Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   viernes 10 de octubre de 2003

                                          UNA VERDADERA HISTORIA                            
          
 
Maria Dolores Villalbazo  Nicosia, Chipre  Farida227@hotmail.com

 
El  barcito, “La Roca Mágica” se encontraba en las afueras de la ciudad, en un lugar que en la antigüedad había sido un pueblo minero enclavado en lo alto de  una montaña rodeado de un terreno rocoso. En aquellos años, al principio de la explotación del yacimiento; los mineros llevaron consigo a sus familias y construyeron sus casas en azul, ocre rojo y amarillo, de dos plantas y con balcones. Con el paso de los años, la mina dejó de producir y el área se mantuvo restaurándola y convirtiéndola en atracción tanto para locales como para extranjeros quienes disfrutaban los fines de semana descansando allí. En el invierno la zona se cubría de nieve y en el verano el lugar resultaba ideal para huir del calor por lo fresco de sus cerros.
 
“La Roca Mágica” era muy concurrida, sobre todo los fines de semana. La asidua clientela, en su mayoría extranjera, se daba cita para tomar la copa y bailar, era el sitio perfecto para relacionarse. Acudían numerosas mujeres jóvenes y maduras, solteras y casadas, que escapando del aburrimiento se citaban al anochecer, cuando los maridos estaban ausentes o dormían después de algunas gotas de somnífero que ellas le ponían en el café o en su bebida favorita, o, en el caso de las engañadas, mientras sus parejas se encontraban en otros brazos amorosamente. Con estas salidas las mujeres transformaban su mal humor en efímera alegría.
 
El interior del bar estaba recubierto de madera oscura y de sus paredes colgaban, fotos antiguas de “Los famosos bandoleros”, de rostros morenos y espesos bigotes, que hicieron historia en el pueblo minero, cuando llegaron un día a saquearlo y de paso despertaron de su letargo a las mujeres con sus caricias. Ellas se transformaron en gatas apasionadas; no hubo soltera ni casada que no se excitara ante su presencia...
 
Contaba la leyenda que cuando los maridos, padres, hermanos y novios se enteraron, heridos en su orgullo, salieron a perseguirlos montados en burro ya que los caballos habían desaparecido, muertos todos, victimas de una extraña epidemia. Tendieron una emboscada a los bandoleros cerca de una roca, la cual cruzaron los bandidos desapareciendo de la vista de los perseguidores. Desde entonces se le llamo la “Roca Mágica” y se decía que quienes anduvieran cerca de ella se tornaba invisible.
 
La atmósfera no era real, sólo que la música y los tragos hacían sentirse bien y divertida a la clientela que encubría su soledad y egoísmo con risas. Algunos hombres que llegaban en grupo observaban con detenimiento a cada mujer y se  hacían señas unos a otros, indicándose quién abordaría  a quién.
 
Muchas de las mujeres intuían los pensamientos de los hombres y estaban dispuestas a mentirse a sí mismas, antes que aceptar que su existencia era vacía, que no tenían con que soñar cuando estaban en casa escuchando a los maridos gritar órdenes de dame esto o tráeme aquello y rechazando comidas porque “estaban mal preparadas”. Sus noches no eran mejores, sus esposos las tiraban de espaldas y vaciaban en ellas su agresividad eyaculando sin impórtales su satisfacción o falta de ella.
 
Las solteras tenían ya desgastada la esperanza de encontrar cónyuge entre los desconocidos. Les brindaban pasión y comodidad a cambio de un poco de amor. Algunas eran posesivas y celosas, pero sabían disimularlo. Ellos lo descubrirían cuando estuvieran a su lado; solo que entonces seria tarde para lamentarlo. Las maduras casadas y divorciadas, con hijos adolescentes veían angustiadas cómo estos crecían; pronto se marcharían del hogar, ellas se preguntaban como llenarían sus vidas entonces. Algunas tenían aun la piel firme y conocían que era sólo cuestión de tiempo antes de que cediera; ellas estaban vivas y querían tomar una mano, contar sus pensamientos, llorar sus soledades, y hacer sonar sus risas mudas atrapadas en las paredes de sus casas, y ¿por qué no?, disfrutar de una apasionada relación que no encontraban con su pareja.
 
Sin embargo, el pensamiento de ellos era muy distinto, rondaban y seleccionaban; las preferían jóvenes y lindas para contarles muchas historias y desecharlas más fácilmente cuando se cansaran. Buscaban una hembra que los hiciera orgullosos, para pasearla como un trofeo y gozarla a sus anchas. Nada de amor. Ellas antes sus ojos no valían nada. ¿Que era eso de estar contentas y bailando? Eso estaba reservado para los varones.
 
Casi todos sabían cómo era el juego. Sonreían y conversaban con disimulo, intentando cada uno, seducir sin preguntarse cual sería el final. 
 
Cefeida, sacudió sensualmente la humedad de su cabello corto con sus dedos que resbaló hasta la nuca. Las gotas de sudor bajaron despacio sobre el centro de su espalda blanca y se perdieron en el escote. Comprendió que él la había observado y se volteó a mirarlo. Sus ojos azules se encontraron con los oscuros suyos y sin perder sus sonrisas se juntaron en la pista de baile.
 
Su marido, bastante mayor que ella había quedado en casa terminándose la botella de whisky, mientras ella iba a tomar una copa. Él con lengua lenta le dijo adiós. Era un hombre de cerca de sesenta y cinco años,  alto y aun fuerte y con el corazón en el lado derecho, allí de donde sacaba su billetera todos los días.
 
Aquella noche la mujer olvidó regresar a casa. Se encontraba cautivada por la cercanía del hombre, transpiraba profusamente y en los abrazos sentía en su cuerpo un erotismo desaforado que le exigía continuar. Los ojos de él la miraban buscando cobijo y terminaron por besarse frente a todos, saliendo luego al jardín cuando las caricias pidieron respuesta.
 
El marido entró al bar, dejando atónitos a los conocidos. Buscó a su mujer y la encontró al fin cerca de un jazmín, prometiendo otros encuentros. La levantó furibundo, propinándole un puñetazo en el ojo, haciéndola caer de nalgas. Mientras el ladrón de amor huía del lugar tan velozmente como podían llevarlo sus piernas.
 
Poco después entró el matrimonio nuevamente al bar, tomados de la mano. Ella un poco dolorida del ojo y él a pedir un whisky...

 

 


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