Un cuento para cada día
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   4 de junio de 2003

Continuación de Cuentos Globales después de un mes de interrupción por problemas personales

SORTILEGA 

Maria Dolores Villalbazo   Nicosia, Chipre       farida227@hotmail.com 

Madame Tersa, alquiló un local cerca de una calle transitada y comenzó a decorarlo; primero pintó las paredes grises y manchadas en color violeta,  porque infundía tranquilidad al animo, cubrió la ventana con un tapiz de parches de colores, en un rincón una lámpara árabe que mantenía encendida todo el día porque la habitación de por sí era oscura, colocó un par de sillas de terciopelo rojo y  por último una mesa con mantel azul  y una bola de cristal en el centro. 

Puso un anuncio en el diario y los clientes fueron llegando. Cambió temporalmente sus acostumbradas ropas cortas y ajustadas por una larga falda y camisa amplia con estampado de flores pequeñas. Cubrió sus cabellos con un pañuelo con monedas doradas cosidas, se adornó las orejas con argollas, sus dedos con anillos y sus manos con pulseras. A su paso dejaba la mujer un sonido musical  desconcertando a los transeúntes. 

Ella se atrevía a todo, y no le importaba burlarse de los demás. Acostumbrada a satisfacer sus caprichos, se había casado varias veces para luego divorciarse. Claro, no sin antes haber mermado considerablemente el balance bancario del marido y después de realizar viajes que conllevaban lujosos alojamientos y cenas en costosos restaurantes. Con todo, sus parejas siempre quedaban agradecidas porque se sentían orgullosos de haber gozado su hermoso cuerpo y sus amplios conocimientos del Kama Sutra…  

Por el momento había decidido permanecer sola por un tiempo y para ello alquiló un lujoso apartamento cerca del mar. Iba y venía de compras y hacía cortos viajes para paliar el aburrimiento. Con el pasar de los meses su pequeña fortuna desapareció. 

Buscó entonces una forma fácil y  rápida para tener un alivio financiero. Decidió disfrazarse de gitana y leer la suerte. Era lista y convencería  a los ingenuos. No se equivocó. Con solo mirarlos detenidamente ya sabía por donde comenzar a embaucarlos. A las mujeres les miraba las manos y la ropa e intuía su ocupación y les decía lo que querían escuchar, el tema de todas: amor y engaños. 

Los hombres eran clientes más difíciles de manejar debido a su naturaleza, tenían en la piel la desconfianza. Con ellos era doblemente cuidadosa;  con su suave voz y su rostro serio se los ganaba, y terminaron por ser los más fieles, crédulos y asiduos visitantes a su centro. Recurrían a Madame Tersa  para que les orientara sobre cuándo y dónde invertir sus dólares. 

Un día se presentó un caballero de corta estatura y rasgos orientales, nervioso porque sus negocios de  “comida para llevar”  no marchaban bien y temía la ruina. Seguro que podría  hacer algo para quitarle ese “mal de ojo”. 

El rostro de Madame Tersa denotó preocupación por lo que le sucedía; le pidió una lista de los conocidos y familiares que habían visitado su negocio en las últimas fechas y después de mirar fijamente la bola de cristal por unos momentos lo reconfortó diciéndole que aquello seria difícil pero que tenía remedio.

Apenas pasado un par de días le dijo haber estudiado su caso y descubierto el causante de sus males… Era su primo que lo envidiaba desde joven por su suerte con las mujeres, por haber procreado hijos varones y ser próspero en los negocios. 

El se quedó sorprendido y admirado por el descubrimiento de la mujer y le preguntó angustiado, con lágrimas en los ojos, qué hacer. 

Ella había comprado previamente un anafe en el que puso carbón y  esencias de diferentes aromas además de unas hojas secas de olivo. Le tomó la mano y la llevó  a su pecho preguntándole si estaba dispuesto a cualquier sacrificio. 

Madame Tersa  le pidió la suma de tres mil dólares para un exorcismo y un par de días mas tarde el cliente acudió puntualmente a su cita, con el dinero requerido. Era imperativo quemar la suma para hacer cenizas los malos espíritus…apurada y algo nerviosa la pitonisa metió sus dedos en el anafe encendido, fue tal la suerte que además de quemar sus uñas confundió el rollo de billetes falsos  que tenía preparado para la ceremonia con el de los buenos. Entre gritos y gestos de dolor anunció la presencia del espíritu maligno y urgió al cliente a salir de la habitación  y aunque chamuscó un poco sus manos pudo salvar varios de los billetes.    

Estaba furiosa y con llanto irrumpió en el banco más cercano, lamentando la travesura de su niño que jugando con el dinero lo había quemado. Naturalmente el gerente de la institución se apiadó de aquella infeliz mujer de rostro algo tiznado y mirada trastornada víctima de un juego infantil… 

Ya en su casa, en el balcón con vista al mar, Madame Tersa se acomodó en el suelo sobre una hermosa alfombraba persa y sorbía tranquila un refrescante cóctel cuando sintió que una fuerza extraña la levantaba y la llevaba volando de ahí…


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