Una historia cada día, un cuento cada semana
   Alhaurín de la Torre, Málaga, Andalucía,   Domingo 14 de septiembre de 2003

DETRÁS DEL UMBRAL

 

Maria Dolores Villalbazo    Nicosia, Chipre  farida227@hotmail.com 

Sofía tenía la piel cubierta de escamas de cristal que al reflejo del sol explotaban convirtiéndose en lágrimas y vivía en una cueva oculta en un arrecife de aguas color turquesa. 

En las noches, se tornaba etérea y flotaba integrada a la brisa del mar, llegando a lugares lejanos. Observaba en silencio los pasos de hombres, sus amores, sus desventuras, entraba a los sueños de ellos y muchas veces se retiraba horrorizada y con dolor de saber lo que pensaban. 

Sabia del miedo de la gente a no buscar la verdad de sus sentimientos para no embargarse de dolor ante las circunstancias que le presentaba la vida, libre de emociones los escuchaba prometer. 

Vivía rodeada de amuletos marinos y acompañada de su inseparable serpiente que le anunciaba su cercanía sonando su cascabel, respetándose mutuamente su espacio aunque pasaran largas horas juntas. Ella leyendo libros de pócimas y suertes para encantar mientras el reptil permanecía enroscado debajo del lecho de Sofía. 

El piso húmedo de tierra roja coloreó los pies diminutos y descalzos de la hechicera quien tejía collares de coral para adornarse su cuello escamado y después mirarse sobre un pedazo de espejo que trajo el mar. 

Deambulaba por calles desiertas antes del amanecer y siempre con luna. Se alimentaba de pececillos y corazón de cangrejos crudos, costumbre que había adquirido cuando su padre por la  noche pescaba con sus redes doradas y sus soles en la mano alumbraban el mar. 

Escuchaba en ese entonces, a la madre hablar dormida y servir la cena con los ojos cerrados y así volver a dormir sin probar alimento, porque ella se nutria de sueños. Ellos desaparecieron una mañana barridos por las olas, en un día de tempestad. 

Se quedó sola contemplando cómo se desvanecían si decir adiós. Guardó en su memoria los pedazos de recuerdo y cuando fue mujer los comprendió más, solía conversar por las noches con ellos y cantarles mientras seleccionaba las piezas de coral de diferentes colores que ensartaba después en hilos de plata. 

Sofía, era casi muda; apenas de su garganta salían sonidos guturales. Conocía el lenguaje de palabras, mas como estaba tan cansada de escuchar historias, prefirió guardar silencio. 

En uno de sus vuelos nocturnos descubrió un hombre vestido de arlequín, que caminaba por el estrecho laberinto de callejones, huyendo del ruido de una fiesta de carnaval. Ella, curiosa como un felino y cautelosa como su serpiente lo siguió. Lo vio llegar a casa despojándose de su disfraz y quedando desnudo ante sus ojos, lo oyó hablar buscando respuestas y lo miró detenidamente, no podía tocarlo. Pero sí leer sus pensamientos que eran puros y sin miseria, ni odio. 

Ella volvió muchas veces a su lado, se recostó en su hombro, le susurró sus historias y sus sueños y lo inquietó con la presencia de su perfume, de aquel aroma marino... 

El hombre percibía la presencia de una brisa desconocida y se tranquilizaba sintiendo que era la mujer que anhelaba, aun sin verla. Palpaba su pechos y caderas, besaba sus labios. 

En las noches de luna Sofía dejaba de tejer sus collares y abandonaba a su mascota. Llegaba a él, para acompañarlo, sin materializarse porque temía que cuando la viera y la tocara se cansaría de ella y pronto la olvidaría. Conocía demasiado a los hombres y a las mujeres; sabia de sus juegos de seducción que eran como los de los arácnidos que ambos tejían con paciencia su tela para atraparse y terminaban siendo victima uno del otro cayendo en una vorágine. 

En las noches oscuras Sofía permanecía en el arrecife acompañada de su fiel reptil observando los astros y viendo caer alguna estrella. Recostaba su cuerpo sobre las piedras tibias y blancas y juntaba desechos marinos para decorar su hogar. Reía cuando recordaba al hombre y esperaba nuevamente la luna llena para ir en su busca. 

Con el viento anduvo entre los callejones y llegó hasta él traspasando la puerta. Lo vio abrazado a una joven de oscuros y largos cabellos, de breve cintura y risa como el agua fresca que cae de las piedras. Sintió como una daga se hundía en sus entrañas, vio desmoronarse su cueva y hundirse su mascota y sus ilusiones de siglos de cuentos de genios mágicos. 

Horrorizada, salió huyendo gritando desgarradamente sin que nadie compartiera su dolor mortal.


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