Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Andalucía.  Domingo, 22 de enero de 2006






 

    CADÁVERES COLGANTES EN LA TIERRA SIN JARDINES

 Maria Dolores Villalbazo.   Nicosia, Chipre     farida227@hotmail.com

        Las tres  mujeres de ojos color cereza, en su peregrinaje de conocimientos, llegaron a la cumbre de una montaña y se detuvieron para contemplar en la lejanía un  reino  de arena cuya historia, que se remontaba a miles de años habían escuchado. En ella se encontraban altivos monumentos, todos de reyes caídos, códices grabados en piedras y vestigios de desaparecidos jardines colgantes. Palacios con domos y minaretes dorados de paredes repujadas de mosaicos azules y verdes turquesas, amarillos, blancos y rojos con inscripciones de bellas letras alargadas, curvadas y escritas como si una mano invisible y mágica hubiese viajado en el aire y llegado al corazón de aquel que las contemplaba. Sus bóvedas parecían colmenas doradas en donde habitaban los sueños y las esperanzas, eran parte del  universo y cercanas al centro tibio de la madre que paría el sol del alba. Durante siglos estas ciudades fueron objeto de discusión entre los genios que volaban atravesándolas y disputaban cuál de todas era la más hermosa. Sus moradores contaban al extranjero que todo aquel que las miraba con codicia quedaba ciego y errante de por vida.  

        Dalia, la mayor de la magas viudas no tenía el mínimo interés de detener sus pasos en ese lugar, pero Lucida, conociéndola, sabía a que si insistía un poco, la curiosidad terminaría por vencerla. A Gertrudis, siempre sonriente todo le daba igual porque  le gustaba caminar distancias. Cuando cayó enferma con fiebres muy altas en su delirio dijo que Hermes le había dejado en herencia sus pies alados. Aunque no se pusieron totalmente de acuerdo, las tres, con sus largos vestidos negros, los cabellos blancos y la piel pegada a sus huesos,  echaron a andar sobre el terreno arenoso. 

       Para entrar a la ciudad debían  hacerlo por una de las tres puertas: La del Norte, que era de bronce cincelada con dibujos geométricos que los habitantes pulían para que brillara  en luna llena. La del Este, de hierro y madera oscura desgastada por los siglos que irradiaba tal calor humano al visitante que inmediatamente deseaba quedarse en esa tierra. 

        Y por último la de Occidente, de cristal construida por un hombre que se erigió en monarca en una noche al heredar el poder después de tenderle una celada a su adversario y cortado la cabeza que expuso en la plaza entre el júbilo de una gente creyente en sus promesas. Este gobernante ordenó que la puerta se construyera en vidrio para poder ver cuanto se moviera afuera y porque su fragilidad facilitaría su rápida destrucción si quisiese ampliar su reino o defenderse en caso de invasión por vecinos que se coronaron de la misma forma que él mismo.  

        En el sur,  había sólo mar agitado que se tragaba todo cuando se levantaba amenazador, de modo que sólo los suicidas se aventuraban a navegar por esa ruta. 

        Cuando las magas viudas cruzaron la  puerta del Norte,  se sorprendieron al encontrarse con cientos de personas que venían  en sentido contrario al de ellas. Eran de piel oliva y mujeres en su mayoría. Iban, como ellas, vestidas de oscuro, con sus cabezas cubiertas y en algunas solo sus hermosos ojos oscuros envueltos en lagrimas se podían ver; arrastrando a sus hijos o los despojos de ellos  mientras sus rostros húmedos manchados de tizne tenían  la expresión de desvarió. Ninguna de las tres magas llegaban a comprender lo que  ahí sucedía, solo presentían que hacia  donde iban se encontraba el pavor y la muerte que hacía escapar a la población en desbandada. 

        Al entrar vieron que se levantaban humaradas en diferentes puntos de la ciudad y caminaban pisando pedazos de cuerpos, era abominable lo que tenían frente a ellas; por todos los rincones se movían reptiles que andaban erguidos sobre sus patas y se ocultaban entre las piedras y las arenas. Su origen era  otro mundo y cuyos miles se habían diseminado; de sus hocicos brotaban largos y repetidos alaridos que causaban todavía más  espanto en el pueblo sin jardines. Había los que arrastraban  hombres infelices  a quienes reventaban los cráneos.  A otros les llevaban de manos atadas, con muñecas sangrantes y con sus cabezas metidas en sacos con mierda y orina de los reptiles que se multiplicaban. 

        Las tres magas se quedaron paralizadas, nunca hasta entonces habían sentido tan de cerca la locura de la violencia...  San Teocratos les pareció un paraje inexistente y lejano, al que tal vez no podrían regresar. En esos instantes añoraron su viejo caserón y ese patio como vergel en el yermo, en el que tomaban café y aguardiente y reían contándose sus infortunios y fechorías a lo largo de los años. 

       Su magia en La Tierra sin Jardines no resultaba  y el único recurso que les quedó fue volverse etéreas durante la noche y caminar como vagabundas en el día, arrojando sus entrañas cada vez que tropezaban con cadáveres mutilados. Fue cuando Gertrudis comenzó a sentir que su cuerpo ardía y se volvió aún más incoherente en el hablar; su pulso dejo de latir y su piel se convirtió en escarcha, sus ojos no se abrían y  tomaron la rigidez de los muertos. No podía responder a los llamados de sus compinches que la llevaron arrastrada, como estatua de paladín destronado a esconderse en uno de los  tantos palacios destruidos y saqueados que habían sido museos. 

Se acomodaron en un salón de  mármol  y onix, ahora vacío excepto por unas pocas piezas regadas de oro, cubiertas de rubíes que quedaron regadas por el piso en la huida y  que hubieran sido, sin duda,  la mayor alegría de la enferma. Dalia y Lucida apenas se  miraban. Estaban silenciosas, cada una metida en disparatados pensamientos que les impedían hablar. Ni siquiera  les importaba estar sin aguardiente y tabaco y con el paso de los días dejaron de sentir hambre. Tenían sí, mucho miedo que les quitaba el sueño y cuando agotadas conseguían dormir despertaban a intervalos sobresaltadas. Desde afuera se escuchaban gritos y terribles explosiones,  por los orificios que habían hecho las balas, sus ojos color cereza miraban el humo negro que cubría el horizonte y lo asociaron con un cónclave para elegir un nuevo Rey Celestial que podría detener el horror de la invasión. Pero aquí se estaba masacrando una población que no pertenecía a ese Reino. Los nativos abandonados en aquel infierno no entendían cómo las fieras se los iban tragando, mientras los vecinos, a través de la Puerta de Cristal veían con beneplácito su exterminio.  

La imagen pálida de Gertrudis comenzó a reanimarse e incorporándose dijo que  un dios del Olimpo se le había presentado cuando dormía y le había  prometido amor eterno en un  arranque de pasión le entregó sus sandalias doradas con las que ella podría marcharse de allí y tras esto volvió a quedar dormida profundamente. Las dos mujeres se miraron sorprendidas y al tocarla se dieron cuenta que tenia fiebre. 

       Era la media noche cuando escucharon  unos sonidos ásperos  en uno de los salones y dejando a la enferma se volvieron etéreas y con sus ojos color cereza se alumbraron el camino. Se encontraron con varios hombres que emitían fuertes ronquidos mientras dormían y en ese momento decidieron  marcharse lo más  rápido posible, llevándose a Gertrudis volando si fuese  necesario, escucharon ahora pequeños ruidos y se vieron que decenas de reptiles con visores nocturnos rastreaban las habitaciones del palacio. Tomaron  posiciones y comenzaron a disparar ráfagas sobre los cuerpos dormidos. Se escucharon quejidos y una lengua que las mujeres no entendían, pero  intuían que suplicaban piedad. Por suerte, ellas eran invisibles. Poco después las bestias se dieron la tarea de rematar los que quedaron vivos de un tiro en la frente, mientras los muertos partieron de este mundo sin un adiós.  

      Dalia y Lucida abrieron los brazos derrotadas ¿por qué la violencia desplazó  la razón?  ¿Quien se había erigido en el lugar de lo divino del universo?… ¿Un enfermo, un loco, un insaciable de poder?. 

       Tres sombras, flotando, abandonaron el lugar antes del amanecer sin mañana. Caminaron rumbo al sur, al mar que se las podía tragar...


Cuentos, relatos, historias, narraciones, leyendas, experiencias
Envíenos su historia y en pocos días estará puesta en la red con el título, su nombre, su ciudad y su e-mail.
Nuestro compromiso es insertar un relato todas las semanas del año en esta pagina y archivar de forma correcta los atrasados.

Si desea que se publique su cuento: parapublicar@cuentosglobales.es  Para información, Federico Ortega: federico@alhaurin.com

                                                    

                                                    

                                      Cuentos de las hijas de Afrodita


                


Andalucía Comunidad Cultual SL 

Alhaurín de la Torre. Málaga. Andalucía

Federico Ortega