Un cuento para cada día Alhaurín de la Torre, 1 de febrero de 2003
Relato: Subida a la Virgen de las Nieves del Mulhacén.
Federico Ortega. Juviles. Granada. Andalucía. Federico@andalucia.cc
Hacía años que deseaba repetir
la experiencia y acudir en el mes de agosto a Trevélez (las Alpujarras, Granada) para acometer la subida
hasta la cima del Mulhacén. Fue en el año 82 cuando hice esta excursión por
primera vez. El recuerdo de aquella época me llena la cabeza de imágenes,
recuerdos y nostalgias. Estaba acabando magisterio, no tenía un duro y la política
llenaba todos los espacios y tiempos de mi vida. Se estaba gestando la victoria
arrolladora del PSOE en octubre del 82. ¡Cuanto ha cambiado España
desde entonces y todos nosotros con ella!
El caso es que por unas cosas o por otras, llevaba dejando arrinconada la
repetición de la subida a la Virgen de las Nieves de Trevélez. Los niños, los
kilos de más.... estaban impidiendo que me decidiera a repetirla. La narración
de esta excursión a mi amigo inglés Jhon Warwurt, que deseaba participar, fue
la espoleta que me decidió el verano pasado a cumplir mi promesa de subir de
nuevo a lo más alto de Andalucía.
Salí para la Alpujarra el fin de semana anterior al martes 4 de agosto, que era el día de la partida. La Virgen de las Nieves del Mulhacén - distinta a la del Veleta- se celebra los días cinco de agosto de cada año, y es así porque sólo los primeros días de este mes son aptos para subir con cierta garantía. Durante la primera quincena del mes llega la primavera-verano a Siete Lagunas. Después de este breve espacio de tiempo entra el otoño-invierno. Prácticamente dos estaciones : un largo y frío invierno y un corto y fresco verano. Unos pocos días para que la naturaleza cumpla su cometido, para que las flores de la hierba se abran entre los riachuelos del agua del deshielo.
Me amigo John me esperaba no sin ciertos recelos, por lo que había oído hablar de la dureza de la subida. Después se cumplirían estos temores plenamente. A las siete de la tarde del 4 de agosto aparecimos por el barrio alto de Trevélez una serie de personajes, que aún sin conocernos, se notaba a lo que íbamos. Nos fuimos reuniendo en la taberna La Fragua sin que nadie nos convocara. Primeros contactos y cervezas y hablar de lo dura que puede ser la noche, ya que se sale del pueblo alpujarreño la víspera del día cinco, se sube casi toda la noche y se llega a la cima por la mañana.
A las nueve, empiezan a salir los primeros y de inmediato se organiza el pelotón. No se quiere ir solo, el grupo protege a todos. Treinta en total, según contamos en la parada del refugio. El camino que sale de Trevélez es ancho y empedrado al principio. Hecho a través las subidas y bajadas de muchas generaciones de campesinos y animales. No hace falta linterna todavía, por suerte hay luna llena. Se marcha alegremente, preguntando los novatos y dando explicaciones los veteranos.
- Hay unas tres horas - comenta un treveleño- de camino hasta llegar al refugio del Tomaero. A partir de él, ladera arriba hasta llegar a Siete Lagunas, la segunda parada.
Mi inglés anda con impaciencia. No sabe que la manera adecuada de subir una montaña tan imponente es de forma lenta y con paradas cortas. Un descanso de dos minutos cada media hora de marcha y adelante, despacio. A las once de la noche el camino se estrecha, es necesaria la linterna. Algunos se han escapado y otros rezagado. Quedamos un grupo de cinco entre los que va, por suerte, un "nativo". Él conoce el camino, es fácil perderse en la inmensidad de la sierra. Empezamos a cansarnos, no aparece el refugio y ya llevamos 4 horas andando, aunque decían que en tres se llegaba. Es preciso tomárselo con filosofía y esfuerzo.
EL REFUGIO
Por fin a las tres de la madrugada nos dicen que ahí está. Cuando llegamos vemos que el refugio no es más que un cortijillo de piedras de pizarra, con techo de vigas de madera y launa, que se utiliza por los pastores y las ovejas para guarecerse del viento y del frío. Un refugio al fin y al cabo. ¿Qué esperábamos? ¡ Gente de cuidad!
Algunos llevan más de dos horas descansando. Comemos un bocadillo con ganas y el vino de la Contraviesa corre en botas de mano en mano. Los alpujarreños están contentos, charlan entre ellos y se ríen a hurtadillas de los "turistas". Se sienten superiores, saben que ahora no vale la cultura, los estudios ni el dinero. Aquí vale la experiencia de vivir en un pueblo como Trevélez.
No hemos hecho más que llegar al refugio y algunos reanudan la marcha. A los últimos que hemos llegado no nos apetece salir todavía, aunque sabemos que es peor sentarse y dejar enfriar los músculos. El próximo trecho es hasta Siete Lagunas. Nos quedamos un buen rato hasta que algunos se ponen en pie y todos nos decidimos.
Está empezando a clarear. Hace un frío espantoso. Ya no hay camino, sólo sierra arriba hasta llegar a la cumbre. En pocos minutos amanece y la vista que se nos presenta es alucinante. La mole del Mulhacén por encima de nosotros y por debajo, el valle del río Trevélez. No se ve el pueblo, lo tapa la neblina. Los árboles y arbustos han desaparecido, sólo queda la vegetación de alta montaña. Abundan los rascachochos (así los llaman por ser unas matas pegadas al suelo y con muchas púas) y los lastones, parecidos al esparto y que sirven de comida a las cabras y vacas que han subido en esta época a la alta sierra en un circuito parecido a la trashumancia. Se ven muchos animales por aquí y por allá, sueltos, parece que no tienen dueño. Las piaras de varios pastores están revueltas durante la temporada. En otoño las separarán y cada uno bajará sus animales en busca de otros lugares más cálidos y adecuados para darles de comer. Dos horas de camino desde el "refugio" hasta Siete Lagunas. El último trecho es el más empinado, ya faltan las fuerzas pero casi estamos. Ánimo.
SIETE LAGUNAS
Siete Lagunas en esta época merece el esfuerzo realizado. Es como si alguna máquina gigante hubiera excavado un gran agujero en la falda de la enorme montaña. Sin duda se debe a la acción de los glaciares durante muchos miles de años, quizás millones. Hay agua por todas partes y un tapiz de hierba verde salpicado de infinitas flores amarillas, parecidas a las margaritas. El conjunto está compuesto por dos lagunas principales y por varios lagunos que van soltando el agua escalonadamente de unos en otros. La primera sensación es de alivio por haber llegado, después a comer. Se ven excursionistas por aquí y por allá y de pronto veo la Virgen en el altar más curioso que se pueda uno imaginar: en lo alto de un mulo. Acaban de llegar con la imagen desde Trevélez. La han atado como si fuera un haz de leña a lomos del animal y la han subido desde el pueblo. Salieron dos treveleños a las cuatro de la mañana montados ellos en un caballo y la Virgen en el mulo y ya están aquí. Son las ocho. Cuatro horas, lo que a nosotros nos ha costado casi diez. Menudos excursionistas.
Todavía queda otro trecho hasta la cima. Los de la Virgen continúan su camino. La misa será a las 11. Los montañeros siguen a los mulos en su lento caminar ladera arriba. Algunos nos quedamos, no podemos con nuestra alma. Después de una hora de descanso nos animamos y decidimos que hay que continuar. Algunos se quedan, que el Señor perdone la misa, pero es que aquello está demasiado alto.
LA MISA
Cuando el guiri y un servidor arriban a lo alto ya están preparándose para la misa. ¿De donde has salido los curas? Sencillo, otro grupo de montañeros, entre los que van dos sacerdotes, han subido en coche desde Capileira y sólo han tenido que andar el último tramo. Así cualquiera. La vista que se ofrece desde lo alto del Mulhacén es indescriptible. Desearía uno saber escribir bien para poder transmitir lo que se ve y se siente. Se nos presenta la cara norte de Sierra Nevada, el lado opuesto por el que hemos subido, con la Alcazaba al fondo. Al oeste el pico Veleta con su corte de muchos metros a plomo, donde han perdido la vida varios montañeros intentando escalarlo. Al sur las Alpujarras y al fondo el mar Mediterráneo. En principio no se veía por la niebla pero que cuando se despeja la mañana se ve su franja verde-azulada.
Los quince o veinte montañeros que hemos conseguido llegar a la cumbre del Mulhacén nos disponemos a oír misa. Seguramente somos más los no creyentes que los católicos, pero todo el mundo se muestra respetuoso con la celebración de la eucaristía. Cada cual se busca una recacha para esquivar el viento frío y tomar el sol durante la ceremonia. También para los no creyentes puede ser un buen momento de meditación. La falta de oxígeno y la mala noche pasada me ponen el cuerpo medio en trance. Durante esa media hora mi mente vaga por mis recuerdos y vienen las preguntas básicas: de dónde vengo, quien soy, ¿soy feliz?, etc. Cuando llega la hora de la comunión siento la tentación de recibirla en recuerdo de cuando uno era religioso y evocar así los momentos de las muchas veces que ha comulgado.
Acabada la ceremonia, un rato de charla reconociendo lugares de la sierra, fumarse un cigarrillo y rápidamente para abajo, a Siete Lagunas para comer, hacer la procesión de la Virgen y prepararse para la bajada. Son ya las 12,30. Nos queda un largo camino. La procesión entre las lagunas es algo mágico. Se ha bajado la imagen de la cima y ahora la procesionan varios montañeros. He tenido la mala suerte de no echar la cámara de fotos. Siempre se me escapan las mejores. Una hora de relajo tumbado en la hierba, estamos muy cansados y no pensamos más que en el camino de vuelta. A la tres de la tarde emprendemos la bajada. Aparentemente es más fácil que la subida, pero las piernas sufren más ya que deben ir sujetando el peso del cuerpo que se desliza cuesta abajo. A Jon le ha dado mucho el sol y está colorado como los turistas en la Costa del Sol y muy cansado, no puede con su cuerpo. Nos vamos quedando rezagados. El dice que siga yo, que él me alcanzará. Así lo hago pero tengo que esperarlo de vez en cuando. No puede más. Por fin, con el sol puesto llegamos a Trevélez. Hace 24 horas que salimos. No tenemos ganas de nada, ni de tomar café. Lo único que pensamos es llegar a Juviles, nuestro destino. Cogemos el coche y en media hora en la ducha y a la cama. Mañana será otro día. Ha sido fantástica la subida a la Virgen de las Nieves.
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