Un cuento para cada día    Alhaurín de la Torre, 17 de enero de 2003

Miro el reloj


Marcelo Urizar.murizarte@yahoo.com Brazil

¡Date tiempo, que el tiempo, no existe. Octubre 1996. 

Despegar del calor de las sábanas, la sensualidad de la almohada, que se adapta a las formas que antojan los sueños. Mirar las agujas del reloj. Mojas el cuerpo con las aguas que vierte la canilla. Mirar las agujas del reloj. Secarte. Lavar los dientes con cepillo de cerdas artificiales, para sustraer restos de comida de la noche anterior. Mirar las agujas del reloj. Enjuagar las manos. Mirar las agujas del reloj. Orinar. Mirar las agujas del reloj. Colocar la espuma, sobre la cara, afeitarme. Mirar las agujas del reloj. Calentar la pava, para un té, con las medias al revés, total, quién las ve. Mirar las agujas del reloj. El pantalón arrugado, la campera mal lavada. Mirar las agujas del reloj. El agua hervida, el trabajo que terminé la noche anterior, desordenado. Miro las agujas del reloj. Ingiero la bebida que quema la campanilla de mi garganta. Miro las agujas. Tomo una manzana para el camino a la oficina, rebobino el aparato que contesta mi ausencia. Vuelvo a mirar el reloj. Se adelanta en cinco minutos, al que cuelga en la pared de la cocina, al despertador de la mesa de luz, el del aparato estereofónico, no logro hacerlo funcionar, estoy sin tiempo, para leer los manuales, que enseñan, ¿cómo? Miro las agujas del reloj. Tomo lo que debo llevar para el trabajo de la oficina, dejo en casa, el descanso, la fatiga de otros días que vendrán. Miro las agujas del reloj. Oprimo el botón del ascensor, saludo con un buen día, al vecino, que dispone bajemos juntos. Miro las agujas. Un comentario de los titulares de los diarios  (Mariano Pedemonte, dice que vive de ellos), un gesto de asombro de mi parte. Miro las agujas del reloj. Me despido, camino al stop del colectivo, (más que stop, atropello, subirse a esos paquidermos mecánicos, es atropellante por momentos) Miro las agujas del reloj. Observo las caras de la mañana. ¿Es la mía como éstas? Me excuso en la diversidad, y digo: ¡somos todos diferentes!, me amenaza la culpa, y digo: ¡somos todos iguales, con los mismos derechos! Miro el reloj. Uno de cincuenta, introduzco la moneda, retiro el papel que habilita, te transportes de un lado a otro. Miro las agujas. Me sostengo de las frenadas, de un conductor mal dormido, por el exceso de trabajo, un centenar de peatones indolentes que caminan por cornisa, cincuenta particulares que conducen sus carros de último modelo, transportando sus trabajos, como en ambulancias, que parten a terapia intensiva. Miro las agujas del reloj. Conversar en el viaje es de mal gusto. Coloco unos auriculares diminutos en mis oídos, me aíslo de todo sonido, aturdiendo mis tímpanos algo más cada día. (Para lo que escuchas, más de lo mismo.) Miro el reloj. El tránsito crece, como las importaciones de autos, motos. ¿La circulación, el diseño urbano, a quién le importa? Miro el reloj. Dará las ocho. Desciendo del ómnibus, camino cuadras para trasponer el portón verde azulado, donde marco el horario de entrada. ¡Controlados! Cómo detesto los horarios. Quitan tanta energía a los actos. Llegas tarde, o, temprano. ¿Y el aquí y ahora, dónde?

         Soy hombre de la  administración, de una empresa que importa-exporta bienes. Miro el reloj. Me hace ruido el estómago. Los compañeros, invitan unos mates, con bizcochos, después de las ocho. Acepto. La bandeja del jefe, lleva el té inglés, con budín de limón en vajilla de porcelana. Ser jefe, es algo que me es indiferente en una estructura verticalista como la que hoy gobierna el planeta. Miro el reloj. Voy al baño, no cuento con el tiempo suficiente al partir de casa, no he logrado introducirlo en la rutina, ni controlar mi estómago, el intestino. Vivo solo, y cuando estoy de novio (en pareja) me acompaño algunas cenas, unos almuerzos, los sábados de cine por el trece, el once, con ella. Comparto un rincón de la cama, una de las almohadas, sin permitirles que dejen bombachas en los cajones del armario. Es síntoma de que pueden quedarse para el resto de su vida. Soy fóbico, desconozco, el sentido de las fobias, ahora, lo escuche a rabiar en la tele, la radio, caminando, en el ómnibus, aquí en el trabajo. Así es, que soy fóbico, saben. Me molestan ciertas partes de la masa, Ahora, aislarme, me insatisface. Cuando logro unirme  a otros, es momento de separarme, con fobias justificadas. Sé que lo logro. Miro las agujas del reloj. Hora de comer, en lo de Alberto, de Nicaragua, y Concepción Arenal. (Palermo) Hora del cuento, la historia, la situación del país, estando en el trabajo, te olvidas que, lo que hacés es en aras del país, y lo postergás para comentarlo a la hora del almuerzo, lo postergás, te preguntas qué hiciste ese tiempo que pasó, y bueno, las charlas, el olvido, la falta de atención, la risa, el vaso de agua, (la moda dejó el vino, la calidad de vida, recomienda Cormillot) alguna falda, un par de piernas, un buen traste, dos buenas tetas. Miro las agujas del reloj. Hora de partida, que emprende la tarde, con somnolencia de absurdo trabajo, inútil obediencia, ligera digestión. Miro el reloj. La indicación de tarea del subgerente, un personaje desagradable, amigo del jefe, trepa. Miro el reloj. La cara de soberbia, arrogancia, y un gracias que se asemeja a gesto de mujer indispuesta. Miro el reloj. Son cerca de las seis, hora de partida, los chistes a medida, caras aburridas, dolidas, una cafiaspirina, un ponstil, un yuyo para el amor después de hora. Miro el reloj. Clavo la tarjeta, saludo hasta mañana, camino la acera, acompañando la tristeza del comentario, de un compañero. Enfermo está su abuelo. Habrá que operarlo. ¿Quién opera en esta vida tanta maldad? Miro el reloj. Me despido para tomar el ciento cincuenta y dos que me llevará a casa en minutos. Miro el reloj. Para sentirme arrojado al sentimiento de consumir algo, miro el reloj, para ver pasar los minutos. Miro el reloj, para detener las agujas en un suceso que me deslumbre, me sorprenda. Miro el reloj, observo que el ritmo es ordenado. Sin alteraciones. Infinidad de variaciones. Miro el reloj, cuando una señorita bien empilchada, me corre el rostro con un gesto de mal educada. Miro el reloj, con una nueva frenada. Miro el reloj, al llegar a casa y colocar la llave en la cerradura, con la esperanza de que se abra automáticamente, o por las manos de otra alma, que se aloje en el interior de mi vivienda. Miro el reloj, después de consumir algo del refrigerador, y marcho al video por un largometraje que me sede otra velada solitaria. Miro el reloj, ya en la cama con el piyama a rayas, las sábanas floreadas de pasteles colores. Miro el reloj, con el tercer bostezo, la ausencia de luz, sonido, de una caja negra. Miro el reloj, al tiempo que gatillo el encendedor, para un cigarrillo. Miro el reloj, para preguntarme, ¿en qué momento de la vida, aprese mi muñeca con esta máquina que logra controlar, parte del infierno que vivo?


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