaurín de la Torre. Málaga. Andalucía

Federico Ortega