Un cuento para cada día    Alhaurín de la Torre,  12 de febrero de 2003

DAMIAN 

Marcela Alba,  Argentina  m_maralb@uolsinectis.com.ar

Lo estoy viendo, sé que va a terminar lastimándose y correrá a refugiarse entre los pliegues de mi falda. Pero no puedo decirle nada. No puedo advertirle que eso que está haciendo terminará sumándose, calificado como accidente, a la larga lista de marcas que ha ido coleccionando en su corta vida. 

Soy tan ajena a él, a lo que le pase, a su dolor, a ese llanto continuo con el que sé que me reclama, pero al que nunca puedo responder. 

No he podido abrazarlo como consuelo, ni aún ese día en el que ví como,de su pequeña cabecita, manaba sangre en tal cantidad que me pareció imposible que una criatura tan pequeña pudiera contener tanto líquido. 

Y Damián me llama “mamá”, me llora “mamá”, me nombra “mamá”, y son apelativos a los que no puedo acostumbrarme, son sonidos que no llego a descifrar.

¿Qué es “ser su madre”? ¿A quien llama él cuando parece llamarme? 

Cuando aún estaba en mi vientre y podía sentir sus movimientos o sus pequeños pies se dibujaban en mi piel tensa, allí era mi hijo. En ese lugar tan oculto, tan interior, tan no visible, reconocía su llanto, su voz, su piel que me acariciaba por dentro. 

El día del parto, cuando los médicos me mostraron a ese pequeño de boca gigante, sucio aún, perdí la noción de hijo. Ese ser que me era presentado como Damián había pasado a ser Damian, no ya hijo, no ya mi hijo, no ya caricia ni voz. 

Fue complicado al principio, porque no podían entender como dejaba que se pusiera morado por tanto llorar, reclamando que lo alimente; o como podía estar sin alzarlo, sin ponerlo sobre mi pecho y ofrecerle el calor de mi piel. 

Los médicos tranquilizaron al padre diciendo que era un cuadro post-parto que muchas mujeres presentan, pero que era absolutamente reversible.

Fue él quien cuidó de Damián hasta que pudo empezar a deambular por la casa.

Fue Damián el único objeto de atención para él, y entonces sentía aún más rencor hacia ese ser que me había quitado a mi hijo y a mi esposo. 

Fue Damián el responsable de los cambios en la pareja, de las discusiones constantes y del final, de ese día en el que el padre se marchó, dejándome sola luego de un período incontable en el que vivió reclamando que pusiera atención en nuestro hijo, que cuidara de él, que me necesitaba por ser su madre.  

Dejando a Damián conmigo no hizo más que acentuar mi soledad. 

Damián andaba por la casa, ya había aprendido a trepar a las sillas, podía abrir la alacena y sacar de allí galletitas o agua de la canilla, que rápidamente aprendió a manejar. 

Solo repite las pocas palabras que su padre le enseñó antes de partir. También aprendió a manejarse solo para hacer sus necesidades.  

Supongo que entendió pronto que no podría esperar nada de mí. Que así como él me despojó de mi idea de hijo, yo perdí, en el momento de verlo así, tan real, tan ser, tan criatura humana, todo relación que me permitiera entender que era ser madre. 

Ahora ha dejado la tabla con clavos que había tomado porque ya se ha pinchado y dos de sus dedos sangran.

Y viene hacia mí mecánicamente, llora y se restrega contra mi vestido y yo no puedo mover la mano y acariciarle el rostro porque no sé como acariciarlo, porque he olvidado como es sentirme acariciada por aquellos pies pequeños, porque nada de él me conmueve y no puedo esforzarme en sentir lo que no está en mí. 

Algunas veces pienso porqué aún insiste en nombrarme, en llorarme, en solicitar mi atención. Por qué continúa llamando a esa madre que él, pequeño asesino, mató el  mismo día que pudo abrir los ojos y comenzar a ver éste mundo.  17-10-01


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